DIARIO DE ÍÑIGO

Diciembre 14 de 2009. La ciudad del calor y el cine. Exterior. Noche.

Estuve en el Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia viendo cine. Parece una afirmación obvia, pues, qué otra cosa se podría hacer en un festival de cine. Pero nuevamente constaté que mucha gente, sobre todo demasiados amigos cercanos y amantes del cine, en realidad no van a un festival a ver películas. Asisten por múltiples razones, pero la de ver cine -que de otra manera no podrán ver- de forma juiciosa y sistemática no es una de ellas. Principalmente van a hacer vida social y cultivar la vida bohemia. Es cierto que ese pueblo se presta para hacerlo, que en ninguna otra ocasión ni lugar es posible esa conjunción de gente del cine y el audiovisual, que muchos de ellos son realizadores pero no cinéfilos, y que el cine español de hace treinta o cuarenta años –que era el tema del festival- le puede parecer tedioso a muchos, pero lo cierto es que no deja de ser decepcionante. Para mí un festival de cine es el acontecimiento supremo del séptimo arte y me entrego a él con rigor y pasión. He llegado a ver hasta siete películas seguidas en un festival de cine. Pero supongo que yo soy el raro, el cinesifilítico perverso, que lo normal es ir y pasarla bien y no superar la proporción de tanta cantidad de cine por el doble de cervezas y el triple de charla en su mayoría prescindible.

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Noviembre 24 de 2009. La ciudad de los objetos. Exterior. Día/Noche.

Tengo muchos libros por leer, mucho rock por conocer, muchas películas por ver y muchos artículos que escribir. Lo voy haciendo de a poco, pero me lo quisiera comer todo a mordiscos más grandes, aunque la mandíbula no lo permite, tampoco el reloj que tengo en la muñeca y que siempre me quito cuando llego a casa (todavía no lo he podido tirar a la orilla de la carretera, como Peter Fonda en Easy rider). Supongo que la mandíbula es sabia, al comer sólo lo que el cuerpo puede digerir. Igualmente el reloj, al darnos porciones de vida iguales que midan nuestra desmesura. Pero todavía falta otro objeto más importante, y es ése que dicta la proporción entre hacer todas estas cosas y vivir. ¿Qué objeto puede ser? Tal vez un par de tetas, o el aire fresco en la cara, o los aullidos en las calles…

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Noviembre 11 de 2009.  La ciudad del anticristo del cine. Int.Noche.

Las dependientas de videotiendas y los acomodadores de cine, por el bien del séptimo arte, no deberían emparejarse. Está escrito que de esa unión saldrá el anticristo del cine. Son usurpadores de una pasión que jamás tendrán, intrusos en el amor ajeno y nunca entienden las sutilizas y perversiones de ese romance entre el cinéfilo y las películas. Cuando uno se indigna por las copias dobladas, ellos se indignan porque están seguros de que son preferibles las cintas sin subtítulos; o cuando preguntamos por un maestro del cine –un Woody Allen o Terry Gilliam, por ejemplo- tuercen la cara y dicen con desdeño: ¿Qué?

Es por eso que a un hijo de sus entrañas sólo le deseo la suerte de todos los anticristos en las películas: que siempre mueren antes de que empiecen los créditos finales, o por lo menos, en una de las secuelas.

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Octubre 27 de 2009. La ciudad de los acomodadores de cine. Int. Día/Noche.

A los acomodadores de cine el cine no les importa, eso se sabe (Igual que a la chica de videotienda).  Es el trabajo que le tocó padecer. A veces, se les ve entrar a la sala y sentarse en la peor butaca de toda la sala (primera fila en uno de los dos extremos), para salir unos minutos más tarde y dar vueltas por el hall del teatro. En las salas con mala proyección, como las de Royal Films, me la pasaba llamándolos para mostrarles el desenfoque o la imagen salida de la pantalla o el sonido que sólo berreaba por un parlante, pero ellos ni se enteraban. Miopes, tungos y sin qué decir. Al insistir que le comunicaran al proyeccionista mis inquietudes, lo hacían de mala gana y absolutamente seguros de que yo estaba equivocado, que la proyección nada tenía de malo. Me miraban desconcertados y molestos, deseando ser meseros para escupir en mi sopa. Fueron muchas las películas que me vi en malas condiciones, sin que los acomodadores hicieran nada. El cine no les importa, es sólo un trabajo. Pudieron ser choferes o taxidermistas o pegadores de afiches. Una sala de cine para ellos es sólo el lugar donde la gente va a comer crispetas. Frecuentemente me pregunto: ¿Realmente los necesitamos? Creo que no. La cinefilia del mundo podría vivir tranquila sin ellos.

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Mayo 8 de 2009. La ciudad de los piratas ignorantes. Exterior. Día.

¿Tiene Scarface? Le pregunto a una mujer joven que vendía películas piratas en la Universidad de Antioquia (a ridículos $2000). ¿Cómo? Pregunta ella como con cara de que la estuviera insultando. Scarface, Caracortada. Le repito, ahora mirándola yo como si ella me hubiera insultado. Y en realidad, un poco fue así. Ella no tenía, y menos conocía, la película de Brian de Palma, ésa donde unos colombianos (por supuesto) iban a picar con una sierra eléctrica a Tony Montana, interpretado por un desbordado Al Pacino, que les salió más áspero aún a los pobres colombianos, quienes, al menos en esa sangrienta secuencia, se quedaron sin la coca y sin los dólares. 

Me alejé de la chica pirata y crucé una plazoleta para buscar a otros bucaneros del DVD. La misma historia: me respondían con fastidio o con desdén. A mí también intentó invadirme un oscuro sentimiento, pero luego me di cuenta de que ellos no tenían la culpa. Vendían películas así como podían  vender minutos de celular o manillas o papitas. ¡Qué podían saber de Tony Montana! Entonces me fui para clase con una pequeña tristeza, la cual se hizo grande cuando me di cuanta de que ninguno de mis alumnos  conocía la palabra Decimonónico.

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Febrero 16 de 2009. La ciudad de los amigos. Interior/Exterior. Día/Noche.

¿Se puede perder un amigo por culpa del cine? Parece que es posible. Porque hay quienes tienen fuertes discusiones por hablar de política o de fútbol, pero yo las tengo por el cine. La mayoría de mis amigos son cinéfilos o, al menos, les gusta mucho el cine y lo frecuentan lo suficiente como para tener bien formado el criterio. Pero a diferencia de la política o del fútbol, que generalmente son cosas externas a las personas, el cine siempre tiene que ver con lo que somos y lo que pensamos, porque, como se sabe, el cine es como la vida. Así que mi ataque a una película puede ser tomado de forma muy personal por algún amigo. De hecho ha ocurrido: Con el señor C. la relación se hizo un témpano por poco más de un año, todo por culpa de Vanilla Sky, esa tonta película con Tom Cruise. Y anoche con la señorita M. nos alzamos la voz y nos atacamos con suspicacias por culpa de, quién lo creería, una película infantil: Coraline y la puerta secreta. Se pueden tener tantos amigos como películas imprescindibles pueda haber visto uno, que en realidad son pocas. Y los amigos, generalmente, también son imprescindibles, e igualmente pocos. Pero es que cuando se habla de cine hay mucho en juego: la pasión, la concepción del mundo y la forma de asumir la vida. Son absolutos muy poderosos, que cuando chocan con los amigos, tal vez alguno salga herido.

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Enero 18 de 2009. La ciudad del cine cursi. Interior. Noche.
Nunca voy un viernes temprano en la noche a ver cine, menos si es en época de vacaciones. Pero esta vez las circunstancias así lo quisieron. Sabía a lo que me enfrentaba: muchedumbre, crispetas, celulares, batallar con el codo del vecino, en fin. Pero allí estaba, como hacía muchos años no lo estaba. La película era Crepúsculo, una insólita mezcla de cine de vampiros e historia romántica, con menos sangre y acción (mucho menos horror) que romance y cursilerías. Como la vida de un vampiro, una eternidad, eso fue lo que se demoraron en introducir el conflicto. Y como se sabe, un relato sin conflicto es como un muerto en vida, también igual que un vampiro.

Pero más que lo insufrible de la cinta, me sorprendió la actitud del público. En una película de horror la gente grita, en una comedia ríe, pero en una historia de amor, endulzada hasta el extremo, las reacciones son las más insólitas, desde suspiros en coro que se oyen en todo el teatro, pasando por risitas nerviosas, hasta piropos cada que aparece un galán. No miento, ¡piropos! Parezco burlándome de estas criaturas que tan ingenuamente caen en la trampa de una sospechosa película, pero al mismo tiempo, mi sorpresa es porque confirmo la fascinación que aún el cine, pero sobre todo el rito de verlo colectivamente, despierta en el público. Por eso el cine no va a morir nunca como espectáculo, porque muchos espectadores necesitan esa complicidad con los demás en las emociones que el cine despierta. A mí eso me gustaba, pero cuando tenía diez años.

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Noviembre 14 de 2008. La ciudad del cine para tías. Interior. Noche.
Hay unas películas que dan un poco de fastidio, de asco a sus edulcorantes recursos y al obvio e intencional  gesto para conmover. Eso me pasó con la película italiana Rojo como el cielo, de un tal Criatiano Bortone. Tan desagradable como los cerdos podridos de Saw, aunque por razones contrarias. Películas con niños o ciegos o reminiscencias del pasado o internados escolares (y ésta tiene todo eso) son casi siempre iguales: sensibleras y predecibles historias hechas a la medida de las tías que se jubilaron de profesoras de primaria, o algo así. Lo peor es que pasan por “cine independiente”, eso por ser italiana, por tener “mensaje” y porque la exhiben en una sala como la del “Colombo Americano”. ¡Me cago en el cine para tías! Como diría un buen españolote. A mí que el cine me transgreda, me agreda y me ponga a pensar, no que me bañe en chocolate con la historia tonta de un niño ciego.

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Octubre 26 de 2008. La ciudad de los necios conjurados. Int/Ext. Día/Noche.
Ayer supe que una amiga no ganó un premio que merecía ganar. Su trabajo es a todas luces de lo más ingenioso y contundente que se ha hecho en la ciudad en el video experimental. Sin embargo, los dos jurados fueron miopes en su apreciación. Aunque en realidad no es su culpa, pues es como si a mí me pusieran de jurado en un concurso de pedigrí canino. Justo a mí que me gustan lo chandosos, creo que eso es por su naturaleza marginal.

No, el problema no fueron los jurados, que sé muy bien que son muy competentes… pero en otros campos, no en el del video experimental. En realidad el problema de fondo en estos casos, casi siempre recae es en los que eligen a los jurados, ésos son los que tienen el verdadero poder, ésos son los que deben saber más que todos, y si no saber, al menos tener el criterio, el sentido común y el conocimiento del gremio. No era éste el caso. Y las consecuencias las sufrió mi amiga, que hizo un video muy bueno llamado Versión Libre.

Uno de los mejores libros que he leído en mi vida se llama La conjura de los necios, de Jhon Kennedy Toole (otro marginal, como los perros chandosos). Siempre lo recuerdo, al menos su título, cuando ocurren estas cosas. Cuando son los necios los que tienen el poder de decisión, cuando alguien que no sabe de cine dirige una revista, cuando a un petardo metódico le dan un cargo en una facultad, cuando los jefes de entidades culturales no tienen idea del asunto, o incluso lo que leen son libros de auto superación.

El problema no es estar rodeados de necios, sino que sean ellos los que tomen las decisiones y los que elijan a otros necios para que siga la cadena de necias decisiones.

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Septiembre 26 de 2008. La ciudad del DVD pirata. Interior. Día/Noche/día/Noche…
Andrés Caicedo, el más furibundo cinéfilo del país, ese que decía que, en cuanto al cine, todo gusto es una perversión, también decía, antes de quitarse él mismo con sus propios medios su atribulada vida, que por el cine ser un arte relativamente joven (tenía escasos 80 años en ese momento), era posible ver TODAS las obras importantes del séptimo arte.

Poco más de 30 años después, creo que no es posible este sueño cinéfilo y erudito. Muchas cosas han cambiado en estas tres décadas. La principal es que, si bien Hollywood sigue imponiendo su presencia en las salas, la producción en el resto del mundo ha aumentado y ha cambiado la proporción que antes también dominaba la Meca del cine. En Colombia, por ejemplo, apenas en lo que va corrido el siglo XXI, se han realizado más películas de las que se hicieron hasta 1970.

Hasta hace unos cinco años no había problema con esto, pues “películas que no se conocen, corazón que no siente”. La cuestión es que en los últimos años, por vía de la tecnología, en especial la televisión por cable, las descargas por Internet y, sobre todo, el DVD, se abrió un universo inconmensurable de títulos por ver. Sólo repasar las distintas listas a las que se puede tener acceso ya es una labor que quita mucho tiempo.

Y eso si uno sólo se dedica a ver películas en video, sin contar todos los libros por leer y la música por escuchar y las personas con quien conversar y las horas para fornicar y los nocturnos etílicos y ¡Maldita sea! las horas laborales. Por eso no entiendo a quienes dicen aburrirse en la vida, si lo que hace falta es tiempo para vivirla. Pero con tanto por hacer y por devorar, es imperativo establecer prioridades, ser selectivo: ni todas las películas se pueden ver, ni tiempo completo se debe trabajar. Tampoco beber todos los días y tal vez desechar algunos presuntos amigos. Dormir lo justo para no pasar con sueño, pero tampoco tanto para que los sueños se conviertan en blandas pesadillas. Y muy importante también es tener presente una paradoja: dejar un buen tiempo para perder el tiempo.