Contienda electoral: ¿democracia imperfecta o circo romano?

Giovanny Cardona Montoya, abril 17 de 2022.

 

Cada cierto tiempo – en el caso colombiano es cada cuatro años- se abre el debate electoral para un cambio de gobierno. Aunque nuestra democracia ha madurado gracias a hitos como la casi universal alfabetización de la población o la Constitución política de 1991, no se puede desconocer que aún arrastramos un lastre de insuficiencias que nos alejan conceptualmente del Contrato Social de Rousseau y en términos fácticos, de los logros en otros países como Suiza o los escandinavos, por ejemplo.

De dicho lastre destaco estas dos características que se acentúan elección tras elección: la expectativa de que “elegiremos la persona que lo resolverá todo” y el hecho de que las campañas cada vez parecen más una caricatura del Caudillismo Competitivo de Schumpeter: la lucha de las élites por el voto de las masas, a través de un “circo electoral abrigado por una carpa de formas democráticas”.

1. Elegiremos la persona que lo resolverá todo.

La primera particularidad es cuestionable en tanto decidimos desconocer la real complejidad de los problemas socio-económicos, políticos y culturales. El presidencialismo creado en América se ha convertido en una especie de mesianismo político. La sobrevaloración de la figura del presidente, reforzada por ciertos políticos que se consideran a sí mismos “elegidos entre todos, por la divina providencia” (léase, Chávez, Uribe, Bukele) y que se consolidó con la “epidemia del reeleccionismo” a comienzos de este siglo en América Latina, desvía la atención de los hacedores de política pública, los académicos y la sociedad civil en general, olvidando el carácter complejo de los principales problemas, lo que se distancia de la dimensión Estatal del debate -en lugar de gubernamental- y de su perspectiva de largo plazo en lugar del activismo cortoplacista.

Por ignorancia o negligencia -o por un poco de ambas-, centramos las campañas electorales no en los programas de gobierno, ni en partidos claramente definidos, sino, en sujetos a quienes consideramos “superpoderosos” y que, desde el poder ejecutivo darian rienda suelta a su creatividad y entusiasmo para sacarnos de nuestras mayores dificultades. No sólo estamos desconociendo la complejidad de éstas, sino, la relevancia del Estado, compuesto por otras ramas del poder público que tendrán un papel notable en cualquier decisión de fondo que se vaya a tomar.

el presidenteEste “infantilismo electoral” se robustece con la ausencia de partidos políticos sólidos que den identidad ideológica a los programas de gobierno, a los políticos que los encarnan y a las bancadas en el congreso. Por ello, nisiquiera somos capaces de diferenciar en el mediano plazo una bancada de gobierno, de otra de oposición. El congreso es una “licuadora” que mezcla cotidianamente compromisos, apoyos, beneficios unipersonales y, raramente, identidades programáticas. El respectivo Ministro de Gobierno o Interior debe ser un artesano para tejer alianzas vagas para nada inspiradas en identidad partidista, sino construidas con los hilos finos del erario público y repartidos uno a uno, persona a persona, hasta lograr las mayorías requeridas.

Pero, volviendo al mesianismo presidencial y la superficialidad en el debate, podemos ver la discusión actual alrededor del régimen pensional en Colombia. Las posturas vagas y superficiales se reducen a una querella pseudo-ideológica entre el defensor de los fondos privados de pensiones y el que aboga por un sistema de pensiones de carácter público.

No es un tema menor y los argumentos de lado y lado también cuentan con elementos de fondo; no todo es proselitismo. Sin embargo, reducir el análisis a una cuestión sobre el tipo de organizaciones que deben administrar los ahorros pensionales, es un error garrafal. El sistema pensional colombiano adolece al menos de cuatro problemas centrales:

1. La mayoría de las personas que llegan a la edad de retiro no alcanzan a recibir una pensión;

2. Hay una brecha de inequidad entre el porcentaje de hombres que alcanza la jubilación y el de mujeres;

3. Los fondos privados no pueden garantizar una renta de jubilación digna para los trabajadores que llegan a la edad de retiro: hay una enorme brecha entre la mesada que se adjudica y el último salario del trabajador;

4. Aunque Colpensiones puede ofrecer una pensión más elevada, su base financiera es frágil y se convierte, año tras año, en un enorme hueco fiscal.

Como podemos ver con este ejemplo, se habla de los fondos de pensiones -públicos o privados-, sin analizar problemas-raíz como la informalidad laboral -un gran porcentaje de la población no cotiza para tener pensión-; sin estudiar la estructura fiscal del país que ya cuenta con unos pasivos significativos que comprometen ingresos del Estado por varias décadas- o sin tener en cuenta el cambio demográfico que vive el país: envejecimiento de la población, aumento de la expectativa de vida y reducción gradual de la población infantil y juvenil, etc.

No es viable un sistema pensional justo y sostenible para varias generaciones sin tener en cuenta estas complejas dimensiones de la realidad. Se trata de un problema de Estado que requiere una propuesta de solución estructural, la cual sólo se podrá ejecutar gradualmente si se tienen en cuenta las raíces del problema, no sólo sus síntomas. Pero, como cantos de sirenas, las candidatos presidenciales nos atraen con ideas parciales pero mediáticamente impactantes (“se van a robar mis ahorros”, “es que los fondos privados se están enriqueciendo”) que nos llevan como borregos a tomar partido, cuando realmente no se está discutiendo el tema con suficiente amplitud y profundidad.

2. Circo electoral abrigado por una carpa de formas democráticas.

Pero, si la falta de cultura política se reflejara sólo en la simplicidad del debate sobre los temas de fondo, podríamos decir que hay un avance en la dirección correcta hacia una democracia real, no formal. No podemos todos los ciudadanos comprender a fondo los temas de infraestructura, seguridad, salud pública, educación, etc. Qué el debate gire alrededor de dichos temas ya es un avance, esperando que las nuevas generaciones enriquezcan la discusión. Pero hemos caído más profundo aún.

La actual campaña electoral se ha convertido en una riña de gallos, para lo cual la galería se halla atiborrada de público. Un amplio público enardecido, ebrio de pasión electoral y motivado por medios de comunicación y redes sociales que enriquecen la velada con información falsa o con comentarios vagos para mantener al máximo la adrenalina de los electores. Nada de fondo, nada serio, nada profundo: todo es especulación dirigida a mover nuestras fibras de la emoción.

Pareciera que tuviéramos que elegir al que tenga la menor cantidad de “malas compañías”. Los adeptos y miembros de las campañas se ocupan de escudriñar el basurero para encontrar algo con qué enlodar al candidato que no es de su preferencia. No importa si no es verdad o si no está totalmente claro; lo valioso es que entretenga al público hasta el día de las elecciones. ¿Dónde quedó el debate de las ideas?

manipulacion de opinion publicaEl problema mayor es que este circo mediático se abriga con la carpa de la democracia: ¡Es que los debates en televisión son importantes! ¡Es que la gente tiene derecho a ser informada y a opinar!

No estamos cuestionando las manifestaciones democráticas en forma de debates, libertad de expresión, candidatos, elecciones, votos. Todo esto hay que defenderlo. Pero la democracia formal no es real si no se le llena de contenido. Si el debate entre candidatos no tiene sentido político sino que parece un reality show, si en redes sociales puedo mentir, acusar y desacreditar sin asumir ninguna responsablidad, si los electores no entienden lo que se habla, si se puede mentir abiertamente para convencer, entonces, no es real esta democracia, es aparente.

Suficientemente débil ya ha sido la democracia cuando el hambre facilita la seducción del elector con prevendas mínimas (compra de votos) y cuando la baja cobertura educativa y la pobre educación en cultura ciudadana hacen del elector presa fácil de las mentiras, engaños e ideas vagas. Ya esto ha sido una “histórica pata coja” en nuestra mesa de la democracia; pero que, ahora que podemos acceder a la información y crear contenidos con gran facilidad, estemos pasando de una democracia limitada a un reality show es un indicio de que no avanzamos en la dirección correcta.

Screenshot_20220402-114322_3Infográfico publicado por el diario La República con datos del DANE en tiempos de pandemia. Según el DANE, las familias vulnerables son aquellas con ingresos percápita inferiores a 654.000 pesos mensuales (aproximadamente 160 dólares) y los pobres con ingresos inferiores a 332.000 (más o menos 80 dólares). Un país donde 36 millones -de 49 millones que es el total- vive al filo de la pobreza o es pobre, dificilmente puede contar con una democracia creible.

En síntesis, estamos siendo testigos de un proceso electoral que eleva a la calidad de divinidad al candidato presidencial -omitiendo la importancia de los partidos políticos sólidos y de la rama legislativa del poder público-; que simplifica los grandes debates al punto de banalizarlos; que evade otras grandes preguntas como la del incierto futuro de la vida en el planeta por cuenta del calentamiento global; y que se estructura en forma de un gran espectáculo mediático que, legitimado bajo las formas de la democracia, esconde el fondo de la misma y nos vuelve la memoria a los tiempos del circo romano.

 

Democracia, la verdadera utopía.

El ser humano se debate entre absolutos y utopías. En alguna época la verdad indiscutible era “exportar mucho e importar poco”. En las últimas décadas el liberalismo económico, en su versión neoliberal, ha sido tratado como una profesía realizada. No por casualidad, Fukuyama alcanzó a declarar que el final de siglo XX, neoliberal y sin la amenaza del comunismo soviético, era “el final de la historia”.

Pero no sólo hay absolutos en la economía; también en la dimensión religiosa, dominada a lo largo de los siglos por paradigmas como el cristianismo, el islam o el hinduismo. Verdades indiscutidas para miles de millones de personas.

En el ámbito político, la democracia es, tal vez, el absoluto más consolidado. Aunque se respeta o se convive con ciertos regímenes no democráticos -como el chino o los tribales de algunas provincias de países africanos o de pueblos originarios en Suramérica y Centroamérica-, la realidad es que la democracia se venera como uno de los mayores bienes públicos de la humanidad: “hemos llegado a Itaca” ó “hemos encontrado el Dorado“.

Pero, así como los grupos sociales, los pueblos o las llamadas civilizaciones (occidental, árabe-islámica, etc.) se han erigido sobre paradigmas temporalmente indiscutibles (décadas, siglos, milenios); también es verdad que la dialéctica de los procesos sociales y de la naturaleza ha servido de método para estructurar las antítesis que nuevas generaciones han antepuesto a los postulados dominantes de las diferentes épocas.

A lo largo del siglo XX, el capitalismo fue confrontado con la utopía del socialismo: “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo” sentenciaba Marx en su manfiesto,a finales del siglo XIX. Y su fantasma se materializó en forma de un bolchevismo que sacudió el orden establecido hasta la caída del muro de Berlín. A las religiones se les han antepuesto el ateismo y el agnosticismo, dos primos que a veces confundimos con gemelos.

Pero estos son sólo ejemplos del binomio diálectico, absolutos-utopías, que ha guiado a la humanidad a lo largo de su historia. Aunque suene muy contundente, desde diversas perspectivas se puede afirmar que hemos llegado a nuestra mejor versión posible de la historia: nunca habíamos desarrollado, como especie humana, tanta capacidad de dominar la naturaleza para nuestro beneficio.

Pero, nuestra mejor versión posible de la historia no significa que sea la ideal; menos aún, que sea la apropiada para nuestro futuro.

En este momento histórico, la humanidad enfrenta un conjunto de retos que llevan a crecientes grupos poblacionales a clamar por nuevas utopías: la crisis del calentamiento global; la inequidad socio-económica que se traduce en millones de personas que viven en condiciones que creiamos superadas hace más de un siglo (desnutrición, mortalidad infantil, analfabetismo, discriminación de raza y género); y los riesgos de una guerra o de un “accidente” nuclear de magnitudes intercontinentales.

Democracia: ¿absoluto o utopía?

Para quienes vivimos en Occidente -los latinoamericanos nos consideramos hijos de la declaración de los derechos del hombre y el ciudadano-, la democracia es el mejor vehículo que ha diseñado la especie humana para cruzar la autopista que nos lleva del oscurantismo (racismo, inequidad, crisis ambiental) a la luz, esto es, al desarrollo social y ambientalmente sostenible. Pero, ¿realmente vivimos en democracia?

La democracia es una categoría creada por los griegos para impulsar su propia utopía -la utopía de su época-, la cual involucraba a un número importante de ciudadanos. Era pasar del monarca absoluto (llámese este emperador, rey, zar, etc.) al ciudadano como sujeto político. Para el momento histórico, dar poder político a los ciudadanos propietarios de tierras y esclavos y que pagaban tributos, era un “salto social”.

Pero la categoría democracia en sí se refiere al poder del pueblo. El poder que emana del pueblo. Y hoy, más de dos siglos después de la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, esto de “poder del pueblo” se entiende indiscutiblemente como una dimensión que cobija a todos los seres humanos. Y, aquí comienza a develarse la brecha entre la teoría y la realidad.

La costumbre es una clara enemiga de la duda. Cuando nos acostumbramos, no cuestionamos. ¡Eso no se hace!, decía mi madre. ¿Y por qué no?, preguntaba yo. Porque no, contestaba ella, -no siempre, pero sucedía-.

Nos hemos acostumbrado a reconocer y señalar que hay democracia en los países en los que dos o más candidatos, bajo un régimen electoral constitucionalmente concebido y legitimado por la comunidad nacional e internacional, se disputan el poder político, evidenciando una real posibilidad de alternancia. Entonces, hay democracia en casi toda América, en casi toda Europa y en muchos países asiáticos y africanos.

Así, por ejemplo, nos genera dudas Rusia, porque, a nivel internacional, gobiernos y medios de comunicación indican que la oposición goza de pocas garantías para el real ejercicio de la política. De igual manera, nos parece inaceptable la democracia china o cubana que se fundamentan en un solo partido político. No entendemos la democracia al interior de un solo partido. Vivimos el paradigma de la multiplicidad de partidos en el marco de la demoocracia. La costumbre enseña, entonces, que la presencia de varios partidos sería sinónimo de democracia.

BVOTACIONES BELÉN DE BAJIRA (46).JPG

Si vemos la democracia como una cebolla, entonces, las elecciones entre candidatos de varios partidos son la capa superior. Pero, incluso, reduciendo el tema de la democracia a los procesos electorales y a la existencia de un Estado liderado por las fuerzas que triunfan en elecciones pluripartidistas, existen razones para llorar. Tanto Schumpeter (funcionalista) como Marx, encuentran insuficiencias en la contienda electoral por el control político del Estado.

Para el primero, la única democracia que existe es la aparente -las campañas-, que en la realidad se traduce en “la lucha de las élites por el voto de las masas”, sin configurar una verdadera “voluntad popular” si retomamos el espíritu del Contrato Social de Rousseau. El elegido no tiene compromisos con sus electores, se puede interpretar de Schumpeter.

En el caso de Marx, la democracia bajo la égide del capitalismo no es posible, ya que, son los dueños de los medios de producción  los únicos que pueden tener real injerencia sobre el Estado. De hecho, lo coptan.

Pero, más allá de este debate sobre la manifestación más superficial de la democracia: los partidos y las elecciones; la realidad es que como utopía, la democracia está lejos de materializarse.

Para adentrarnos en una segunda capa de la cebolla, preguntémonos sobre la “calidad” de los electores.

Si bien, la democracia formal declara el derecho de todos los ciudadanos a elegir y ser elegidos, la realidad es que hay millones de seres humanos que tienen una condición “infrademocrática”. El analfabetismo, la pobreza extrema y el desplazamiento forzoso -ciudadanos que viven sin techo, que no cuentan con documentos de identidad, que desconocen la realidad política de su territorio y que no tienen tiempo para pensar en algo diferente que no sea la supervivencia diaria-, son fuentes de exclusión democrática. Si Prahalad (2004) declaró que el planeta contaba con cerca de 2 mil millones de personas que vivían con menos de dos dólares al día, probablemente este dato pueda ser el punto de partida para formular la hipótesis de que, al menos, 1/4 parte de la población mundial vive por fuera de la democracia real, así ésta exista en su país.

Otro elemento que incide sobre la “calidad” del elector, es el acceso a la información veraz, suficiente y oportuna. Descontando el analfabetismo funcional, por suerte cada vez más reducido en el mundo, está la cuestión de las fuentes de información. El debate sobre las condiciones ideales nos ha llevado a un mundo en el cual conviven los medios de comunicación privados -frecuentemente conectados con grupos de interés económico o político-, los públicos -probablemente inclinados hacia los intereses del gobierno de turno-, y los llamados independientes, que tienden a relacionarse con movimientos sociales y ONG.

Si bien la diversidad es un preciado bien, el riesgo está en la intención del comunicador. ¿De qué sirve la diversidad, si se trata de fuentes que informan con la intención de vender una postura, de convencernos con respecto a ella? Estamos hablando de ética. ¿Cuál es la frontera ética de los medios de comunicación en la sociedad actual? Los médicos, esperamos que se rijan por el Juramento Hipocrático cuando intervienen nuestro cuerpo; ¿qué código guía al medio de comunicación a la hora de informarnos?

Entonces, la “calidad” del elector se halla en riesgo día a día, cuando los medios de comunicación tienen motivaciones comerciales o políticas a la hora de informar. Y eso parece suceder frecuentemente. De hecho, a propósito de las costumbres, nos hemos habituado a aceptar que un medio es gobiernista o de oposición, que un periódico pertenece a un grupo empresarial y que informa sobre temas económicos que interesan a las empresas del grupo. Y sólo decimos “es que ese medio les pertenece”. ¿Acaso esto es un entorno favorable a la vida democrática?

Ahora con el desarrollo de las telecomunicaciones e Internet, la situación se ha vuelto más compleja. El extremos son las fake news, de las cuales no hay que hablar mucho, ya que,  son una clara transgresión del espíritu democrático.

Pero está el tema de los algoritmos y las redes sociales. La verdad es que no es fácil entender este nuevo mundo de las comunicaciones (yo también lo entiendo poco, por eso me esmero en pisar suave cuando recorro esa autopista), pero hay dos realidades que, a mi gusto, son palpables. La primera es que las redes tienden a darme “gusto” no a “informarme”: los algoritmos de las redes sociales existen para tratar de entenderme como sujeto de mercado, no como ciudadano. No lo digo yo, lean a Harari o a Chomsky o vean el documental Dilema Social.

La segunda realidad es que las redes sociales desataron la bestia que llevamos dentro. La timidez ha desaparecido, la apatía ha muerto, la erudición nos ha aflorado. Gracias a las redes hablamos todos, de todo y en todo momento. Desaparecieron nuestras dudas, hemos visto la luz. Cuestionamos, opinamos, aseveramos y enjuiciamos sin pensarlo dos veces. Ahora que todos podemos ser autores, también tenemos acceso a demasida información inutil, poco rigurosa y, a veces, peligrosa. El riesgo no nace en las redes, emana de la “calidad” de ciudadano democrático que ya somos. Y la consecuencia será la “calidad” de ciudadano que estamos construyendo.

Yo no diría que el presente mundo es peor que aquel de la desinformación de siglos pasados, cuando unos pocos -el rey o el papa- eran los únicos iluminados que podían enriquecer nuestra “calidad” de ciudadanos. Pero tampoco aseveraría que esta maraña en la que se han convertido los sistemas de información y comunicaciones nos está dando más luz.

¿Qué nos queda?

Nos quedan los maestros, con su invaluable tarea de ayudar a desarrollar el pensamiento crítico y autónomo de sus estudiantes. Maestros que siembren, no que ilustren. Maestros que despierten almas, no que llenen cerebros como repositorios de información. También nos quedan los políticos decentes y los periodistas responsables. Los hay.

En manos de ellos está que esta capacidad que el ser humano ha creado con su ingenio (la 4a revolución industrial) nos impulse hacia la utopía y no a la destrucción de la especie. Porque con los riesgos de insostenibilidad social y ambiental y de una catástrofe nuclear, esto último podría suceder.

enseñando en el bosque

 

 

 

 

El suicidio de la democracia real.

Giovanny Cardona Montoya, noviembre 3 de 2020.

Recuerdo hace un par de décadas cuando el partido socialista francés convocó a sus electores a votar en segunda vuelta por el conservador Jacques Chirac. ¿Y por qué? porque había que detener al ultraderechista y populista Frente Nacional (FN) de Jean Marie Le Pen. En 2017 se repitió la escena, esta vez los partidos de izquierda apoyaron a Macron para evitar que Marine Le Pen, hija del fundador del FN, tomara las riendas del país.

Por medio de procesos democráticos el mundo ha visto ascender al poder a políticos que representan la negación del pluralismo político e ideológico y de la división de las ramas del poder público. Políticos de talante totalitarista, autocrático o, incluso, teocrático, han llegado a regir los destinos de sus naciones gracias a procesos electorales pluripartidistas.

Hitler, Daniel Ortega, Hugo Chávez,  Robert Mugabe, Vladimir Putin o el mismo Donald Trump son algunos ejemplos de políticos que han usado la democracia para el ascenso a la cúspide del Estado y luego desdecir de sus instituciones.

¿Por qué la democracia sirve de escenario para que populistas, xenófobos, racistas, totalitaristas , guerreristas, negacionistas, etc. asciendan al poder por la vía legal?

Voy a proponer una respuesta a esta pregunta: la democracia a medias no es democracia.

Tenemos varios imaginarios sobre lo que significa democracia. El más común es el que hace referencia a “la voluntad popular”, “el contrato social” o el triunfo de las mayorías. Es una idea que viene de Rousseau y otros representantes de la Ilustración, quienes delinearon los principios de un sistema donde todos los ciudadanos son iguales, racionales y eligen a sus gobernantes.

Pero hay postulados menos idealistas. J. A. Schumpeter sólo reconoce la existencia de la democracia formal: las campañas, las convenciones, los discursos, el día de las elecciones, los escrutinios, etc. Pero, este autor austriaco-norteamericano cuestiona la existencia de la voluntad popular;  para él se trata de una categoría ficticia, utópica.

Schumpeter declara la existencia del Caudilismo Competitivo, que no es otra cosa que la puja de las élites por el voto de las masas. Este autor tiene una perspectiva denominada “realista” opacando la importancia del pueblo a la hora de elegir a los gobernantes. Para Schumpeter es claro que los vencedores en la contienda electoral no tienen compromisos con los votantes, lo que no significa que sus actuaciones no puedan verse como favorables a unos u otros sectores de la sociedad.

elecciones

Más dramática aún es la perspectiva marxista: no puede existir democracia con propiedad privada, ya que, las instituciones del Estado son coptadas por las clases propietarias de los medios de producción. En otras palabras, el Estado es la estructura política de las clases dominantes -la burguesía, no de los trabajadores.

Luego de ver estas tres perspectivas conceptuales, vamos a desarrollar la tesis que provoca esta columna. La democracia supone ciertas condiciones sin las cuales esta institución es simplemente formalidad. Desde la perspectiva del elector sugiero dos condiciones claves: 1. Conocimiento mínimo; 2. independencia del elector.

La idea de conocimiento mínimo se fundamenta en la tesis kantiana de la mayoría de edad. Se trata de ciudadanos dotados de pensamiento crítico y autónomo, capaces de argumentar y debatir alrededor de sus decisiones políticas. La cobertura educativa y la calidad de las escuelas es fundamental para fortalecer un sistema democrático. Bajas tasas de cobertura y un sistema pobre en formación de competencias ciudadanas, son caldo de cultivo para una débil democracia.

La calidad y cobertura educativa se amalgaman con el acceso a información suficiente y confiable. Además de que los medios de comunicación y particularmente los noticieros, puedan representar intereses políticos, económicos, sociales o religiosos particulares (o privados), hoy existe el riesgo de acceder a Fake News en las redes sociales. Un ciudadano no cultivado en lo político es presa fácil de información falsa o poco objetiva.

La independencia mínima del elector está relacionada con su libertad de movimiento y de actuación. Territorios donde el Estado reina son fundamentales para que los electores se puedan expresar sin presiones. Y, tal vez, esta libertad se vive en muchos territorios del planeta, pero no en todos. Zonas donde la ley la imponen las bandas criminales (con fines políticos o de otra índole), la autonomía del elector se constriñe, se reduce. Ahí se debilita la democracia.

Pero, la mayor talanquera para que el elector actue con independencia es la pobreza. Familias con necesidades básicas insatisfechas son presa fácil de la corrupción electoral. La venta del voto y el clientelismo (que se traduce en prevendas estatales a cambio del voto) son el mayor cáncer de la democracia.

Con lo anterior quiero señalar que a lo largo de las décadas hemos estado idealizando una democracia imperfecta. La comparamos con China o con Arabia Saudita o con Corea del Norte y, entonces, nos sentimos orgullosos. Pero nuestra autocomplacencia y la crónica tolerancia frente a las debilidades del sistema corroen a la democracia, la debilitan. La venta de los votos y el clientelismo crónico asfixian a la democracia real.

Ahora, una dimensión más profunda de la ausencia de estas dos condiciones es la marginalidad. Grupos poblacionales de desplazados, de mendigos y de habitantes de la calle se convierten en ciudadanos de segunda y de tercera. Ellos no cuentan, no participan, ni siquiera se dan cuenta; son la máxima evidencia de la ausencia de una democracia real. ¿Dónde queda entonces, la voluntad popular? ¿De qué mayorías hablamos?.

Ahora, cuando las debilidades democráticas del elector -poco conocimiento e independencia- se perpetúan, entonces, crece la privatización de los bienes públicos del Estado: familias que se apoltronan en el poder, empresas que cobran con contratos y personas naturales que lo hacen con cargos públicos, los servicios prestados (dinero y votos) durante las elecciones.

Una democracia débil, caldo de cultivo para candidatos tiranos y populistas.

Ahora, volviendo al punto original, podemos comprender por qué electores insatisfechos, decepcionados de demócratas “aparentes”, de gobernantes que no cumplen sus programas de gobierno y de problemas sociales que no se resuelven o, peor aún, se agudizan, son caldo de cultivo para que mesías, demagogos y vendedores de ilusiones accedan al Estado. Es la frustración de los demócratas de la base la que catapulta a populistas y tiranos a las más altas esferas del poder político.

El populista Trump derrotó hace 4 años a una Hillary Clinton que representaba a las tradicionales castas corruptas y se erigía como símbolo del nepotismo político (la consolidación de la familia Clinton, otro clan como los Bush o los Kennedy). Chávez fue elegido como respuesta a la frustración de los venezolanos con un bipartidismo que gobernó por décadas y dilapidó la riqueza de las bonanzas petroleras.

Una democracia aparente es el suicidio de la democracia real.

 

 

Estado de Derecho Formal vs. Estado de Derecho Real.

Giovanny Cardona Montoya, septiembre 20 de 2020.

 

El Estado es un constructo socio-político que moldea la gobernanza de las complejas relaciones sociales de una nación en un momento histórico determinado. Sin embargo, señalar que cada pueblo o nación “se da el Estado de Derecho que se merece” es mucho decir. La legitimidad del Estado siempre será cuestionada al menos por aquellos que añoran ciertos patrones de comportamiento en decadencia o por los otros que consideran que es anacrónico frente a principios filosóficos, económicos, culturales o sociales emergentes.

Para quienes consideramos que nuestro tiempo es el de los Derechos Humanos, el de las Libertades Civiles, el del impero de la Razón en el mundo del Derecho y el del Respeto por la Naturaleza como entidad proveedora de vida, era anacrónico el Estado de Derecho sudafricano que daba piso legal al Apartheid o la segregación de razas en el Sur de los Estados Unidos a mediados del siglo XX.

La ilegitimidad de esos regímenes llevó a cambios en la legalidad de sus Estados de Derecho. El anhelo social se convirtió en ley.

DERECHOS CIVILES

Del mismo modo, hoy, los seguidores del franquismo español pueden añorar el Estado más centralizado y que restringia el uso oficial o público de las lenguas de la autonomías; también, promotores de los movimientos que defienden los intereses de la población LGBTI pueden considerar que el Estado de Derecho en Colombia aún permite la discriminación legal de este grupo poblacional.

El Estado de Derecho en Occidente (que sugiero, de un modo un poco atrevido, que se entienda como el de las sociedades herederas de la Ilustración, el Humanismo y la Racionalidad) no sólo se debe caracterizar por el imperio de la ley -en principio todos los Estados se caracterizan por ello- sino por contar con mecanismos que permiten que la diversidad social, política, económica y cultural tenga efectiva cabida; o sea, que los gobernados se puedan defender efectivamente de posibles abusos del gobernante, que las mayorías gobiernen pero que las minorías sean atendidas efectivamente en sus reclamos, que la oposición tenga posibilidades reales de acceder al poder y que el individuo pueda ser efectivamente escuchado y atendido ante sus reclamos y necesidades. (Nota: la redundancia de la palabra efectivamente fue intencional.

La tutela, el derecho de petición, de réplica o de apelación, el derecho a la huelga, el derecho a la protesta pacífica y las elecciones transparentes y plurales son algunas de estos mecanismos que deben evitar que “en nombre del Estado” se violen los derechos de los ciudadanos y las comunidades. Cuando estas válvulas existen pero no funcionan o son defectuosas, entonces el Estado de Derecho es Formal, pero no Real.

Actualmente el Estado de Derecho en Colombia corre sus mayores riesgos en la grieta que existe entre el Estado Formal y el Estado Real; esto debido a que existen claras manifestaciones de inoperancia de la ley, de politización de la misma e, incluso de coptación del Estado por parte de privados. Más que una cirugía para transplantarle nuevos órganos, lo que el Estado de Derecho en Colombia requiere es una reanimación. No respira y su corazón late con muy poca fuerza.

JUSTICIA

Veamos algunos ejemplos:

– La Constitución Política de Colombia en su Artículo 67 declara que la educación: “…será obligatoria entre los cinco y los quince años de edad y que comprenderá como mínimo, un año de preescolar y nueve de educación básica.” Sin embargo, Unicef señala que “alrededor de 1.5 millones de niños, niñas y adolescentes en Colombia, entre los 5 y 16 años, no van al colegio por distintas razones. La inequidad social y económica es la principal causa de este panorama.”

– El Artículo 49 de la Constitución Política de Colombia señala: “Se garantiza a todas las personas el acceso a los servicios de promoción, protección y recuperación de la salud.” Sin embargo, un estudio publicado por Banco de la República muestra que a pesar de que entre 1997 y 2012 aumentó la cobertura del aseguramiento (de 56,9% a 90,8%), el acceso a los servicios médicos al momento de necesitarlos, disminuyó  de 79,1% a 75,5%.

– El Artículo 11 de la Constitución Política de Colombia señala que “El derecho a la vida es inviolable”. Sin embargo, mientras la tasa de homicidios en el mundo por cada 100 mil habitantes asciende a ocho, en Colombia dicho guarismo es de 25, incluso superior al promedio de América Latina. Según datos del Banco Mundial, 170 países tienen una tasa de homicidios intencionales inferior a Colombia (datos de 2018).

– El Artículo 86 de la Constitución Política de Colombia reconoce el derecho de amparo. Cualquier ciudadano puede recurrir a la  tutela para reclamar ante los jueces, la protección inmediata de sus derechos fundamentales, cuando éstos sean vulnerados o amenazados por la acción o la omisión de cualquier autoridad pública. En Colombia se presentaron 7 millones de tutelas entre 1992 y 2017. El indicador puede ser interpretado de manera positiva, ya que, el ciudadano cuenta con un instrumento efectivo para defender sus derechos. Sin embargo, es preocupante que 1664 veces al día se presenten solicitudes extraordinarias (tutelas) para defender derechos fundamentales. ¿Qué pasa con los mecanismos ordinarios? ¿Por qué no son efectivos?

Son sólo algunos ejemplos, pero sirven de ilustración para entender que nuestro Estado de Derecho Formal tiene un cúmulo de cualidades que si se materializaran se traducirían en una transformación cualitativa de la convivencia, el bienestar social y el desarrollo de este país.

Fortalecer la democracia (sin financiación privada, con electores educados y sin hambre), despolitizar la justicia, hacer cumplir mandatos emanados de la Constitución Política que aún están “congelados”, sancionar efectiva y ejemplarmente a los funcionarios públicos que transgreden las normas y a los privados que se les alían para coptar el Estado en su beneficio, son cambios trascendentales que se traducirían en el fortalecimiento del Estado de Derecho Real.

Sin embargo, según el Indice Global de Impunidad, que mide el proceso de denuncia, el esclarecimiento de los hechos, el castigo de los delitos, el enjuiciamiento de los responsables y la reparación de la víctima, Colombia ocupa el 8vo lugar entre 59 países medidos. En el análisis hecho por ese estudio, se señala que 57% de los municipios tienen una alta tasa de impunidad y que, la comisión de delitos tiene un estímulo fuerte en la convicción del delincuente de que “nada le va a pasar”. Incluso, en medio del debate sobre la cadena perpetua para violadores, muchos juristas señalaron que el problema no era alargar las penas, sino hacer efectiva la denuncia, la captura, el juicio y la condena.

El día después de mañana.

Giovanny Cardona Montoya, 3 de mayo de 2020 (8 semanas desde el inicio del confinamiento).

 

Se ha vuelto lugar común decir que las cosas no serán igual después de esta pandemia. Pero son palabras vacías si cada uno de nosotros no las reflexiona. Facilmente, como ya ha sucedido, podemos caer en los cambios de las apariencias y de las formas, dejando que la naturaleza de los hechos que nos han traido ésta y otras crisis siga incólume.

 

El día de ayer.

Son incontables las veces que la humanidad ha sufrido encierro, hambre, angustia o enfermedad por culpa de sí misma.

La segunda guerra mundial acabó con la vida de 50 millones de personas y dejó hambre, dolor y desolación por toda Europa, parte de Asia y Africa, duante seis largos años. Y después de semejante catástrofe no amprendemos la lección. Han habido más guerras; decenas de guerras en los últimos 75 años.

Y no son sólo las guerras. En la década de 1970 la ONU y luego el Club de Roma con su documento “Los límites del crecimiento” prendieron las alarmas sobre los riesgos de insostenibilidad de un modelo de desarrollo basado en el consumo ilimitado de recursos. En 1987 la Comisión Brundtland en su informe “Nuestro futuro común” formalizó el concepto Desarrollo Sostenible  como «la satisfacción de las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades».

Muchas de las catástrofes ambientales (sequías con las consecuentes hambrunas; tormentas y derrumbes) son resultado de la mala gestión que hacemos de los recursos del planeta. Recursos finitos para una población que se multiplicó por 5 en el último siglo. Somos demasiados para conservar el tren de destrucción de recursos -agua, aire, flora, fauna- que traemos del pasado. Por encima de una ética ascética, la realidad señala que es materialmente imposible mantener la actual cultura de consumo. El planeta tierra es insuficiente para esta sociedad derrochadora.

Desde 1970 venimos evidenciando que la humanidad consume

Pero también sufrimos catástrofes cuyo origen puede ser difícil de explicar. Tal vez el hombre ha hecho enojar la naturaleza; tal vez aquellas son resultado de la esencia misma del planeta. Pero, con culpa o sin culpa, son reiterativas y podemos aprender de lecciones pasadas: terremotos, huracanes, erupciones volcánicas, epidemias y pandemias. La gripe española, gripe porcina, gripe asiática, ébola, dengue, cólera, malaria, H1 N1. La naturaleza no se cansa de darnos lecciones.

 

El día de hoy.

Muy seguramente la pandemia la superaremos. En un par de años tal vez habremos sido vacunados y algunos hábitos habrán cambiado: aviones con sillas separadas, tapabocas cada vez que tengas gripe, restaurantes con mesas más distantes, algo de teletrabajo, más educación virtual, termómetro en todos los hogares y oficinas, etc. Cambios de forma, de apariencia.

Pero, ¿qué hemos aprendido de la  primera pandemia que amenazó al planeta entero al mismo tiempo? ¿qué aprendimos de las nefastas guerras, catástrofes y pandemias que han traído sufrimiento y muerte en el último siglo? ¿Qué estamos aprendiendo de la crisis  de este modelo de desarrollo socio-económico?

La llamada Cultura Occidental que se predica particularmente en Europa y América, tiene profundas raíces. La Ilustración Francesa, la Racionalidad Kantiana y el Liberalismo Inglés dieron cuerpo a lo que en la actualidad reducimos a Democracia Occidental y Economía de Mercado.

Pero, cuando volvemos a dichas raíces encontramos que el uso de la razón y la mayoría de edad kantiana son una invitación a hacernos cargo, a hacernos responsables de nuestras palabras, de nuestros actos y de nuestras omisiones. Por lo tanto, no podemos vivir tutelados por medios de comunicación amarillistas o entregados a intereses políticos y económicos, por redes sociales cargadas de fake news o por gobernantes que entienden la democracia exclusivamente como un juego electoral entre élites (Schumpeter).

Pero la ética kantiana y la ilustración francesa también traen como paradigma, el valor supremo de la humanidad como un fin, no como un medio; al igual que la democracia como un acuerdo de voluntades, no como un negocio de partidos.

voto si o no

Por lo anterior, deberían estar arraigados, en el ciudadano y en el gobernante, los valores supremos del bienestar individual y colectivo, del respeto al prójimo y de la fraternidad entre diferentes.

El espíritu liberal de Occidente no hace referencia solamente al mercado. No, lejos de eso. Se trata de la convivencia entre la individualidad (emocional, material, ética, estética) y la colectividad social. La idea de tener deberes y derechos implica la necesidad de reconocer al otro, a la vez que me reconozco frente a él. Soy “yo” y hago parte de un “nosotros”, pero también está “él” que existe y es en sí mismo, a la vez que es parte de “nosotros” también.

Debemos dejar de reducir el liberalismo filosófico a la premisa de la libertad de empresa y la libertad del mercado. No, se trata de la libertad de ser. Para “yo” poder ser y para “nosotros” poder ser, es necesario el ejercicio efectivo de deberes y de derechos.  Ambos a la vez.

Pero, un planeta en el que el 10% de su población vive con menos de 1,90 dólares al día, y 20% son pobres en todos los sentidos (no tienen suficientes alimentos, agua potable, electricidad) no puede ufanarse de que se respira la libertad. Es una falacia.  Este es un planeta en el que a muchos (demasiados) se les tienen negados los derechos y unos pocos no están cumpliendo con sus deberes.

Sacar al 20% de la pobreza es sólo el primer paso para que ellos puedan comenzar, al menos, a hacer consciencia de que tienen derechos. Quitar el hambre no es sinónimo de libertad, pero no hay libertad con hambre.

El hambre y la enfermedad son comprensibles en un mundo sin recursos y en una sociedad sin capacidades. Pero no es éste el caso. Según CNN “La fortuna combinada de las 26 personas más ricas del mundo llegó a US$ 1,4 billones el año pasado (2018), la misma cantidad que la riqueza total de los 3.800 millones de personas más pobres.” Los recursos son suficientes para que todo el planeta haga la cuarentena, nadie debería estar en la calle rebuscando el alimento en medio de la pandemia.

muro entre ricos y pobres

El día después de mañana.

En medio de nuestras vicisitudes y de los errores cometidos por la humanidad en general a lo largo de los últimos siglos, la sociedad del siglo XXI tiene unos paradigmas ideológicos que se deben rescatar. Rescatarlos es salvar la humanidad. ¿Salvarla de qué? Salvarla de su autodestrucción.

Covid 19 nos ha demostrado que somos inviables con los niveles de pobreza existentes. No se le puede pedir a 1300 millones de pobres multidimensionales que se queden en sus casas a esperar que la pandemia pase. No, no se puede, los matará el hambre.

Tenemos los recursos suficientes para permanecer en nuestras casas varias semanas y salvar a toda la humanidad del contagio. Pero, Covid 19 nos ha puesto a prueba y hemos demostrado que no lo vamos a hacer, que no tenemos suficiente capacidad de reconocer al otro como igual. Nos hemos educado un egoismo extremo que invita al autocuidado en detrimento del prójimo. Pero, Covid 19 nos dice que no hay auto-protección sin la protección del otro. Si otra persona está en riesgo de contagiarse, entonces, yo también lo estoy.

Por eso, el Estado, la idea de Empresa y el Individuo debemos repensar nuestros valores para construir el trinomio yo-él-nosotros como célula indisolubre y fundacional de la sociedad sostenible. La idea de riqueza que nos inspira actualmente, nos va a destruir.

Por lo anterior, ésta debe ser la primera lección: la ética racional y la solidaridad puestas en un mismo pedestal.

Nuestro futuro se debe apalancar en un Estado Social de Derecho que garantice a todos -absolutamente a todos-, unos recursos materiales y culturales mínimos -significativamente superiores a los requeridos para superar la pobreza multidimensional-, que coloquen a cada individuo en un punto de partida suficiente para que pueda ejercer efectivamente sus derechos.

La segunda lección. La actual Sociedad de Consumo es Inviable.

Décadas de discusión sobre Desarrollo Sostenible no fueron suficientes. Sin embargo, hoy, el Covid 19 nos ha obligado a la frugalidad, a la mesura, a la racionalidad del gasto. Todos en nuestras casas, preocupados por el empleo incierto, la empresa incierta, el ingreso incierto, hemos recurrido a la austeridad. El pánico nos ha acercado a una cotidianidad ascética. Incluso, reflexiva.

La pandemia pasará, pero la lección debe quedar. No existe un futuro posible con el actual tren de consumo desmesurado e inequitativo. Esto debe parar.

Por lo tanto, cuando pienso que el mundo no será el mismo después de la pandemia, quiero proponer que sea un mundo inspirado en las raíces de la la razón humanista, la democracia y la libertad. No me refiero a la precaria democracia y  a la casi exclusiva libertad de mercado. No me refiero a un mundo poblado por personas que no se pueden dar la mano, pero que siguen reproduciendo el veneno del consumismo ilimitado, la inequidad vergonzosa y la insolidaridad, que van destruyendo el planeta.

Si realmente el mundo después de mañana va a ser diferente, debemos preguntarnos por las condiciones para el verdadero ejercicio de la democracia (ciudadanos educados y sin necesidades básicas insatisfechas, eligiendo a sus gobernantes); y por las nuevas características del Bienestar como bien público en convivencia con la libertad del mercado.

El concepto de Bienestar se debe reconstruir, no puede seguir fundado sobre las posesiones materiales, se requiere una categoría más cercana al “estar y al ser” de la persona y a su “convivir” con los demás y con el planeta. Un bienestar que se sienta, que se viva, no que se posea. 

Por lo anterior, no debe haber dudas sobre el derecho efectivo a la educación de calidad, a la salud, a la vivienda digna, a la nutrición adecuada y a la libertad de expresión. La verdadera libertad de informar conlleva que los medios de comunicación  se desaten de los intereses de las élites políticas y económicas. Parodiando al Juez Hugo L. Black de la Corte Suprema de los Estados Unidos, la libertad de prensa fue concebida para proteger al gobernado (al débil), no al gobernante (al poderoso).

Por último, no todo puede ser objeto de mercado y el mercado no puede ser entendido como un recinto sagrado. El equilibro requerido entre Estado y Mercado como ordenadores sociales debe revisarse y ajustarse en función del Desarrollo Sostenible, el cual se refiere a una triada indisoluble, lo económico, lo social y lo ambiental.

Si el mundo después del Covid 19 va a ser diferente, hagamos que valga la pena para todos y para el planeta.

 

 

 

 

 

 

 

 

12