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Y una noche, como si fuera un artificio salido de la carpa del mismísimo Melquiades, la luz no se apagó. Tampoco hubo que apurar el paso para llegar a la casa porque se acercaba la hora de bajarle el interruptor a todo el pueblo. Entonces, hubo fiesta en Vigía del Fuerte, el único municipio de Antioquia que no tenía energía del sistema de interconexión nacional y que dependía de una planta que era más intermitente que las ayudas del Estado.
Sobre un terreno plano y cenagoso, que ha estado al arbitrio de las aguas del río y de las balas cruzadas que se han disparado desde todas las orillas, Vigía es el segundo municipio más pobre del departamento —con 76 %, según el índice del Dane, apenas 5,5 % debajo de Murindó—. Pero este diciembre al menos hubo una luz de esperanza para los 5.600 habitantes, porque será recordado como la primera vez que el pueblo pudo disfrutar de las luces navideñas y de la música sin interrupciones, aunque aún el fluido no se ha estabilizado del todo.
El parque lineal se engalanó con 10.000 bombillos, más de 300 figuras y hasta un túnel de todos los colores que los habitantes cruzan, así la senda sea más amplia a los costados. Los niños revolotean entre pesebres y trineos. “Uno no se cansa de ver familias enteras recorriendo el alumbrado que está a la par esta Navidad de cualquier municipio de Antioquia, una bendición para esta y el resto de nuestras generaciones”, dice el docente Manuel Chalá Santos.
El eterno cruce de la selva
Hace 66 años que José del Tránsito Asprilla nació en Vigía. Le tocaron las cinco tomas guerrilleras y hasta tuvo que ir a buscar pilotos que aterrizaran en la primera pista que tuvo el pueblo para sacar a los amenazados antes de que se cumpliera su sentencia.
Cuenta que las familias que vivían en los 50, cuando nació, descendían de los últimos esclavos que habitaban la selva. En efecto, la historia cuenta que fugitivos de Quibdó, Lloró, Bebará y Todó fundaron a Vigía con el nombre de Murrí en el año 1711.
Este paraje, cruce de caminos para las poblaciones del Atrato Medio, no solo fue punto clave en los combates entre paramilitares y guerrilleros hace un par de décadas, sino que siglos atrás, durante las guerras de la Independencia, fue estratégico para que los españoles estuvieran sobre aviso de los ataques patriotas, hasta que estos se apoderaron del caserío y lo empezaron a llamar como se conoce ahora. Vigía es una torre de vigilancia; y el fuerte, un resguardado para resistir al enemigo.
El pueblo fue moneda de cambio de políticos del siglo XIX que lo intercambiaban, como en un juego de cartas, entre Chocó y Antioquia. En 1908 fue cabecera del distrito de Murindó, que había sido devuelto a Antioquia en 1905, hasta que se convirtió en municipio en 1983, segregado de este y de Urrao.
Por eso cuándo le preguntamos a José del Tránsito el porqué Vigía, con su larga historia a cuestas, fue el último municipio antioqueño en conectarse a la electricidad, responde sin pensarlo mucho: “Negligencia del Estado”.
Esta fue promesa habitual de campaña durante más de 50 años, aplazada en cada gobierno aduciendo costos, dificultades técnicas para cruzar la selva, impacto ambiental y hasta permisos y avales que se necesitaban de las iluminadas oficinas de Medellín y Bogotá.
La energía de la planta eléctrica, la anterior forma de iluminar al pueblo, funcionaba de 10 a 12 horas diarias, pero sin mucha constancia. A veces, como en la Navidad de hace dos años, los vigieños estaban semanas enteras a punta de velas porque la gasolina mal filtrada dañaba la máquina o, simplemente, no llegaba, porque solo había un barco que salía de Turbo repartiendo el combustible y había que esperar a que surtiera primero a Acandí, Riosucio y Murindó.
El plan de interconexión empezó a ejecutarse en septiembre de 2019 y hubo muchos retrasos. Antes de iniciar tuvieron que hacer ajustes en los diseños porque se dieron cuenta de que las redes que se estaban utilizando eran muy pesadas y había una distancia muy amplia entre torre y torre. Después fue el invierno el que pasó factura y luego hubo demoras por los permisos de las corporaciones autónomas y el consejo de negritudes.
Al fin, el proyecto de 138 kilómetros de red se inauguró hace dos semanas y terminó costando $25.970 millones, el equivalente al 0,5 % del presupuesto de Antioquia para 2022. No valía tanto cambiarle la vida a todo un municipio.
“Pero este es solo el inicio del progreso”, añade José del Tránsito, que sentencia que aún quedan dos deudas pendientes con Vigía: la interconexión del resto del municipio y una carretera que los conecte con Mutatá.
Lo primero lo secunda el alcalde Félix Neftelio Santos Pestaña, quien le pidió al Ministerio de Minas $36.000 millones para la conexión energética rural, que es donde vive el 65 % de la población.
Y la carretera, coinciden José del Tránsito y el alcalde Félix, es la única forma de romper el muro geográfico que tiene atrapado a Vigía en la raya donde se acaba el mapa de Antioquia. Un pasaje en avión ida y vuelta a Medellín vale $600.000 y por el Atrato los destinos son Quibdó (el trayecto en panga con motor de 200 caballos se demora cuatro horas y cuesta $150.000) y Brisas-Bajirá-Mutatá (el trayecto en panga a Brisas cuesta $150.000).
Ya está registrado ante el gobierno central el trazado de una carretera desde Mutatá hasta Murindó y luego a Vigía. Esa es la salida que necesita el pueblo para aprovechar las autopistas de cuarta generación y los puertos marítimos que están proyectados en Urabá.
“Los gobiernos nos dicen que acá la gente no produce, pero pregunto, ¿será que si contáramos con vías como las que tiene el centro de Urabá no podríamos tener extensiones de bananeras? A los vigieños nos gusta trabajar el campo, pero los productos se pierden”, dijo el alcalde.
Bojayá espera el turno
A Nueva Bellavista, la cabecera del municipio de Bojayá, la separan apenas dos recodos del río de Vigía del Fuerte. Las vidas de ambos pueblos han estado unidas como proclama de matrimonio, en la salud y en la enfermedad.
Los combates entre los paramilitares y las Farc que antecedieron a la masacre de Bojayá en 2002 tuvieron a Vigía como punto estratégico. Allí llegó desde Turbo la tropa de las Auc que luego se tomó a la vieja Bellavista, y fue Vigía el que después recibió a los sobrevivientes del horror, cuando el cilindro bomba lanzado por los guerrilleros explotó en la iglesia donde se refugiaban familias enteras dejando 79 muertos y a Cristo mutilado.
Por eso ver los bombillos prendidos todo el día al otro lado del Atrato ilusiona a los vecinos chocoanos que también utilizan plantas de diésel para prender sus electrodomésticos e iluminar su cotidianidad en el nuevo casco urbano en el que fueron reubicados hace 15 años buscando una nueva vida. Ya existen estudios del proyecto de interconexión entre los dos cascos urbanos para prolongar el tendido eléctrico a lo largo de dos kilómetros. El Gobierno prometió contratar la obra en febrero para que se inaugure en la próxima Navidad.
Mientras que ese momento llega, la comunidad se organizó para decorar algunas calles y al bautizado parque de la Memoria con un árbol de tres metros, un pesebre, luces y una pequeña manada de renos adaptados para vivir en medio de la selva.
Aún con la energía sin interrupción a la vuelta de la esquina, la líder Máxima Asprilla cree que todo tiempo pasado fue mejor para las navidades. Cuenta que sus ancestros compartían manjares, dulces, molidos de maíz, miel y aguapanela con jengibre con la cuadra y que la luz y los celulares empezaron a aislar a los núcleos en sus casas. “La llegada de la energía no puede quitarnos lo que nos formó”, dice.
Quizás la interconexión lista para la próxima Navidad sea un buen pretexto para ver de nuevo la calle como una sola mesa servida. Este diciembre fue el turno de Vigía, Bojayá aún espera el suyo. Unidos en la adversidad y ahora, esperan que por fin, sea también en la prosperidad