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Andrés Felipe Solano, la mirada extranjera

Corea: apuntes desde la cuerda floja es el último libro del autor colombiano. Es una crónica, un diario, apuntes sueltos.

  • En Corea, Andrés Felipe Solano trata de escribir una nueva novela. FOTO Camilo Rozo
    En Corea, Andrés Felipe Solano trata de escribir una nueva novela. FOTO Camilo Rozo
18 de junio de 2015
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Para Andrés Felipe Solano la primavera de 2013 fue inquietante, estaba más cerca del apocalipsis que casi todos los que conocía. Vivía —vive— en Corea del Sur y varios de sus amigos y familiares sabían que Kim Jong-Un, máximo líder de Corea del Norte, había amenazado a sus vecinos, los iba a desaparecer con fuego. Los periódicos internacionales, los noticieros internacionales, replicaron profusamente las palabras de ese hombre barrigón y chiquito; los medios del país amenazado, en sus páginas occidentales, apenas le dedicaban unos cuantos párrafos a la amenaza, sus vidas seguían intactas, y al otro lado del mundo, el temor.

“Víctima de un súbito estremecimiento apocalíptico le pregunté a mi esposa si debíamos preocuparnos, si necesitábamos abastecernos de agua, si nuestros hijos nacerían deformes después del ataque nuclear. Apenas si me respondió. Estaba leyendo Ushijima The Loan Shark, un manga japonés sobre un prestamista ultra violento. Solo cuando acabó el capítulo me dijo algo que aclaró todo de una buena vez: ‘Desde que me acuerdo, en marzo siempre estalla la guerra’”, escribe Solano, que llegó a Corea luego de casarse con Soojeong —Cecilia—, a quien había conocido en 2008 en el país asiático en una residencia literaria. Luego estuvieron en Bogotá donde compartieron apartamentos, hepatitis y un encierro de seis meses. Se casaron. Estuvieron en Salamanca, España; en Busán, ciudad portuaria de Corea, y después aterrizaron en una casa del barrio Itaewon, en Seúl.

En Corea: apuntes desde la cuerda floja (Ediciones Universidad Diego Portales), Solano es, sobre todo, un extranjero. Un extranjero que anota anomalías y curiosidades; un extranjero que dice noticias en español en una emisora; un extranjero en su propia literatura: ya no sabe muy bien si le interesa pensar en artículos para revistas y trata de darle forma a una nueva novela, pero no termina de estar seguro. El libro es todas esas cosas: una crónica, un diario, un testimonio, los apuntes de un extranjero.

Pero en primavera —que empieza en marzo— hay miedo, o algo que se le parece: “Ayer, 9 de abril, tampoco hubo guerra. Ayer tampoco tuvimos que evacuar”.

***
Los platos de un domicilio que se dejan en la puerta de la casa y que luego alguien pasará a recoger para regresarlos al restaurante; un volante con el que un prestamista pirata ofrece sus servicios, el rumor: quien no paga termina como esclavo en un barco; pagar por compañía, tomar un trago, besos, pajas, chupadas, masajes, compañías varias; muchachos que integran grupos de música pop y que visten con una mezcla entre cantante pop de Los Ángeles y reguetonero puertorriqueño. La mayoría de las veces Solano hace listas, otras veces pasan pocas cosas, y en ocasiones todo se vuelve un amasijo de hastíos y lo dice: “Ayer en la noche, antes de dormirme, me pareció que tenía la novela en las manos. Era cuestión de hacer un termo de café, prender un cigarrillo y arrancar. Hoy se me antoja todo un desastre, una empresa cansina, un para qué”.

Pero siempre hay algo que lo inquieta —escribe por correo desde Corea—: “La última cosa quizás es una teoría que leí sobre el auge de la cirugía plástica en Corea. Al parecer después de la guerra de Corea un doctor norteamericano se ofreció a realizar cirugías reconstructivas gratis. En el camino se inventó un procedimiento para recortar los párpados a pedido de algunos coreanos que querían tener rasgos occidentales. La cirugía se hizo famosa entre las prostitutas coreanas que buscaban clientes entre los soldados gringos en las bases. Cincuenta años después una de cada cinco mujeres coreanas ha pasado por esta cirugía”.

***

Dice Leila Guerriero, que editó el libro: “Cuando empezamos a hablar de la posibilidad pensamos en hacer un diario muy flexible, que no hubiera entradas todos los días, no era un diario formal que dijera 2 de abril de 2014y no sé, si no que el diario no tenía por qué tener ese esquema. Pensándolo como el tipo de libro que pudiera soportar un viaje entre Corea y Chile. Andrés es un muy buen escritor, con una prosa venenosa, elegante, sexi, sabe ser sórdido y elegante, pero que el diario no se quedara en la experiencia personal pero que fuera Corea mirada por sus ojos. Una crónica sin que fuera una crónica”.

***

Al matrimonio, a la convivencia, se llega siempre como un extranjero. Andrés Felipe Solano siente que a veces Cecilia no está bien afinada, entonces tiene que repetirle dos o tres veces algo, por lo que piensa aprender coreano para hablar con soltura, pero teme encontrar que su esposa tiene un humor soso o da respuestas aburridas, entonces no deja de pensar que “siempre habrá una ciénaga de aguas espesas entre nosotros, una zona muy difícil de penetrar”. Pero está el fuego poderoso e intermitente de los casados: “Pienso en cómo sería mi vida si enviudara. En qué haría. Mi mente navega por una serie de imágenes dolorosas que terminan en un suicidio”. Y más adelante: “Creo que por primera vez en mi vida me da miedo estar solo”.

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Es inevitable no pensar en “Seis meses con un salario mínimo”, la crónica que publicó en la revista Soho y en la que contaba eso, vivir en Manrique, un barrio de Medellín, como trabajador de una empresa de confecciones y ganando lo que la mayoría, el mínimo, que entonces estaba en 484.500 pesos. Ahí está el germen de este trabajo: la sencillez, la mirada aguda, la búsqueda del que escribe y, sobre todo, que la historia es otra. En Corea: apuntes desde la cuerda floja —como en la crónica—, hay un relato que está bajo la superficie, que late. ¿Cuál es la historia?

—Parece que el libro está sostenido más por lo que se omite que por lo que se dice.

—Un buen amigo que lo leyó me dijo que se sentía una corriente subterránea. Su frase me dejó pensando un tiempo. Creo que al armar el libro el silencio entre los apuntes resultó tan importante como cada uno de ellos. Esas pausas estuvieron muy pensadas, casi más que las propias entradas, que escribí con cierta soltura, como notas rápidas. Ahora, como bien lo dice el título, la idea era transmitir el bamboleo de alguien que camina sobre una cuerda floja, el titubeo, la tensión, el paso a paso y la posibilidad de caer.

***

En Prosas apátridas, Julio Ramón Ribeyro dice: “Cada escritor tiene la cara de su obra”. La de Solano es una obra inquietante, propia, que revela la sordidez que late bajo lo cotidiano. Un día cualquiera, en la mitad de la bélica primavera, el escritor escribe en su diario, en el libro, una frase de Rubem Fonseca: “El objetivo honrado de un escritor es henchir los corazones de miedo”.

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