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A las afueras de la casa color ocre, donde el barro se queda todavía pegado a la piel como pequeñas motas de escarcha, las niñas Luna y Valery ponen sus manos sobre la fachada y cuentan hasta 20. Juegan al escondidijo junto al perro “Trípode” de tres patas.
Trípode se mueve como malabarista, baja y sube las escalas de la maloca de dos pisos que hace menos de un mes los habitantes de Altavista, corregimiento de Medellín, terminaron de construir con barro en esta zona.
Es la vereda La Perla y todo allí ha sido, durante décadas, la tierra de las ladrilleras. Cuenta Willington Foronda, coordinador de la Coporación Cultural Altavista, que en la zona las montañas han sido raspadas hasta convertirse en polvo de ladrillo, útiles a la industria de la construcción y de la inmobiliaria. Ellos querían otra cosa y algo de esa idea retomó la maloca: la casa la hicieron con lodo, paja y agua, con sus propias manos, viene y se sirve de la tierra. Es, dice, algo así como retornar a lo esencial.
Los vitrales que componen las ventanas forman dos serpientes que se intersectan en la mitad. Son los caminos que se encuentran, dice Diana Barrera, coordinadora del Área Social de la entidad. Como las vidas que se reencontraron en Altavista durante varios meses para construir la maloca con la técnica artesanal del barro y la bioconstrucción.
Algunos de los vitrales también son botellas de vidrio, que fueron recicladas por los niños y que, incluso, dejaron sus mensajes adentro a manera de cartas para ser leídas dentro de un siglo. O quién sabe cuándo. La casa, dice Diana, está de alguna forma cimentada sobre esas historias.
“Es un centro. Nos reunimos, nos albergamos alrededor del arte, del teatro y de la musica”, añade Willington Foronda “es un espacio donde pasa de todo: es para estar, laborar día a día”.
Acaban de ganarse dos premios: El premio Cultura Viva Comunitaria como reconocimiento de ciudad a la labor de los procesos culturales y comunitarios, entregado por la secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín.
Y ayer recibieron, por parte del Concejo de Medellín, la medalla Juan del Corral.
“Le estamos dando el mensaje a la sociedad de que esta es una forma de construir desde otra mirada”, concluye Willington.
Diecisiete años le tomó a la Corporación Cultural Altavista, la entidad que lideró el proceso, juntar los recursos humanos y económicos para construir esta sede. Antes eran solo conocidos por su centro principal, que ya se quedaba corto para las necesidades de la población. En esta casa azul, ahora vecina a la maloca, las palabras de Paulo Freire fueron pintadas en la estructura: “La escuela es el lugar donde se hacen amigos, no se trata solo de edificios, aulas, salas, pizarras, programas, horarios, conceptos... Escuela es sobre todo, gente, gente que trabaja, que estudia, que se alegra, se conoce, se estima”.
Más de 700 personas dejaron sus huellas, en las figuras de los muros, en los techos. Vinieron voluntarios de todas partes: 13 voluntarios que viajaron desde Chile, Francia, Argentina, otros de ciudades y barrios como Bogotá, Envigado, Bello Oriente..
La Corporación busca que los habitantes crean en los vínculos, disfruten en comunidad, se conozcan en el encuentro y la participación colectiva. Esa es su premisa.
Cuenta Diana Barrera que, para enseñarles a los niños de bioconstrucción, hicieron desde agosto de 2018 unos convites comunitarios para aprender a trabajar juntos la tierra y entender cómo darle forma a la arcilla. En eso los acompañó la organización Arte y Tierra, especializados en esta técnica que usa materiales naturales y reciclados.
Luego, en los últimos meses, también sembararon una huerta y quieren continuar con la creación de un auditorio. “Esto va a ser una zona verde”, dice Barrera. También se imaginan un tercer piso para hacer una sala de reuniones y más oficinas. A las paredes, sin embargo, aún les falta los trabajos de impermeabilización. Harán un convite a fin de año con los niños y las familias, utilizarán para esta tarea la cera de abejas.
La maloca es el sitio para las clases de la Corporación y los semilleros. Los viernes, por ejemplo, se reúne el grupo de Comunicación Popular, en donde los niños reciben talleres de reportaje, escritura y fotografía. “Que sean ellos quienes se cuenten a sí mismos”, dice Diana.
Los habitantes hicieron una bitácora para recordar el último año. La llamaron “La Casa de Todos”
“Se comienza con la idea de algo que no conoces, que nunca has visto, pero tienes una idea de qué puedes sentir en ello, nunca imaginé en hacer parte de este proceso tan lindo”, escribió Laura Zapata.
“Hemos sido bendecidos por tener hoy tantas manos en este sector, libres y jugando con el barro”, recordó John Edwar.
Ángela Loiaza escribió: “A los pequeños que con sus manos y en equipo hicieron el trabajo de grandes, a aquellos que se alejaron por un momento de su itinerario de vida, a aquellos que vienen desde otros continentes, a aquellos que pasaban, se enamoraban y se quedaban ayudando, a todos ellos gracias por dejar sus manos en esta tierra”.
Las puertas y ventanas de la maloca tienen otra historia. Tras una toma paramilitar en el municipio de Gómez Plata, en el Norte antioqueño, la Casa de la Cultura local quedódestruida. Un hombre, vecino de la comunidad, recuperó las estructuras de las ruinas y las reparó. Luego de un viaje de varios kilómetros, los tragaluces reutilizados están hoy en Altavista. La maloca, dice Diana, en el fondo es eso: un relato de la la resistencia y el aguante de los territorios .