Dunkerque, de Christopher Nolan

El relato de la guerra… y nada más

Íñigo Montoya

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No se me ocurre otro director en la actualidad de quien la cinefilia espere más su última producción. Ya ni Tarantino. Nolan, con su impecable, compleja, estimulante y variada filmografía nos obliga a repensar el cine desde cada nueva propuesta que trae: El thriller con Following (1998) e Imsomnia (2002), la fragmentación del relato con Memento (2000), el cine de súper héroes con Batman Begins (2005), la ciencia ficción con Interestelar (2014) y ahora el cine bélico con Dunkerque (2017).

Esta última película es sobre aquel célebre capítulo de la Segunda guerra mundial cuando miles de soldados ingleses son rescatados del asedio alemán. En este caso, la gran apuesta de Nolan está en su propuesta narrativa: en primer lugar, con la alternancia de tres distintos tiempos en el relato, que obedecen a tres momentos y duraciones de ese mismo episodio: una semana de los soldados en playa, un día de los civiles rescatistas y una hora de un piloto.

En segundo lugar, concentrando (reduciendo, también se podría decir), el grueso del metraje en secuencias de acción que tenían como únicos objetivos sobrevivir o rescatar. Estas secuencias, además de verse potenciadas por el suspenso propio de su dinamismo y la alternancia con los otros momentos, con los otros tiempos, resultan especialmente acuciantes gracias a la música de Hans Zimmer, constituida por piezas casi desprovistas de melodías, incluso muchas veces de sonidos salidos de instrumentos convencionales, que transforman el ritmo, el drama y las atmósferas en pura angustia y desesperación, incluso de una forma dudosamente artificial.

Así que, con este juego de tiempos y de montaje, la historia casi limitada a la acción y la enfática banda sonora, la experiencia de la guerra que nos propone este gran director es visceral y emocional, aunque en un sentido inmediatista, es decir, el impacto de la guerra no está presente en personajes sólidamente construidos ni en sentimientos o emociones hondos o complejos.

Es otra forma de crear un relato bélico, y una no solo valida sino de gran intensidad y pericia cinematográfica, cargada de momentos e imágenes tan inolvidables como épicos y grandilocuentes. No obstante, a la luz de muchas de sus películas, que nos desafiaron la ética, la emoción y el intelecto, tal vez dudamos un poco con este planteamiento tan directo y casi primario. Es como si, parafraseando aquel viejo refrán, haya habido mucho cine y pocas nueces.