Petrificado, Sigifredo López se echó hacia atrás en la silla de copiloto. A escasos milímetros de su cabeza dos hombres se apuntaban y disparaban. Contó 13 balas, 5 impactaron el vehículo blindado desde fuera y 8 más respondieron, en defensa, desde el interior.
Eran las 7:30 de la noche del martes 21 de mayo. El carro de López transitaba por la calle Quinta del sur de Cali. Un semáforo en rojo obligó al vehículo a detenerse, momento que aprovechó un hombre para atacar al exdiputado. La hipótesis de la Policía apunta a un intento de robo, la idea de Sigifredo es la de un atentado.
Una de las balas escapó y atravesó la ventana de un bus de servicio público que transitaba cerca. El conductor, sorprendido, frenó abruptamente provocando que un pasajero chocara y se rompiera la nariz. La historia lo recordará como el tercer herido de un evento, otro, donde la vida de Sigifredo López estuvo en peligro. El atacante recibió varios disparos y el escolta sufrió una herida en el abdomen. Ambos fueron atendidos en el Hospital Universitario del Valle, donde el presunto delincuente fue capturado.
El exdiputado, al igual que hace 12 años, cuando su vida estaba en manos de las Farc, salió ileso.
Las autoridades aún no entregan un balance definitivo. Tal vez, en medio del sonido de las balas y de las milésimas de segundos que separan la vida de la muerte, el exdiputado recordó sus años de cautiverio en la selva, a manos de una guerrilla hoy desmovilizada. Trasladado a un lugar inhóspito de Nariño, el rojo del semáforo de Cali se confundió con el rojo de la toalla que en ese junio de 2007 le salvó la vida.
Un evento afortunado
“¿Quien dejó esa toalla roja ahí?”, preguntó alterado el mandamás del campamento de las Farc. Sigifredo escuchó el aullido del guerrillero y se señaló así mismo. Se paró y la tomó de lugar donde la había dejado, con la intención de secarla aprovechando el sol tan escaso en esa zona montañosa de Colombia. “Ah... del gordo, como siempre”, dijo el guerrillero.
Era junio de 2007. Los 12 diputados del Valle cumplían casi 5 años secuestrados, después de que las Farc irrumpieran en la Asamblea del departamento y se hicieran pasar por el ejército para secuestrar a los funcionarios. “Pero, ¿por qué todo por las malas? Decime con respeto que yo la cojo”, le respondió López al insurgente. Un intercambio de palabras se dio entre ambos, con acusaciones de altanería de lado y lado.
Finalmente, castigado por el impulso de responderle con palabras a quien tiene un arma, la guerrilla decidió separarlo del grupo. Condenado a la soledad y a vivir encadenado por 6 meses a un árbol, López se encontró a casi a 10 minutos de distancia, caminando, de sus colegas. Muy lejos para ser alcanzado por la muerte, pero muy cerca para escuchar cómo devoraba a los otros 11 secuestrados.
El asesinato
El 18 de junio de 2007, en su lejanía, López escuchó un tiro. Después dos y tres, tras lo que se desató una ráfaga de balas que resonaron en la selva por cerca de una hora.
“Me tiré al piso, pensé que era un rescate. Es lo único que recuerdo, ¡Dios mío! Me encomendé a mis hijitos, a mi familia”, señalaría ya en libertad. No escuchó helicópteros, por lo que desechó su idea pronto. Sin embargo, no se quedó con la duda. Horas después, encaró a otro guerrillero y preguntó por sus colegas. “Ya los habíamos sacado”, fue la respuesta.
Se enteraría de la verdad después del 28 de junio, cuando escuchó en la radio que habían muerto, asesinados por las Farc, 11 de los 12 diputados. Él era el 12.
Su secuestro duró dos años más. El 5 de febrero de 2009 fue liberado por las Farc y recibido con júbilo por Colombia. Sus primeras palabras fueron de agradecimiento con la vida, con el Dios que, según él, obró el milagro de su liberación.
12 años después, en un semáforo de Cali, la muerte pasó de nuevo cerca de Sigifredo. Los tres heridos, incluyendo el desconocido del bus, se recuperan en una clínica de esa ciudad, mientras el país conoce otro capítulo de la historia del diputado número doce, del hombre que hizo de su vida un acto de supervivencia.