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Un padre dice que beata paisa le hizo un milagro: se curó de leucemia

La religiosa fue declarada beata hace poco por el Vaticano. El sacerdote Carlos Andrés Montoya dice que ella le hizo un milagro y lo salvó de una penosa enfermedad.

  • Padre Carlos Andrés con la imagen de la religiosa FOTO Camilo Suárez.
    Padre Carlos Andrés con la imagen de la religiosa FOTO Camilo Suárez.
  • La ceremonia de beatificación de madre Berenice se celebró en la Basílica Metropolitana. Foto: Jaime Pérez.
    La ceremonia de beatificación de madre Berenice se celebró en la Basílica Metropolitana. Foto: Jaime Pérez.

Frente a la cama, el padre Carlos Andrés Montoya sintió la necesidad de acostarse. Estaba en el barrio Buenos Aires, de Medellín, a donde había llegado por invitación de otro sacerdote. Le dijeron que no podía acostarse en ese lecho, casi inmaculado, en el que había dormido la madre Berenice Duque. Pero él insistió en que debía hacerlo, en que era un imperativo; era un hombre joven que pedía un milagro.

La vocación del padre Carlos Andrés llegó medianamente tarde. Siendo ya licenciado en Educación Física, se dio cuenta de que quería ser sacerdote. No fue una decisión fácil, ni exenta de problemas. Para ese entonces tenía un noviazgo de 10 años y se estaba alistando la boda. Con dolor, pero con firmeza, citó a la novia en un bailadero de Caldas. Después de matizar la conversación, soltó la noticia.

Sin novia, el padre entró al Seminario Juan Pablo II en 2002. Siguió ejerciendo como profesor de Educación Física en colegios de Sabaneta, su municipio, a la par que estudiaba Filosofía y Teología. En esa época, recuerda, se acostaba a las 3:00 de la mañana, exhausto, y se levantaba a las 5:00 a.m.

En 2010 terminó su formación y se ordenó. Entonces comenzó a ejercer con “alegría”, viviendo “las mieles de los primeros años”. Fue vicario en Patio Bonito, en El Poblado, y después lo trasladaron a Castilla. La vida, hasta entonces, había sido una sucesión de hechos agradables, que iban en línea recta, llegando siempre en términos felices.

Pero entonces llegó el año 2017. El primer golpe fue la muerte del papá, un conductor de bus que forjó el futuro de la familia. Y el segundo envión, que pudo terminar en nocaut, sucedió en la octava novena del difunto. Unos días antes, el padre se había hecho unos exámenes de rutina, pues dice que era “empeliculado” con la salud. Aprovechando la presencia de una médica en la reunión, el padre le pidió que le leyera los resultados.

La ceremonia de beatificación de madre Berenice se celebró en la Basílica Metropolitana. Foto: Jaime Pérez.
La ceremonia de beatificación de madre Berenice se celebró en la Basílica Metropolitana. Foto: Jaime Pérez.

Todavía recuerda cómo los ojos de la doctora, después de pasearse por el papel, se clavaron en los suyos. Entonces vinieron las preguntas: ¿se sentía mareado? ¿Estaba fatigado? ¿Cómo estaba su salud? El padre, sin entender las preguntas, se asustó. Los resultados decían que tenía un nivel inusualmente alto de monocitos —un tipo de glóbulos blancos—. Un nuevo examen dio un resultado inequívoco: tenía una leucemia monocítica crónica.

La única manera de salvarse, le dijo el médico, era recibir un trasplante de médula ósea que le pudiera transferir nuevas células madre. El problema era que no cualquier donante servía. La condición es que tenía que ser 100% compatible. De lo contrario, las probabilidades de rechazo eran muy altas.

La búsqueda comenzó por casa. Los dos hermanos del padre se sometieron a pruebas diagnósticas para conocer la compatibilidad. El menor fue descartado, pues la compatibilidad era cero. El mayor, también sacerdote, al que el padre había acudido en sus momentos de confusión profesional, tenía un 50% de coincidencia. “Ahí comenzaron las cosas que la ciencia no puede explicar”, dice el padre.

En los días previos al trasplante, el padre estuvo frente a la cama de la madre Berenice. Rogó a las hermanitas de la Anunciación que lo dejaran acostarse en el lecho; después de mucho insistir, compungido, como quien presencia lo sagrado, se acostó y comenzó a orar. Salió más tranquilo, con la estampilla de la madre Berenice en el bolsillo de la camisa, donde la mantiene hasta entonces.

Contrario a lo que se pensó, el trasplante fue exitoso y hoy, casi cinco años después, el padre está sano. “El 50% que no era compatible, digo yo, lo apartaron Madre Berenice y Cristo”, comenta.

A Berenice ya el Vaticano le aprobó un milagro. Le falta uno para ser santa. ¿Podría ser este? .

Miguel Osorio Montoya

Comunicador Social-Periodista de la UPB. Redactor del Área Metro de El Colombiano.

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