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Un pasado de amargas sonrisas infantiles

Las niñas del hogar Jesús Amigo de la Infancia son expresión de alegría, lágrimas llegan al recordar su pasado.

  • En una permanente labor por el bienestar de las niñas del Hogar Jesús Amigo trabajan las hermanas Carolina y Celmira. FOTO Juan Antonio sánchez
    En una permanente labor por el bienestar de las niñas del Hogar Jesús Amigo trabajan las hermanas Carolina y Celmira. FOTO Juan Antonio sánchez
27 de noviembre de 2016
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En grupo, las niñas del albergue Jesús Amigo de la Infancia son todo amor, alegría, algarabía, no se callan, dan la impresión de haber vivido un pasado de felicidad y vivir un presente de abrigo y prosperidad.

Su alegría es sueño gris cuando dan cuenta de lo que han sido sus vidas. Toda huella de felicidad desaparece de sus rostros, la ternura se borra de sus manos y las lágrimas brotan. Valentina*, de 7 años, lo único que sabe de su padre fue que la abandonó cuando ella tenía seis meses en el vientre de su madre. Al hablar de ello a su carita feliz la nubla la tristeza y sus ojos negros, grandes y radiantes lloran.

Valentina hace parte de un grupo de 28 niñas hijas de familias desplazadas por la violencia, degradadas por el hambre, las drogas y la intolerancia; habitantes de los barrios de calles de barro y casas de tablitas, de las laderas de Medellín; algunas son huérfanas de padre y madre, rescatadas de naufragios sociales.

Hecho de sueños

El milagro de que el hogar Jesús Amigo de la Infancia, del municipio de La Estrella, exista tiene nombre propio: el sacerdote Álvaro Murillo, su fundador; las monjas María Celmira Salazar Gómez y Carolina Guarín Betancur y un grupo de benefactores, padrinos y madrinas, cada vez más escaso, entregado a la causa de construcción de una vida digna para las niñas.

En una sociedad violenta y machista, las niñas tienen algo en común: no saben quién fue su padre. Si saben algo de él es porque su suerte está o terminó asociada con una tragedia, un crimen, una cárcel o el abandono.

Algunas tienen una mamá que lucha por ellas, pero esta solo puede hacerlo trabajando. Por ello las niñas quedan solas en barrios donde son totalmente vulnerables.

Triste historia de María

María* llegó desplazada a Medellín huyendo de la violencia en Chocó. Salió de la nada y se instaló en la nada con su familia en Carambolas, en las laderas orientales de Medellín.

Unos padres sin empleo, con miedo, en la desgracia y habitando una ciudad desconocida resquebrajó su grupo familiar. El último recuerdo de su padre fue la noche en que se despidió de ella para ir a una reunión a un barrio vecino. Él tenía 21 años y esa noche lo mataron, no sabe por qué, sí como quedó su cuerpo ensangrentado, quizás como trofeo de la “valentía” de un pillo traicionero.

Su madre sufrió tanto que se le desarrolló un cáncer, el cual se la llevó de este mundo y María se lanzó a la calle de donde, al final, fue rescatada por una de sus abuelas. Hoy hace parte del grupo de estudiantes del hogar Jesús Amigo de la Infancia, estudiando en busca de un futuro justo.

La madre Carolina quisiera tener a María matriculada en el colegio la Presentación, donde estudian otras niñas del hogar, gracias al apoyo de sus benefactores o padrinos, pero debido a lo estricto del colegio y los años que perdió en la calle, se le cerraron esas puertas. La matriculó en la Institución Educativa Bernardo Arango, de La Estrella, la cual le abrió sus puertas. Goza del acompañamiento de sus profesores, compañeros de clases, la alcaldía y otras gentes del pueblo.

Cada día es un milagro

La hermana María Celmira Salazar Gómez, tez rosada, casi albina, con una estatura que no supera a la de la Santa Madre Teresa de Calcuta, y con un corazón y un amor por la humanidad tan grandes como el de la santa madre, ha acompañado al sacerdote Álvaro desde el nacimiento del hogar.

Luego de ordenarse sacerdote, con la bendición del Papa Juan Pablo Segundo, en su visita a Medellín, en 1986, el padre Álvaro fue enviado a la parroquia de Santa Cruz, en el nororiente de Medellín. Allí llegó a apaciguar un rebaño que en vez de balidos hacía sonar plomo.

Eran días terribles, recuerda la madre Celmira. Los crímenes se sucedían uno tras otro, era una vorágine de bandas contra milicias urbanas; de combos contra combos. Santa Cruz y sus vecinos en la nororiental, en ese entonces, eran canteras de sicarios para el cartel de Medellín. Las cruces fueron tantas como los niños huérfanos y abandonados; las viudas y los ancianos desprotegidos; el madresolterismo y las niñas abusadas.

Morían tantos menores que a un muchacho que llegara a sacar cédula le decía “cucho”. Un día, en el azar de esos tiempos, un niño, morenito, se le acercó al padre Álvaro y le pidió algo para comer. Él le preguntó quiénes eran sus padres y el niño le dijo que era huérfano. Pese a su desamparo, el niño se mantenía con ropa limpia y rostro alegre.

El padre terminó llevándoselo para la casa cural y luego se llevó a otro y a otro, y recogió a unos ancianos abandonados a su suerte. Como no los podía tener a todos en la casa parroquial le pidió a su papá que le prestara una casa con la que él contaba para sostener la economía familiar para albergar a estos desamparados. Su padre accedió y ahí nació el milagro Jesús Amigo de la Infancia.

Fuerzas de madres

La madre Celmira había llegado a Medellín en la década de los 80 para unirse a la comunidad de las Hermanas Lauritas, de la Santa Madre Laura, procedente de Granada, pueblo del oriente de Antioquia, y uno de los mártires de la guerra entre paramilitares y guerrilla, que lo desangró, destruyó y volvió a destruir cuantas veces pudo. Solo les faltó que le echaran sal a sus calles para borrarlo para siempre.

Con ella trabaja en la fundación, en La Estrella, la hermana Carolina Guarín Betancur, tan diminuta como ella, y ambas dotadas de un amor de madre tan fuerte por estas niñas que es imposible hablar con ellas y no terminar enamorado de su causa.

Carolina nació para servir a los demás desde la pobreza, tiene entre sus virtudes saber tocar el corazón de personas pudientes para que la acompañen. Fue educada por monjas de la Presentación y si bien ellas encendieron la llama que la llevó a ser monja, desde un comienzo tuvo claro que una congregación con tanto poder no sería la suya. “Decidí que enfocaría mi existencia al servicio de los ancianos abandonados”.

Cuando conoció a la congregación de la que hace parte vio tanta necesidad y tanta vocación por lograr sus metas de servicio que de inmediato se conectó con ella.

Los milagros

Cada día, cada semana, cada mes para el hogar es un milagro de supervivencia. El padre toca puertas por todos lados, las hermanas hacen lo propio y la mano invisible de Jesús parece encargarse del resto.

Hace siete años el hogar parecía con sus horas contadas por el retiro de uno de sus benefactores. La situación se agravó a tal punto que solo podía ayudar, alimentar y educar a seis de las niñas. En ese momento oscuro, alguien le habló a una familia de la existencia del hogar y el mal momento que atravesaba.

Una de las integrantes del grupo familiar, que pidió no se le mencionara con nombre propio, porque lo suyo es servir, no mostrarse, se acercó al hogar, observó la dedicación de las monjas, el estado impecable de cada cosa y la falta de espacios del lugar. Cuando habló con las niñas estas le conquistaron su corazón.

Salí del lugar con el espíritu encendido, programé un encuentro familiar y convencí y nos convencimos todos, que de una u otra forma podíamos aportar para que el hogar no desapareciera”.

Las bendiciones que agradece Dios no son las que uno se echa de rodillas. Esas quizás se pierden. Dios agradece lo que uno haga por aquel que necesita una mano amiga en medio de la desgracia, dice una de las benefactoras.

La familia fue más allá de aportarle a las niñas. Decidió ampliar el hogar uniéndolo a un lote vecino para que este cuente con más habitaciones, comedor, sala de estudios, biblioteca y áreas de recreo.

Y en esa está. Y en eso puede aportar cualquier nuevo padrino o madrina, porque por la escasez de recursos el trabajo arriesga a quedarse sin terminar en su totalidad o aplazarse mientras la familia reúne más aportes.

Jesús, el amigo de la infancia, sabe hacer sus cosas. Cada quince días un señor dona las arepas, otros contribuyen con el pago de los estudios, otros con mercados, una profesora jubilada que vivía en Bello se pasó para Sabaneta para estar más cerca del hogar para dictarles clases a las niñas, un jubilado aporta con jardinería y asuntos varios, la alcaldía les garantiza el transporte escolar y está atenta con otras ayudas a la institución y a las hermanas Celmira y Carolina se les ve por todos lados en una labor silenciosa, permanente y tenaz para que todo funcione como en una colmena.

Como el hogar Jesús Amigo de la Infancia, muchos otros hogares y fundaciones sobreviven gracias al apoyo de personas que están convencidos de que la vida cobra sentido cuando con obras se conquista la sonrisa de quien sufre, decía la madre de Calcuta.*Nombre cambiado

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niñas hay en el hogar, la mayoría son internas, a otras las cuidan por días.
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