Contienda electoral: ¿democracia imperfecta o circo romano?

Giovanny Cardona Montoya, abril 17 de 2022.

 

Cada cierto tiempo – en el caso colombiano es cada cuatro años- se abre el debate electoral para un cambio de gobierno. Aunque nuestra democracia ha madurado gracias a hitos como la casi universal alfabetización de la población o la Constitución política de 1991, no se puede desconocer que aún arrastramos un lastre de insuficiencias que nos alejan conceptualmente del Contrato Social de Rousseau y en términos fácticos, de los logros en otros países como Suiza o los escandinavos, por ejemplo.

De dicho lastre destaco estas dos características que se acentúan elección tras elección: la expectativa de que “elegiremos la persona que lo resolverá todo” y el hecho de que las campañas cada vez parecen más una caricatura del Caudillismo Competitivo de Schumpeter: la lucha de las élites por el voto de las masas, a través de un “circo electoral abrigado por una carpa de formas democráticas”.

1. Elegiremos la persona que lo resolverá todo.

La primera particularidad es cuestionable en tanto decidimos desconocer la real complejidad de los problemas socio-económicos, políticos y culturales. El presidencialismo creado en América se ha convertido en una especie de mesianismo político. La sobrevaloración de la figura del presidente, reforzada por ciertos políticos que se consideran a sí mismos “elegidos entre todos, por la divina providencia” (léase, Chávez, Uribe, Bukele) y que se consolidó con la “epidemia del reeleccionismo” a comienzos de este siglo en América Latina, desvía la atención de los hacedores de política pública, los académicos y la sociedad civil en general, olvidando el carácter complejo de los principales problemas, lo que se distancia de la dimensión Estatal del debate -en lugar de gubernamental- y de su perspectiva de largo plazo en lugar del activismo cortoplacista.

Por ignorancia o negligencia -o por un poco de ambas-, centramos las campañas electorales no en los programas de gobierno, ni en partidos claramente definidos, sino, en sujetos a quienes consideramos “superpoderosos” y que, desde el poder ejecutivo darian rienda suelta a su creatividad y entusiasmo para sacarnos de nuestras mayores dificultades. No sólo estamos desconociendo la complejidad de éstas, sino, la relevancia del Estado, compuesto por otras ramas del poder público que tendrán un papel notable en cualquier decisión de fondo que se vaya a tomar.

el presidenteEste “infantilismo electoral” se robustece con la ausencia de partidos políticos sólidos que den identidad ideológica a los programas de gobierno, a los políticos que los encarnan y a las bancadas en el congreso. Por ello, nisiquiera somos capaces de diferenciar en el mediano plazo una bancada de gobierno, de otra de oposición. El congreso es una “licuadora” que mezcla cotidianamente compromisos, apoyos, beneficios unipersonales y, raramente, identidades programáticas. El respectivo Ministro de Gobierno o Interior debe ser un artesano para tejer alianzas vagas para nada inspiradas en identidad partidista, sino construidas con los hilos finos del erario público y repartidos uno a uno, persona a persona, hasta lograr las mayorías requeridas.

Pero, volviendo al mesianismo presidencial y la superficialidad en el debate, podemos ver la discusión actual alrededor del régimen pensional en Colombia. Las posturas vagas y superficiales se reducen a una querella pseudo-ideológica entre el defensor de los fondos privados de pensiones y el que aboga por un sistema de pensiones de carácter público.

No es un tema menor y los argumentos de lado y lado también cuentan con elementos de fondo; no todo es proselitismo. Sin embargo, reducir el análisis a una cuestión sobre el tipo de organizaciones que deben administrar los ahorros pensionales, es un error garrafal. El sistema pensional colombiano adolece al menos de cuatro problemas centrales:

1. La mayoría de las personas que llegan a la edad de retiro no alcanzan a recibir una pensión;

2. Hay una brecha de inequidad entre el porcentaje de hombres que alcanza la jubilación y el de mujeres;

3. Los fondos privados no pueden garantizar una renta de jubilación digna para los trabajadores que llegan a la edad de retiro: hay una enorme brecha entre la mesada que se adjudica y el último salario del trabajador;

4. Aunque Colpensiones puede ofrecer una pensión más elevada, su base financiera es frágil y se convierte, año tras año, en un enorme hueco fiscal.

Como podemos ver con este ejemplo, se habla de los fondos de pensiones -públicos o privados-, sin analizar problemas-raíz como la informalidad laboral -un gran porcentaje de la población no cotiza para tener pensión-; sin estudiar la estructura fiscal del país que ya cuenta con unos pasivos significativos que comprometen ingresos del Estado por varias décadas- o sin tener en cuenta el cambio demográfico que vive el país: envejecimiento de la población, aumento de la expectativa de vida y reducción gradual de la población infantil y juvenil, etc.

No es viable un sistema pensional justo y sostenible para varias generaciones sin tener en cuenta estas complejas dimensiones de la realidad. Se trata de un problema de Estado que requiere una propuesta de solución estructural, la cual sólo se podrá ejecutar gradualmente si se tienen en cuenta las raíces del problema, no sólo sus síntomas. Pero, como cantos de sirenas, las candidatos presidenciales nos atraen con ideas parciales pero mediáticamente impactantes (“se van a robar mis ahorros”, “es que los fondos privados se están enriqueciendo”) que nos llevan como borregos a tomar partido, cuando realmente no se está discutiendo el tema con suficiente amplitud y profundidad.

2. Circo electoral abrigado por una carpa de formas democráticas.

Pero, si la falta de cultura política se reflejara sólo en la simplicidad del debate sobre los temas de fondo, podríamos decir que hay un avance en la dirección correcta hacia una democracia real, no formal. No podemos todos los ciudadanos comprender a fondo los temas de infraestructura, seguridad, salud pública, educación, etc. Qué el debate gire alrededor de dichos temas ya es un avance, esperando que las nuevas generaciones enriquezcan la discusión. Pero hemos caído más profundo aún.

La actual campaña electoral se ha convertido en una riña de gallos, para lo cual la galería se halla atiborrada de público. Un amplio público enardecido, ebrio de pasión electoral y motivado por medios de comunicación y redes sociales que enriquecen la velada con información falsa o con comentarios vagos para mantener al máximo la adrenalina de los electores. Nada de fondo, nada serio, nada profundo: todo es especulación dirigida a mover nuestras fibras de la emoción.

Pareciera que tuviéramos que elegir al que tenga la menor cantidad de “malas compañías”. Los adeptos y miembros de las campañas se ocupan de escudriñar el basurero para encontrar algo con qué enlodar al candidato que no es de su preferencia. No importa si no es verdad o si no está totalmente claro; lo valioso es que entretenga al público hasta el día de las elecciones. ¿Dónde quedó el debate de las ideas?

manipulacion de opinion publicaEl problema mayor es que este circo mediático se abriga con la carpa de la democracia: ¡Es que los debates en televisión son importantes! ¡Es que la gente tiene derecho a ser informada y a opinar!

No estamos cuestionando las manifestaciones democráticas en forma de debates, libertad de expresión, candidatos, elecciones, votos. Todo esto hay que defenderlo. Pero la democracia formal no es real si no se le llena de contenido. Si el debate entre candidatos no tiene sentido político sino que parece un reality show, si en redes sociales puedo mentir, acusar y desacreditar sin asumir ninguna responsablidad, si los electores no entienden lo que se habla, si se puede mentir abiertamente para convencer, entonces, no es real esta democracia, es aparente.

Suficientemente débil ya ha sido la democracia cuando el hambre facilita la seducción del elector con prevendas mínimas (compra de votos) y cuando la baja cobertura educativa y la pobre educación en cultura ciudadana hacen del elector presa fácil de las mentiras, engaños e ideas vagas. Ya esto ha sido una “histórica pata coja” en nuestra mesa de la democracia; pero que, ahora que podemos acceder a la información y crear contenidos con gran facilidad, estemos pasando de una democracia limitada a un reality show es un indicio de que no avanzamos en la dirección correcta.

Screenshot_20220402-114322_3Infográfico publicado por el diario La República con datos del DANE en tiempos de pandemia. Según el DANE, las familias vulnerables son aquellas con ingresos percápita inferiores a 654.000 pesos mensuales (aproximadamente 160 dólares) y los pobres con ingresos inferiores a 332.000 (más o menos 80 dólares). Un país donde 36 millones -de 49 millones que es el total- vive al filo de la pobreza o es pobre, dificilmente puede contar con una democracia creible.

En síntesis, estamos siendo testigos de un proceso electoral que eleva a la calidad de divinidad al candidato presidencial -omitiendo la importancia de los partidos políticos sólidos y de la rama legislativa del poder público-; que simplifica los grandes debates al punto de banalizarlos; que evade otras grandes preguntas como la del incierto futuro de la vida en el planeta por cuenta del calentamiento global; y que se estructura en forma de un gran espectáculo mediático que, legitimado bajo las formas de la democracia, esconde el fondo de la misma y nos vuelve la memoria a los tiempos del circo romano.

 

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