“Mucho trabajo, mucho qué hacer. El tiempo ya no rinde”. Como si hubieran programado con el mismo chip a todos los seres humanos, esa es la respuesta obligada cada vez que se pregunta ¿cómo estás? Nunca falta quien se queje de tener cada vez menos tiempo para hacer las cosas y sentirse más agotado.
Ahora hay menos instantes para compartir con los amigos, con la familia, con uno mismo. En este asunto mucho tienen que ver las nuevas tecnologías, esas que incumplieron la promesa con la que llegaron a nuestra sociedad: facilitarnos la vida, pero que a fin de cuentas resultaron complicarla más.
Tener a la mano un teléfono inteligente, una tableta o cualquiera de estas herramientas ya no permite distinguir, en muchos casos, la línea que dividía los espacios de trabajo y los personales. Ahora los padres todo el tiempo están conectados con el mundo de afuera, pero más desconectados de su familia.
“Ahora nos da miedo estar solos con nosotros mismos, es más fácil volcar la vida a lo externo y llenarse de ocupaciones y pretextos para no enfrentar los propios miedos. Por ejemplo, cuando la gente va caminando o en el transporte ya no tiene el interés o el valor de rumiar sus propios pensamientos. Cuando no existían los celulares los encuentros eran más frecuentes, una reunión con los amigos en espacios sociales y al aire libre eran más frecuentes, más fáciles. Ahora con el pretexto de estar en redes sociales se refuerza el hecho de buscar lo virtual, lo que hace que lo real ya no sea tan interesante”, advierte el sicólogo Carlos Andrés Londoño.