El cine de Medellín y la violencia

Matar a Jesús, al Zarco, a Rosario, al Animal…

Oswaldo Osorio

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En el cine de Medellín siempre ha estado presente la violencia. Incluso en la inocencia y prosperidad de los años veinte, la película que inaugura esta cinematografía local, Bajo el cielo antioqueño (Gonzalo Acevedo, 1925), tiene un asesinato como parte esencial de la trama. Y después de Rodrigo D (Víctor Gaviria, 1990), la violencia ha sido el centro de prácticamente todas las producciones paisas, por lo que es el elemento que más define su cine, como también el aspecto que mejor ha posibilitado obras reflexivas y comprometidas con entender y explicar esta ciudad.  Continuar leyendo

Rodrigo D y la Cinemateca de Medellín

Por la memoria fílmica

Oswaldo Osorio

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Es probable que Rodrigo D: No futuro, de Víctor Gaviria, sea si no la más, una de las más importantes películas del cine colombiano. Las razones son muchas: la forma como descubre una parte de la ciudad y un universo marginal inéditos en el cine nacional, el uso de un método de trabajo e investigación que tiene como base el realismo y los actores naturales, el visceral uso de la música, su audaz propuesta alejada de la narrativa clásica y su inclusión en la selección oficial del Festival de Cannes.

Por esa importancia es que Proimágenes Colombia y la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano acaban de hacerle un proceso de restauración que, además, le dará una nueva vida en el formato digital (se hizo junto con otros tres cortos del director: Los habitantes de la noche, La vieja guardia y Los músicos). Esta labor de recuperación y restauración de la historia fílmica del país, que ya se ha hecho con el cine silente, la obra de Carlos Mayolo o la de Dunav Kuzmanich, evidencia la consciencia que ya existe acerca de la importancia de los archivos como parte esencial de la memoria nacional.

Lo significativo de esta cinta y su recuperación resultó ser ideal y de gran fuerza simbólica para presentar, el pasado 25 de agosto, la Cinemateca Municipal de Medellín, una necesidad por la que el gremio audiovisual estuvo reclamando e impulsando hasta que fue posible encontrar la voluntad política para ponerla en marcha. La Cinemateca, además, será precisamente dirigida por el cineasta Víctor Gaviria, de quien es conocido no solo su interés en el cine por hacer películas, sino que siempre se le ha visto como un gestor de la cultura cinematográfica, especialmente a través de los festivales que dirige y organiza.

El emblemático Teatro Lido, que será la sede inicial de la Cinemateca, casi llenó sus 1200 butacas para presenciar este nacimiento de la esperada entidad del cine antioqueño y la reencarnación al digital de su obra más importante. Ver Rodrigo D después de más de un cuarto de siglo de estrenada (1990) fue constatar tanto lo significativo de esos factores enumerados en el primer párrafo como la certeza del vital papel que cumple el cine como parte de la memoria de una sociedad.

Esa ciudad de Medellín que mira Víctor Gaviria a mediados de los ochenta, es una sociedad escindida, y en ella se revela un universo marginal marcado por la desesperanza de una generación que veía negado su futuro, los unos por vía de una suerte de nihilismo punk y los otros porque siempre están de cara a la muerte en su dinámica delincuencial como consecuencia de un mundo sin oportunidades.

Es un relato que sigue con la vitalidad y relevancia de hace casi tres décadas, con la furia del punk y el metal dándole voz a una generación sin expectativas de vida, así como con el espíritu de un cine que prescinde del argumento clásico y del uso de la acción como gancho, porque prefiere ser consecuente con ese universo atropellado y caótico que empezaba a explicar la oscura noche que estaba a punto de cubrir a esta ciudad.

La mujer del animal, de Víctor Gaviria

El mal inmutable

Oswaldo Osorio

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Nuevamente Medellín, la marginalidad, la violencia y el realismo son los insumos para la construcción de una película de Víctor Gaviria, y aun así, es una historia y un relato distintos a sus otros tres célebres largometrajes (Rodrigo D, La vendedora de Rosas, Sumas y restas) y a ese -menos difundido- puñado de buenos cortometrajes. Se reconoce su escritura, su mirada y su universo, pero refiriéndose a otros temas, personajes y época, en este caso una dura y conmovedora historia sobre el maltrato femenino ambientada en un barrio de invasión durante los años setenta.

Bien pudo haber sido la historia de El animal, un hombre violento, posesivo y de conducta criminal, pero el relato se decide por mirarla desde Amparo (que son dos en una), aquella joven que este hombre rapta y confina en medio de agresiones y humillaciones.  Pocas veces el punto de vista se separa de ella y con esto asume la posición de la víctima, que no es una sino todas las mujeres en esa situación, y lo hace como este cineasta suele tratar a sus personajes más infortunados, con respeto por su sufrimiento, ternura en su acercamiento y lucidez para crear empatía con el espectador.

En la contraparte está Libardo, cuyo apodo evidencia el hecho de que en él no hay atisbo alguno de humanidad, ni por Amparo ni por ninguna de sus víctimas, tampoco siquiera por su propia familia. Es el mal personificado, sin ninguna leve sombra de compasión o duda, y así permanece de principio a fin, casi sin matices, lo que de cierta manera uniforma el transcurso del argumento. Aunque sin duda es la figura más potente e inolvidable de toda la película y el recurso que, por contraste, carga de fuerza dramática a la protagonista y hace de su situación un contundente alegato contra la violencia de género en particular y contra la arbitraria imposición de la violencia en general. Además, a diferencia de él, Amparo sí se transforma paulatinamente, y al final se evidencia en su gesto las consecuencias del sufrimiento y de su endurecimiento ante la vida.

No menos violento y arbitrario, es ese régimen de silencio, miedo y complicidad de todos los testigos de aquel agresivo sometimiento, lo cual se suma a la casi total ausencia del estado o de cualquier referente de orden legal o hasta moral. Es un universo de precaria civilidad y de supervivencia construido veraz y minuciosamente desde el diseño de arte y la dirección de actores. Especialmente en este último apartado se evidencia el grado de madurez y eficacia que ha alcanzado Gaviria con lo que es tal vez el más significativo aporte de su método al cine nacional. Su trabajo con actores naturales es la base de sus historias y expresión, así como una herramienta de investigación y praxis del cine que ya ha hecho escuela.

En esta cuarta película amplía su mirada de la ciudad de Medellín, esta vez reconstruyendo el mundo moral sobre el que se erigieron muchos barrios de la periferia de la ciudad. Aquí Víctor Gaviria mira al pasado y al que bien pudo ser el origen de los personajes y la violencia que luego marcaron a esta sociedad, enfocándose en los seres más vulnerables en esas situaciones, la mujeres y los niños, y creando con ello, una vez más, un estudio antropológico y también histórico, una denuncia sin panfletarismos que hoy es más actual que nunca, y un afinado modelo de cómo podría ser idealmente el realismo cinematográfico.

 

Víctor Gaviria

Realidades inmersas en narraciones mordaces

Por: Andrea Carolina Guerra Posada


“Hay muchas clases de reinos. Entre los más pobres hay algunos que superan a los demás en pobreza, llevan con una alegría inusual su saco y su sombrero agujereados, su espíritu a prueba de todo resplandece con el simple paso del tiempo…”

Este pequeño fragmento del poema “La novia que no duerme” de VíctorGaviria resume lo que es el cine para él, un cine que llego por accidente cuando el solo quería ser escritor. Un cine lleno de realismo y soberbia. En medio de la porno miseria, del cine de realidad de JoséArzuaga y de los inicios de los grandes carteles del narcotráfico en Medellín nace el cine realista de VíctorGaviria quien ve en el cine otra forma de conocer y comunicar la realidad de un país excluyente, sumergido en la indiferencia. Hablar del cine de VíctorGaviria es hablar de compromiso social, actores naturales, de lenguaje parlache, camaradería y locaciones auténticas.

Algo evidente y muy natural en el cineasta VíctorGaviria es el hecho de sumergirse en un proceso de investigación intenso en el que descubre todos los inconvenientes que viven a diario sus protagonistas, en ese camino largo y turbulento en el que andan. Víctor. De esas experiencias o existencias a documentar saca las bases en las que construye sus nuevas historias, es por ello que muchos le acusan de realizar documentales en vez de argumentos, muy a pesar de todo esto el sigue viviendo miles de horas con los protagonistas, miles de horas siendo su amigo y viviendo como ellos. Y esto indudablemente se ve reflejado en esos filmes honestos, intensos, verdaderos y llenos de vida propia, que realiza. Para VíctorGaviria el guion tiene que estar ensamblado en la investigación de campo, en la que se desarrolla un constante dialogo que lleva a la cocreación directa y permanente de la película. Si hay algo que Víctor Gaviria logra con propiedad es ese trabajo al interior de los personajes, desde el exterior, en el que todo detalle es importante, ya que le da un sentido de realidad y, sinceridad [1]

Para VíctorGaviria un actor natural es aquel que lleva su vida acuestas y que la adhiere a todas las actividades que realiza sin necesidad de que alguien lo pueda constatar. Un ejemplo de esto es la utilización de palabras o frases propias de los actores al interior de la película, frases como “esas no son penas”, o como decían en Rodrigo D (1990), “normal”, o la de La vendedora de rosas (1998) “para qué zapatos si no hay casa” Son expresiones que tienen significado, y que son respuestas a una realidad social y vivencial. Es por esto que los actores naturales de Víctor Gaviria siempre están expuestos a puntos medios no parecen ni muy buenos ni muy malos, Mas bien se encuentran en ese punto gris en el que a la final todos nos paramos.

En el afán de huir de ese racismo o clasismo intelectual en el que la mayoría de veces se ve envuelto el cine colombiano, Víctor Gaviria ha creado un cine de realidad en el que los actores pueden ser unos pobres y unos arrastrados, pero tienen mucho poder [2] el poder que les da este en ese universo propio que les crea. Gracias a esto y a muchas cosas másVíctor Gaviria ha logrado un sello y un estilo propio que con el tiempo fue reconocido, en el que la conjugación de los elementos apropiados hace de la obra de Gaviria un legado sólido y maduro.

VíctorGaviria desde sus inicios ha mostrado el profundo inconformismo que siente alrededor de la sociedad desigual y burgués del país, especialmente de la sociedad medellinense que siempre está alardeando de progreso, tradición y bonanza, cuando en realidad en sus calles hay pobreza, vandalismos y exclusión. El principal reflejo de esto es su opera prima Rodrigo D: No futuro en la que le da una cachetada a todas esas promesas y creencias de un futuro mejor, mostrándonos a un grupo de jóvenes anarquistas que no creen en nada, que no tienen ni Dios ni ley, que lo único que esperan es el momento de morir. Rodrigo D, es una película de desesperanza, de rupturas y caos. La vida para estos jóvenes amantes del punk consiste en poseer un arma, una mujer y ropa de moda, vivir disfrutando de todo esto hasta que llegue el día del adiós final, de un adiós esperado con valentía y gozo.

En un país donde las clases dominantes son las que tienen la última palabra, “Rodrigo D: No futuro” quiso ser desechada pero muy a pesar de esto consiguió no solo ser aceptada por los organizadores del festival de cine de Cannes sino por el curador de la sección de cinematografía del museo de arte moderno de nueva york.  Evidentemente por más que las clases dominantes estuvieran revueltas ya no podían hacer nada, porque Rodrigo D: No futuro no solo era un éxito de Gaviria sino un éxito de la cinematografía colombiana, en la que se hablada de la realidad de Medellín una ciudad  aparentemente pujante y progresista, que en sus calles y comunas esconde una profunda cultura desconocida para la mayoría, la cultura del “No futuro” tapada por ideales e intereses políticos. Este fue el gran dilema de Gaviria al atreverse a mezclar realidad social con política y anarquismo sin delimitar el lenguaje cinematográfico utilizado, es por esto que no se puede saber a ciencia cierta que es Rodrigo D: No futuro, si un documental, un testimonio o un argumental. Lo que sí es evidente es la importancia de esta nueva dramaturgia que plantea Gaviria a lo largo de su obra.

Continuando con el cine polémico y de contenido de Víctor Gaviria aparece ante nuestros ojos  La vendedora de rosas (1998) una historia bañada de pueblo, niños y calle. En la que se cuenta la historia de Mónica, una niña de 13 años golpeada por la soledad quien se encuentra la mayor parte del tiempo en la calle, compartiendo este espacio y sus vivencias con otros de su misma edad. Mónica decide vender rosas en la ciudad de Medellín un día antes y durante la noche de navidad, por cosas del destino esta hermosa niña de 13 años se topa con un borracho que le obsequia un reloj, el cual a grandes rasgos termina siendo el causante de su muerte.

Esta película hecha como la anterior con actores naturales, permite ver la espontaneidad de la realidad en que se desenvuelven los protagonistas. Partiendo de su lenguaje (el parlache), la significación de su entorno, su modo de vestir, de pensar y contradecirse. Permiten evidenciar esa cultura sumergida dentro de los muros y las calles, esa cultura que aún nos negamos aceptar y que podemos palpar en el destino trágico de los actores que intervinieron en la obra, esos que terminaron muertos, encarcelados o en el olvido.

Después del flamante éxito de la vendedora de rosas Víctor Gaviria decide explorar el fenómeno que en últimas era el trasfondo de las películas mencionadas con anterioridad. El fenómeno del narcotráfico. Sumas y restas (2005) Es una película que paradójicamente y muy a pesar de su temática no enfrenta policías ni ladrones, y en la que casi no hay derramamiento de sangre. Es una película que se centra más en mostrar los matices culturales y en ese cambio de vida que surge al involucrarse en el negocio de la droga. Logrando todo esto a través de personajes de bajo perfil y basándose en la historia real de un amigo, Víctor Gaviria obtuvo como resultado una película honesta que habla de esa búsqueda de las cosas que nos han confundido el camino, del cambio de los códigos y valores al deseo tortuoso por tener cada vez más y más dinero, sin importar nada más que ese deseo.

La naturaleza sensible de Víctor Gaviria, sus ojos de poeta, su conciencia social fuertemente arraigada, y el enfoque antropológico y sociológico que le da a su trabajo facilitan a través de la etnografía la creación de dichas obras majestuosas llenas de realismo y pureza con las que a lo largo de los años nos ha venido sorprendiendo, no sabemos a ciencia cierta cuálserá su próximo acierto o si simplemente desatinara lo que sí es seguro es que en su próxima película se verá reflejada nuevamente ese compromiso que tiene con la realidad en la que en este país todos estamos inmersos.

La ética del cine

Una definición de pornomiseria

Por: Oswaldo Osorio

Una de las más famosas frases del cine es la que dice que un travelling –que es un movimiento de la cámara- es cuestión de moral (Jean-Luc Godard). Ella se refiere a que cuando un director mueve la cámara, ese movimiento puede tener unas implicaciones morales. Por ejemplo, ante la imagen de un hombre cruelmente asesinado, acercar o no la cámara hasta la mueca de muerte y dolor de su rostro, no es una decisión técnica sino moral. O también, la decisión de dejar un acto de tortura (sea en documental o ficción) unos largos y agónicos cinco minutos y sólo unos cuantos segundos, ésa también es una decisión ética.

En Colombia las decisiones de qué se muestra y cómo se muestra necesariamente pasan por consideraciones éticas, sobre todo cuando buena parte de las imágenes del cine y el audiovisual nacional tienen mucho que ver con su realidad violenta y marginal. De ahí es que proviene el concepto de pornomiseria, acuñado por Luis Ospina y Carlos Mayolo en su imprescindible  película Agarrando pueblo (1978).

Pero pornomiseria no es cualquier película que hable de violencia o marginalidad, pues el tema no es la única condición para que se considere como tal. El asunto definitivo que decide si una película es o no pornomiseria es el tratamiento que se le da a esos temas, la forma como el director los mira, es decir, su ética a la hora de abordarlo.

Es un gran error pensar que, por ejemplo, una película como La vendedora de rosas es pornomiseria. Hay que considerar la forma en que Víctor Gaviria es capaz de acercarse a ese universo marginal de las niñas de la calle y entenderlo, para luego darlo a conocer de una forma contundente pero no desprovista de poesía y hasta desvalida ternura.

El problema es cuando esa realidad es mirada desde el asombro o la indignación, y tratada de forma sensacionalista, sólo para impactar y llamar la atención, para asombrar al espectador de la misma forma en que el realizador en su ignorancia, en su papel de fisgón amarillista, se acercó a esa realidad. El ejemplo perfecto de esto es el documental La sierra (Margarita Martínez, Scott Dalton, 2005), que desde la primera imagen –un cadáver en un rastrojo con la cara llena de moscas mostrado en primer plano- ya nos damos cuenta de sus intenciones.

En lo que tiene que ver con la ética, el cine puede tratar cualquier tema. El asunto es que con las imágenes de cine, en especial con las de este país, tener presente que un travelling es cuestión de moral, es un asunto capital.

Premio Nacional de Cine para una película de Medellín

El cine de Medellín hasta hace poco se reducía a Víctor Gaviria. Lo demás, era muy poco y de cuestionable calidad. Con la película Apocalípsur, de Javier Mejía, aparece una nueva versión de la ciudad, una nueva forma de verla.

Es una película que también trata de algunos de los problemas de Medellín, pues se ambienta en la época del narcoterrorismo, pero la forma como está construida su historia, sus protagonistas –jóvenes de estratos altos- y el énfasis puesto en la amistad y en las expectativas de estos jóvenes en la vida,  la hace una cinta inédita y cargada de virtudes.

El Premio Nacional de Cine que le acaba de otorgar un grupo de personalidades internacionales, en el marco de la semana del cine colombiano, es la constatación de la calidad y la marcada diferencia que tiene esta película en relación con el cine reciente del país. Ya el Festival de Cartagena había hecho lo mismo, así como otra serie de eventos internacionales.

Así que no es la opinión de unos pocos, es un consenso que existe en torno a la importancia de esta cinta, una importancia que no tuvo eco en el público colombiano, ni siquiera en el de la ciudad, que no la acompañaron en su paso por la cartelera, lo cual evidencia cuál es el principal problema del cine nacional: su público.
O.O.