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Una cita con la Gorda de Botero en su cumpleaños 35

Instalada en una esquina del parque de Berrío el 15 de setiembre de 1986, aún es punto de encuentro a pesar de que todo el paisaje urbano cambió.

  • 1. La instalación del Torso que cambió la dinámica social del Centro. 2. La Gorda en su cumpleaños 35 sigue siendo lugar de citas. FOTOS ARCHIVO Y Edwin bustamante
    1. La instalación del Torso que cambió la dinámica social del Centro. 2. La Gorda en su cumpleaños 35 sigue siendo lugar de citas. FOTOS ARCHIVO Y Edwin bustamante
15 de septiembre de 2021
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Si le preguntaran a cualquier desprevenido habitante de Medellín que si se ha puesto una cita en el Torso de Mujer es muy probable que responda nunca, pero si en lugar del Torso le nombran La Gorda es casi seguro que diga sí y que no solo ha sido una sino varias veces.

Lo curioso es que se trata de la misma figura ubicada en el espacio donde esta voluminosa y monumental escultura se erige hace tres décadas y media: la esquina de la calle Colombia con Bolívar, en el parque de Berrío, conocido como el corazón de la ciudad.

Desde el día de su instalación, el 15 de septiembre de 1986, La Gorda se convirtió en un referente de Medellín y el uso social se limitó a tres cosas: acordar encuentros en un lugar que resultaba imperdible; la gente pudo tocar una obra de arte con sus manos; y depositar monedas a través de una hendidura en la parte genital de la figura, en un ritual cuyo mito popular dice que atrae la suerte: “Si estás en La Gorda eso no lo podés evitar”, dice Miguel López, un transeúnte de 42 años que aún se pone citas allí porque cree que no hay otro espacio de la ciudad más idóneo para ser ubicado al instante sin perderse.

“Me tocó cuando la instalaron y siempre me ha parecido un orgullo de Medellín tener una figura tan importante”, afirma John Jairo Restrepo, de 59 años, parado junto al Torso mientras espera a un amigo.

Tradición cambiante

Pero como el uso y el abuso no van de la mano, la tradición de ponerse citas en La Gorda ha cambiado. “Creo que ya no se ven tanto las citas, antes era el apogeo, toda la gente se encontraba ahí”, comenta Erney Quiceno, vigilante que presta servicios de seguridad en el Banco de la República, la edificación en donde fue puesta La Gorda a la vista de todos, por elección del autor Fernando Botero, quien años más tarde inundaría el Centro con sus esculturas, todas oscuras, voluminosas y de gran tamaño.

José Villegas, vendedor de cordones para zapatos ubicado en la esquina de Palacé con Colombia, con 61 años de edad y 27 de laborar allí, sostiene que nunca le paró muchas bolas a lo que pasaba alrededor, pero con La Gorda fue distinto: “La dinámica era muy bonita cuando estaba la fuente del Banco, las personas se animaban más con el pozo, pero quitaron el agua y ya casi nadie se sube a tocarla”, sostiene José, para quien el parque Berrío luce mejor que antes.

En realidad, los cambios en el espacio alrededor en lo arquitectónico no son tan visibles como en lo social. En los costados siguen los mismos edificios de Uniremington, el Banco de Londres, el Banco Popular y el edificio Eva.

“El cambio más importante es que Bolívar ya es parte peatonal y antes era solo para los carros”, apunta Ezequiel Benjumea, vendedor de mangos desde hace 25 años junto a su esposa, a quien también de cariño llama “mi gorda”.

Pero muy diferente piensa Sergio Restrepo, responsable del Claustro Comfama y uno de los líderes culturales que más conoce el Centro. Para él, la estación del metro marcó un quiebre en la estética del parque y la dinámica social no fue la misma desde el 30 noviembre de 1995, cuando se inauguró el sistema masivo.

“La estación le restó potencia al paisaje, los murales del maestro Pedro Nel Gómez (en un edificio del lugar) no se pueden apreciar, la gente sale, baja las escalas y sigue, no se para a conversar”, dice. La Gorda, opina, fue un ancla que plantó un nuevo imaginario de Medellín, “un punto de inflexión que dio una sensación de cultura, una estética de lo popular en la que la ciudad empieza a convertirse en galería urbana”.

La donación de otras obras del maestro Botero, unas ubicadas en el parque San Antonio y otras en la plazoleta del Museo de Antioquia, le dieron a Medellín un aire más universal como urbe artística, pero sin duda el camino lo abrió La Gorda, que junto al edificio Coltejer es uno de sus referentes paisajísticos.

“Para mí nunca pasa de moda y siempre me programo las citas acá”, dice Sandra Ramírez, una bellanita que espera a una amiga parada junto a la escultura, de la que muchos no saben que no es maciza sino hueca, que pesa 1.250 kilos, mide 2,48 metros de altura, con 1,76 de ancho y 1,07 de profundidad, y lo más curioso: que no han caído en la cuenta de que no tiene cabeza ni manos.

Ver el brillo del bronce en la parte inferior de la escultura como la huella dejada por la gente recostada en ella es una las cosas más significativas, porque eso habla del uso que el pueblo le dio a lo largo del tiempo y que se ha perdido por las nuevas dinámicas sociales, porque ahora las citas se programan por WhatsApp y el parque Berrío es más un lugar de paso que un espacio de encuentro para los ciudadanos, concluye Sergio Restrepo.

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