El origen, de Christopher Nolan

La realidad por capas

Por: Oswaldo Osorio

El mundo de los sueños es uno de los temas más viejos del cine. La realidad onírica es la que más fácil se le da a los medios del séptimo arte y a la que, junto con la fantástica, mejor provecho le ha sacado. Por eso, de tan recurrente que ha sido en las pantallas, es necesario que cada director que lo retome haga la diferencia, como ocurre en este filme. Porque no se trata de una cinta más sobre el tema, sino una de las más complejas y sofisticadas historias que se haya hecho, un verdadero viaje a las posibilidades del subconsciente y a su aprovechamiento argumental y narrativo.

Es difícil pensar en otro director de la industria que, en la última década, haya logrado combinar la originalidad, el talento y el éxito comercial como lo ha hecho Christopher Nolan. Está claro que lo suyo son los thrillers sicológicos. Pero no los limita simplemente al loquito sofisticado que asesina gente, tipo Hannibal Lecter, sino que su inmersión en la desequilibrada sicología de sus personajes siempre es más sólida y compleja que los clichés del género. Memento, Insomnia y hasta las dos últimas entregas de Batman tienen esta marca, la de no solo ser perfectos thrillers, sino también una inmersión en las profundidades de la sicología de sus personajes.

Al principio, esta película puede parecer una de tantas que recurren al esquema de hacer que la acción pase de una realidad a otra, un esquema que ha sido muy explotado, sobre todo en estos tiempos de realidades virtuales. Sin embargo, rápidamente se puede ver que no solo es un Matrix onírico, sino que tiene la capacidad de trascender esa simple y vieja idea de Alicia atravesando el espejo, para darle una vuelta de tuerca planteando una lógica similar a la de las muñecas rusas, las matriuskas, en la que una realidad es sólo una capa que recubre otra realidad y ésta, a su vez, encierra otra.

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La isla siniestra, de Martin Scorsese

Cine por encargo de un maestro del cine

Por: Íñigo Montoya

El título de este texto sería un argumento suficiente para descartar esta película. Quienes crean que van a ver una película del gran Martin Scorsese se equivocan, porque sólo verán un thriller sicológico escrito y filmado exactamente como dicta el manual. Es decir, si a un conocedor de la obra, los temas, las obsesiones y el estilo visual del director italoamericano le muestran esta película sin decirle que es suya, no sería posible que adivinara quién la hizo.

Así como ocurrió con El aviador (2004), que Scorsese accedió a filmar por solicitud de su nuevo amigo y estrella de cabecera, Leonardo Dicaprio, ésta cinta evidentemente tiene que ser un encargo, tal vez del mismo actor. Es cierto que se trata de un filme con la más alta factura visual y precisión narrativa, pero nada que no pueda hacer cualquier director de la escuela de Hollywood.

Pero el fondo, lo que nos dice la película y las ideas que pone en juego, no trascienden más allá de la típica trama hecha a partir de dos esquemas conocidísimos: por un lado, la pareja de investigadores que llegan a un misterioso lugar, donde todos parecen cómplices, a resolver un crimen, y por el otro, la trama sicológica en la que juegan con el espectador sobre quién está cuerdo y quién no.

El resultado de estos dos esquemas es de lo más decepcionante que se pueda ver en el cine, pues por una parte, todo lo que pasa está envuelto en un misterio que sólo al final de la película es explicado en una sola escena, y por otra parte, (y aquí debería dejar de leer quien aún no la ha visto), casi todo lo que ocurrió no fue verdad o era imaginado porque el protagonista estaba loco.

En definitiva, es lo que se llama una historia “engaña bobos”, una trama sólo para masticar mientras transcurre cada instante, porque en últimas no termina diciendo nada. Se acaba la película y se acaba el engaño. Si fuera una verdadera película de Martin Scorsese, habríamos salido pensando en sus personajes, en lo que les pasó y en las implicaciones morales de todo ello.

Revolutionary road, de Sam Mendes

Jugando al papá y a la mamá

Por: Oswaldo Osorio

La historia que cuenta esta película es una catástrofe mayor que el hundimiento del Titanic. Y es que el drama que aquí se presenta es propio de buena parte de la sociedad norteamericana y, por extensión, de un gran sector del mundo contemporáneo.

Esto a despecho de quienes piensan que verán otra romántica historia de amor protagonizada por la que es, según la taquilla, la pareja más popular del cine de todos los tiempos (DiCaprio-Winslet). Porque esta historia comienza donde el amor termina, o al menos donde éste deja de ser lo más importante.

 

Antes de que el espectador se haya acomodado en su butaca, el relato salta del paraíso del amor a primera vista al infierno del matrimonio, pues su director no se anda con rodeos y de entrada asume su asunto, esto es, poner al descubierto el vacío y la muda frustración que experimentan todas esas parejas aprisionadas en el esquema a partir del cual funciona la sociedad norteamericana, en especial esa aséptica clase media que vive en los suburbios jugando al papá y a la mamá, justo como lo dictan los comerciales de televisión.

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