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Una lluvia intensa empañó las ventanas de la familia Cabrera. Eran las 2:30 de la mañana del 6 de enero, en Pasto. La esposa de Holman Cabrera, su hijo y sus amigos estaban despiertos, mirándolo a través del cristal. Veían cómo, desde el taller, unas 30 personas lo ayudaban a sacar una carroza a la calle, cubriéndola de la tormenta. Era el día del desfile magno del Carnaval de Negros y Blancos, considerado por la Unesco como patrimonio de la humanidad.
Holman tenía lista una carroza de 16 metros de largo por 6 de alto. También tenía 40 competidores con carrozas enormes, todas movidas con camiones. A las 3 de la mañana, Corpocarnaval los citó a las senda del desfile magno. Evaluaron si cumplían con los requisitos de altura, estilo, materiales, entre otros. Con bolsas, ropa o rezando, los artesanos luchaban contra la lluvia.
Una carroza con dragones cubría la sombra de Holman, un tipo mediano, de 33 años, gafas y voz tenue. Miraba el estilo de los demás artistas. La mayoría estaban terminando detalles, algunos pintaban con pincel, otros con aerógrafos. El maestro Fabián Zambrano, hijo de Alfonso Zambrano, daba órdenes para terminar cuanto antes la carroza tradicional, construida con papel maché.
El amanecer iluminó las calles desoladas; apenas se veían los trabajadores del carnaval instalando los palcos. Después de las 7 de la mañana comenzó a llegar la gente. Como en el Desfile de Silleteros en Medellín, todos querían ocupar un puesto cerca a la senda principal. En ese lapso de 3 horas, los espectadores jugaron con harina y espuma, lanzándole a todo el que estuviera limpio.
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De un lado a otro, en zigzag, cerca de las vallas y saltando. Así se veían las personas disfrazadas que abrieron el carnaval. Pasaban por la senda principal gritando ¡viva Pasto carajo! Estaban disfrazados de leones, colibríes, cuis, jaguares, mariposas. En los palcos se podía ver, en algunos casos, a turistas provenientes de Asia, Estados Unidos y Europa.
A las personas disfrazadas las acompañaban otras que caminaban en zancos o que bailaban música andina. “Es la primera vez que vengo a carnavales. Me ha parecido fantástico. Estoy esperando las carrozas porque se ve que tienen mucho trabajo”, decía Liliana Aguilera, una turista valluna.
Una mujer embarazada, peliroja, con el mundo en su vientre y sobre un león. Esta fue una de las primeras carrozas que comenzó a llamar la atención. Luego llegaron otras más terroríficas, con duendes, demonios y toros. En los 8 kilómetros de desfile, en medio de los 400.000 asistentes, estaba la carroza del maestro Jairo Andrés Barrera, quien esperaba el turno de las carrozas no motorizadas para salir.
El nombre de su carroza, “Épica”, reflejaba un aspecto humano de Nariño. Un aspecto sobresaltado de colores, desbordado de emociones fuertes, como debe ser el carnaval. Recordando al psicólogo Sigmund Freud: “Una fiesta es un exceso permitido y hasta ordenado, una violación solemne de una prohibición”.
Detrás estaba la carroza de Holman, “El guardián de la naturaleza”. De frente se vía un hombre con garras de oso de anteojos, especie en extinción que habita en Nariño. El hombre protegía a los duende y a los animales, la representación tanto de la naturaleza local como del carnaval.
¿De qué se deben proteger? Principalmente, del hombre. Ese es el mensaje que Cabrera intentó transmitir y que comprendió la profesora Paula Murillo, de la Universidad de Nariño. Desde el campo de la arqueología visual, observó que la carroza de Cabrera reunía piezas tradicionales del carnaval de negros y blancos, en especial ese guardián con apariencia indígena.
“Hay elementos importantes, como la iluminación con pincel y las figuras recargadas. Me preocupa de otras carrozas la influencia del cine comercial. Hay una inspirada en el sombrerero y otra en la línea gráfica de Piratas del Caribe. Es necesario hacerle un seguimiento a los artesanos, acompañarlos, recordarles la tradición”.
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La carroza de Holman y la de Barrera estaban listas. Cada una transportaba más de 30 jugadores, personas que pagan cerca de 250.000 pesos para desfilar con la carroza, gritar y arrojarle dulces a los espectadores. El momento de euforia llegó al mediodía, cuando comenzaron a salir las carrozas motorizadas.
Salió la de Barrera, salió la de Zambrano. La de Holman no arrancaba. El piloto miraba con desconcierto y sudaba por que el motor no encendía. Los jugadores, desesperados, miraron a Holman, como pidiéndole una respuesta que de antemano sabían que no tenía. “Parece que se dañó la caja de cambios”, dijo el conductor.
Los jugadores se bajaron desesperados. Uno de ellos era Armando Mayama, un joven que lleva tres años participando el carnaval. “Todo el mundo se unió, incluso la gente de la calle. La carroza era una de las más opcionadas para ganar, no podíamos dejar que se quedara ahí, quieta. Buscamos al único mecánico que estaba trabajando en la ciudad”.
El dueño del camión llegó sudando, preocupado por la llamada de Holman. No supo qué hacer, solo admitió el daño. Holman no le dijo nada. “Todas las personas ayudaron a organizar, consiguieron el mecánico, intentaron cerrar las calles. Yo sentía frustración porque estaba pensando en el público y en los tres meses que me llevó armar la carroza. Al dueño del carro no lo culpo, son cosas impredecibles, estoy seguro de que no tenía la intención de hacernos mal”.
A los artistas, Corpocarnaval les entrega 18 millones de pesos para elaborar las carrozas. Holman invirtió 43 millones de pesos, costo similar al que pagaron otros artesanos. Fueron madrugadas pintando, desmontando, esperando a que el papel maché se secara. También fueron más de 30 personas las que se unieron para que la carroza estuviera a tiempo, a las 3 en punto de la mañana.
Dos horas después de la llegada del mecánico, la carroza de Holman salió. El desfile había terminado. Con lágrimas, los jugadores animaron al conductor para que arrancara. No importaba que no hubiera gente en las calles, tampoco que los jurados se hubiesen marchado. “El guardián de la naturaleza” arrancó detrás del camión de basura de la empresa Emas.
Esta vez Holman no quedó de segundo, tercero o cuarto, como en años anteriores. Terminó 20, lejos de “Épica”, la ganadora. Sentado en un andén, con una botella de aguardiente en la mano, Holman le explicó a su familia porqué no se resignaría: “este es un estilo de vida. El otro año volvemos”..