Los TLC no tienen la culpa, pero tampoco son la solución.

Hoy voy a explicar de una manera muy didáctica un tema que se ha venido manejando de una manera “simplista”, conllevando un desconocimiento del problema de la desindustrialización de la economía colombiana y una ola de pueriles ilusiones sobre lo que los TLC harán por nuestra economía.

Para empezar debo señalar que no son los TLC los culpables de que nuestra economía se esté volviendo cada vez más dependiente de la minería, con especial apego a los recursos energéticos no renovables (petróleo, gas y carbón). No, la desindustrialización comenzó hace ya casi 30 años cuando el país abandonó el proteccionismo, una década antes de que se firmaran los primeros TLC con naciones no latinoamericanas. O sea, que los TLC no son la raíz del problema.

El modelo de Apertura Económica que se inició en el gobierno Barco -1986-1990- y que se afianzó en el cuatrenio de César Gaviria, abrió las puertas a la competencia externa. Se esperaba que las empresas colombianas se vieran obligadas a competir y, así, se modernizaran. Eso no sucedió. El país encontró petróleo, tenía una gran mina de carbón y los mercados internacionales se vieron interesados en nuestro subsuelo. En consecuencia, especialmente desde finales de los noventa, el precio del dólar cayó y nuestra economía se hundió en una cierta “Enfermedad Holandesa”, o sea, nos volvimos dependientes de una relativa “bonanza de dólares” que encarecieron nuestros productos en comparación con los de otros países. En otras palabras, la revaluación del peso (dólar barato hasta 2014) nos hizo importadores de todo tipo de bienes y servicios.

Así que, por cerca de tres lustros la clase media colombiana vivió feliz accediendo a lo más moderno de la economía mundial (marcas de carros, viajes, diferentes electrodomésticos y dispositivos de comunicación, ropa, calzado, etc.) pero todo importado. Dejamos de comer, vestirnos o andar en productos “made in Colombia“.

Políticas económicas financiadas con los petrodólares del crudo del Sur del país, centradas en estimular el comercio, la banca, los servicios y la construcción, fueron destruyendo gradualmente a nuestros frágiles, industria manufacturera y sector agropecuario. Con un dólar tan barato para qué sembrar, para qué manufacturar: importemos, pensarían algunos.

Pero no somos Arabia Saudita, ni Venezuela; no tenemos petróleo para 100 años.

petroleo en el mar

Sólo la caída de los precios de los combustibles a mediados de 2014 despertó del letargo a algunas personas. Los ingresos por balanza comercial cayeron hasta 25% en un año, las rentas del Estado se redujeron y la inversión estranjera se hundió por casi dos años.

En síntesis, durante tres decenios hemos abierto las puertas de nuestra economía a la competencia extranjera (reducción sustancial de aranceles y demás barreras aduaneras) y hemos acompañado dicha apertura de una política monetaria que desestimula la producción nacional de bienes transables. En consecuencia, los capitales se han movido hacia la banca, el comercio y la construcción. El ya de por sí deprimido agro (consecuencia de medio siglo de guerra civil) se abandonó y las fábricas fueron cerrando o migraron a países más atractivos. Las factorías que continúan en el país, agregan cada vez menos valor a sus productos, los cuales están llenos de componentes importados.

Al mismo tiempo, a nivel mundial, fruto del desarrollo científico-tecnológico, la transnacionalización de la producción daba saltos agigantados. Las Cadenas Globales de Valor se consolidaron, convirtiendo a las factorías en actores de un Comercio Mundial de Tareas, ya que, por la profundización de la especialización en los procesos productivos “ninguna fábrica elabora un producto completo“. Cada mercancía que compramos es fruto del trabajo de una decena o más de empresas desplegadas por todo el planeta. Y, entonces, para poder movilizar bienes intermedios y componentes hasta que lleguen a China, México o Turquía para que sean ensamblados de manera definitiva, se hace necesario eliminar las barreras aduaneras:

¡he ahí la verdadera razón que dio origen al enjambre de TLC que recorre el planeta!

El creciente y sólido comercio mundial se da entre países industrializados y nuevos emergentes, es un comercio de bienes manufacturados con alto valor agregado. Ahí no está Colombia.

Los TLC no nacieron para integrar las economías de los países, como se predica en las teorías de Bela Balassa o de Jacob Viner. No, la integración económica nació mucho antes. Nació con el bloque europeo, con la ALALC-ALADI en nuestro continente, o con la ASEAN en el Sudeste Asiático. Los TLC interregionales son el “hijo malcriado”, las “ovejas negras” de la integración económica.

La integración económica es una teoría muy interesante que fundamenta la conexión de dos o más economías nacionales con el fin de fortalecer los aparatos productivos de los países que se integran. Eso no pasa con los TLC. Los TLC son acuerdos comerciales para liberalizar el comercio en beneficio de las Cadenas Globales de Valor.

¿Eso es malo? No, no es malo. Lo malo es firmar TLC y a la vez aplicar políticas desindustrializadoras. Los TLC les sirven a los países que invierten en educación, salud, investigación, desarrollo tecnológico e infraestructura; y que estimulan a los sectores transables (industria manufacturera y sector agropecuario) para que con innovación y valor agregado se puedan articular eficientemente a las Cadenas Globales de Valor.

comercio mundial 2016

En conclusión, Colombia no desvió el camino por firmar TLC con Estados Unidos, Unión Europea, Japón y Corea. No, Colombia se descarrió el día que abandonó a los incipientes sectores, manufacturero y agropecuario. Si no eran competitivos, porque realmente no lo eran, la solución no era abandonarlos. Mientras el país no tenga una verdadera política de cobertura universal de educación con calidad; unas claras estrategias de CTI+i, y mientras no defina unos sectores estratégicos transables -que no sean petróleo y carbón-, los TLC seguirán siendo cantos a la bandera que no incrementarán nuestra presencia en los mercados globales.

Hoy, seis años después de haber entrado en vigencia el TLC entre Colombia y Estados Unidos, sigue siendo el petróleo, de lejos, el producto más demandado por los norteamericanos. Entonces ¿para qué firmamos ese TLC?

 

1 comment

  1. Norberto Montes Granada   •  

    Económico saludo
    Comparto plenamente el contenido del artículo. Un tema importante es que el mundo está cambiando más rápido que antes. El TLC con EUA se empezó a negociar por allá en 2004, se aprobó en Colombia como en 2006 y estuvo “engavetado” unos 5 años en EUA. Ha pasado mucho tiempo, pero en su momento fue una buena decisión.
    Necesitamos políticas comerciales e industriales de largo plazo, políticas más coherentes con el entorno internacional.

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