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“Los seres humanos se han convertido en mercancías”: Juan Villoro

Ganador de los premios Herralde de Novela y el Rey de España de Periodismo, el mexicano acaba de publicar La figura del mundo, un retrato de su padre y del México del siglo XX.

  • Juan Villoro es uno de los escritores latinoamericanos más leídos en el continente. Su obra ha explorado los géneros de la crónica, el teatro, la novela y el ensayo. Foto: Cortesía Sofía Grivas.
    Juan Villoro es uno de los escritores latinoamericanos más leídos en el continente. Su obra ha explorado los géneros de la crónica, el teatro, la novela y el ensayo. Foto: Cortesía Sofía Grivas.
  • “Los seres humanos se han convertido en mercancías”: Juan Villoro
20 de mayo de 2023
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Uno de los asuntos más antiguos de la literatura es el juicio que los hijos les hacen a los padres. Unos los lanzan a los leños ardientes de la hoguera mientras otros les ciñen en la frente la diadema de la santidad. Para el artista el trabajo de reconstruir la vida de los progenitores es también un camino para descubrir las claves de su identidad, para entender en parte las razones de porqué se es como se es. Desde el Antiguo y el Nuevo Testamento —que describen a Dios con los rasgos de un padre con problemas de ira, en el primero, o con una bondad extrema, en el otro—, pasando por Carta al padre, de Franz Kafka; por La invención de la soledad, de Paul Auster; por Gabo y Mercedes, una despedida, de Rodrigo García; por Aftersun, de Charlotte Wells, el examen de las relaciones filiales ha ocupado un lugar central en el quehacer artístico.

Ahora llega al mercado editorial el nuevo libro del mexicano Juan Villoro, uno de los autores latinoamericanos con mayor audiencia dentro y fuera del continente. La figura del mundo retrata la personalidad de Luis Villoro, un intelectual español asilado en México que consiguió tener influencia en las discusiones públicas de ese país al combinar la academia con la militancia. Miembro de la Academia mexicana de la Lengua y del Colegio Nacional, Luis fue uno de los asesores del Ezln, el movimiento insurgente que desde las selvas de Chiapas renovó —o al menos lo intentó— el lenguaje de la izquierda latinoamericana.

EL COLOMBIANO conversó con Juan Villoro mientras estaba en Europa, en medio de la gira promocional de su reciente obra.

¿Cómo fue este proceso de ir descubriendo esas facetas de su padre en la medida que iba escribiendo e investigando para el libro?

“Todos tenemos una cierta noción de quiénes son nuestros padres y nos acostumbramos a verlos de acuerdo con lo que nos dice el resto de la familia. Sin embargo, al cabo de los años, descubrimos que cada uno de los hermanos tiene un padre diferente, es decir que cada quien ha construido mentalmente una figura a partir de sus anhelos, sus rencores, sus amores y ha decidido que su padre es de cierto modo. Mi libro La figura del mundo es un intento de descubrir a una persona con la que conviví mucho, que tuvo una figura pública, pero que en cierta forma me resultó enigmática.

En el libro procuro llegar a ciertas claves de su conducta, que me hacen ver cuál fue el sentido profundo de sus actos. Entonces es un proceso de indagación del padre, pero también de autoconocimiento. Con los años vamos tratando de profundizar en nosotros a partir de la idea que tenemos de nuestros padres, esto es válido para cualquier familia y cualquier circunstancia y me pareció esencial ejercerlo en el caso de mi padre. No solo por la relevancia que tenía para mí sino también para exponer el significado social y cultural que había tenido para mi país”.

El libro es una especie de puente entre la historial de su padre y la historia del México de buena parte del siglo XX...

“Él fue una figura pública bastante conocida, sobre todo en ámbitos universitarios. Además participó en muchas iniciativas de la izquierda mexicana para formar nuevos partidos políticos, formó parte del movimiento estudiantil de 1968 que fue salvajemente reprimido en la plaza de Tlatelolco y no dejó de pensar en una izquierda democrática, autocrítica, moderna que pudiera algún día gobernar México. Terminó sus días convertido en asesor del levantamiento zapatista y de los pueblos originarios.

Fue una persona muy volcada a la transformación del país. Muchos filósofos han imaginado maneras de redefinir el mundo, pero no todos se han implicado en la tarea de cambiarlo y él procuró también tener un papel de activista. Él es una figura conocida en México y quise narrar su trayectoria desde la perspectiva familiar que me daba a mí el haberlo conocido de primera mano, aunque siempre a la distancia. Mi padre fue más un hombre de ideas que de afectos, entonces tenía siempre cierto aspecto enigmático, reservado, que no brindaba a los demás. Investigar a mi padre es también un acto de cercanía, de procurar comprender quién fue esta persona cuya vida intelectual fue más apasionante e intensa que su vida familiar”.

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En los últimos años se ha ido transformando el papel de los intelectuales públicos...

“Vivimos en una época muy distinta a la de los grandes intelectuales públicos tanto de lugares como Francia, donde han sido muy importantes, o América Latina. Hoy en día la posibilidad de interlocución del intelectual con la sociedad es muy reducida, entre otras cosas porque las tribunas fundamentales de los intelectuales para ejercer su pensamiento crítico fueron los periódicos y los periódicos se encuentran en un proceso casi de extinción. La importancia que tienen en la era de TikTok y Netflix es muy limitada. Por otra parte la sociedad en su conjunto es rehén de tentaciones que provienen de las redes digitales y de los algoritmos. La sociedad no está atenta a los faros de la inteligencia que pueden venir del pensamiento intelectual.

Vivimos un momento complejo porque los seres humanos se han convertido en mercancías, no hay nada más valioso que los datos personales con los que trafican las plataformas digitales y en ese contexto la idea del pensamiento libre, complejo, es difícil de expresar. Hoy en día entre los populismos políticos que abaratan el discurso y la tecnología que hace lo mismo, la función del intelectual ha quedado acorralada, pero no creo que se deba deponer el interés por el pensamiento complejo.

El libro que yo escribí sobre mi padre es justamente una defensa de la necesidad de entender la realidad con todas sus aristas y de no simplificar las discusiones, es un llamado a ver la fuerza vital que puede tener el pensamiento aún y cuando en esta época el pensamiento complejo esté casi en desuso”.

Revisitar la historia de su padre le permitió descubrir ciertas cosas de su propia biografía. Por ejemplo, el hecho de que usted descubre que su padre lo llevó a los Juegos Olímpicos del 68, corriendo él un riesgo. También la relación que él tenía con el fútbol...

“Muchas veces pensamos en nuestros padres a partir de las cosas que nos han dicho o de emociones que nos han manifestado y no reparamos tanto en los actos pequeños, muchas veces nimios que hicieron para favorecernos o para estar con nosotros. En mi libro procuré hacer una indagación de ciertas actitudes de mi padre y solo al escribirlo descubrí la importancia que había tenido para mí el hecho de que él me hubiera llevado a los estadios de fútbol cuando se divorció de mi madre. Esto empezó por una razón meramente pragmática: no sabía qué hacer conmigo los domingos y cuando me llevó a un estadio y yo me apasioné por el fútbol, él descubrió una actividad que podía unirnos.

Sin embargo, a lo largo de toda mi infancia pensé que era un gran aficionado al fútbol y que por eso me llevaba a los partidos. Cuando pude ir por mi cuenta a los estadios él me dijo: ‘Ya ve con tus amigos, no es necesario que te acompañe’. Y solo al escribir el libro entendí que ese gesto de renuncia para ir al estadio implicaba que en realidad nunca le había gustado demasiado el fútbol y que había ido ahí no por ser aficionado sino por ser padre, para estar conmigo. No me lo expresó de una manera obvia porque no era una persona de emociones fáciles, pero en la narración de lo que viví con él me quedó claro que había sido un momento de compañía importante.

Lo mismo ocurrió en vísperas de las olimpiadas de 1968, que ocurrieron un par de semanas después de la matanza de Tlatelolco. Mi padre había participado en la coalición de maestros, que era el grupo de profesores que apoyaba el movimiento estudiantil, varios de sus compañeros habían ido a dar a la cárcel y mucha gente le aconsejó que se fuera del país o se escondiera. Recuerdo que estábamos en un entrenamiento de water polo en Ciudad Universitaria, previo a la justa olímpica, y ahí una persona se acercó a decirle: ‘Luis ¿qué haces en la calle? Te van a arrestar’ y él simplemente contestó: ‘Estoy con mi hijo, vamos a ir a las olimpiadas’.

Yo tenía 12 años y a mí me parecía perfectamente natural su conducta, lo único que yo quería era ver cuántos atletas mexicanos podían ganar medallas y cuáles iban a ser las grandes sorpresas deportivas de ese cotejo. No reparé en el peligro que mi padre corría para llevarme a los estadios en un momento en que podía ser arrestado.

Nuevamente ahí él silenció sus reacciones emocionales, no dijo nada pero a la distancia pudo entender que se puso en riesgo, lo cual me parece conmovedor. También creo entrever en su conducta algo curioso y es que quizá él se sentía culpable de no haber sido arrestado porque varios de sus compañeros ya estaban en la cárcel y al exponerse por un lado me brindaba compañía pero por otro le daba oportunidad al gobierno de ponerlo en igualdad con sus compañeros de lucha y llevarlo a la cárcel. Ahí en su alma, que había sido adiestrada por los jesuitas a lo largo de su infancia y su adolescencia, se cruzaban estas ilusiones o tentaciones. Son cosas que solamente se descubren al escribir, es uno de los grandes méritos del trabajo literario: te permite un proceso de exploración de ti mismo”.

“Los seres humanos se han convertido en mercancías”: Juan Villoro

Hay otro elemento muy fuerte de la personalidad de su padre y es la condición de migrante... Hablemos del hecho de ser de algún lugar o del hecho dejar de ser de algún lugar...

En La figura del mundo yo quería también indagar un poco los misterios del exilio. Hay gente que va a un país por razones forzadas y se desentiende de ese país. Conozco muchas personas que emigraron de España a México por la guerra civil y que construyeron una especie de Pequeña España dentro de México, se quedaron anhelando las grandes paellas del pasado y trataron de reproducirlas en tierra mexicana, se casaron entre sí y vivieron en una especie de burbuja al interior del país.

El caso de mi padre fue distinto porque él llegó a México y, como a tantas personas que habían perdido su país de origen, México le pareció un lugar violento, corrupto, lleno de desigualdades. Le costó trabajo adaptarse pero encontró una manera peculiar de querer este país: descubrió que los pueblos originarios habían tenido una cultura riquísima, no solamente en cuanto a las pirámides que habían dejado sino también en cuanto a su cosmogonía y su pensamiento y sobre todo puso el acento en que esos pueblos originarios seguían vivos.

Fue uno de los precursores de un concepto que hoy en día se utiliza mucho en México que es el del ‘México profundo’, es decir el de los antiguos dueños del territorio que han sido soslayados pero que aún perviven y mantienen casi en secreto sus tradiciones y su muy rica cultura.

El primer libro de mi padre fue Los grandes momentos del indigenismo en México, que es una obra sobre los intérpretes de los indígenas. No es un camino directo hacia los antiguos pobladores de México sino a sus primeros analistas: se ocupa de los frailes ilustrados que estuvieron en el país como fray Bartolomé de las Casas o fray Bernardino de Sahagún y también de los antropólogos que dieron cuenta de esa realidad.

Lo sorprendente en el arco de vida de mi padre es que concluyó su trayectoria siendo también un estudioso directo de las comunidades indígenas gracias al levantamiento zapatista de 1994, que le permitió acercarse a la cuestión indígena, asistir al congreso nacional indígena, dialogar con los zapatistas, ser su asesor para el tema de autonomías en los acuerdos de San Andrés y de alguna manera cerrar su trayectoria vital compartiendo en primera fila las preocupaciones que él había leído como estudioso cuando empezó su trayectoria filosófica”.

Involucremos a esta charla dos referentes de las letras latinoamericanas que usted conoció muy de cerca: Álvaro Mutis y Roberto Bolaño. En septiembre se conmemora el centenario del nacimiento del colombiano y en abril se celebraron los setenta años del nacimiento del chileno...

“Álvaro mutis llegó a México en octubre de 1956, lo sé porque nací un mes antes. Toda su estancia en México coincidió con mi vida, fue una persona maravillosamente cálida, generosa, que ayudó a múltiples amigos. Es difícil entender la exitosa trayectoria de Gabriel García Márquez sin el apoyo continuo que le prestó Álvaro Mutis: desde los libros que le recomendó hasta los momentos cruciales en los que le dio un cheque o le consiguió un trabajo.

Mutis era un gran conversador que encandilaba las cenas y las reuniones. Además fue un gran poeta que supo reunir trayectorias un tanto disímiles de América Latina. En la poesía de Mutis me parece que confluyen escritores que solo a través de él pueden resonar. Por ejemplo, Borges y Neruda, que son autores muy opuestos en algún sentido, él encuentra la manera de que tengan vasos comunicantes en su propia literatura. Además fue un novelista de largo aliento poético: creo que La nieve del almirante puede ser simultáneamente entendida como un poema en prosa y como una maravillosa novela. Su personaje Maqroll el Gaviero es una invención única y entrañable, una persona que se opone a la realidad de una manera romántica y que está dispuesta a sufrir todo tipo de cataclismos y desastres para favorecer las cosas en las en verdad cree.

Por otra parte, Roberto Bolaño fue un gran amigo mío, compañero de mi generación. Lo conocí en México cuando yo tenía 17 años, nos volvimos a ver en Barcelona, intercambiamos múltiples cartas y llamadas telefónicas y cuando yo me instalé en Barcelona en 2001 tuvimos una enorme complicidad. Bolaño es uno de los mayores escritores de mi generación, muy poco conocido en vida pero que se convirtió en una celebridad después de su muerte. A él le daría una mezcla de gusto y recelo saber que se ha convertido en una figura tan mediática. Nadie es dueño de su reputación y la de Roberto se opone un poco a lo que él pensó en vida, pero así es el mundo: adora aquello que se le opone. Entonces figuras como el Che Guevara, Franz Kafka o Roberto Bolaño son personas que sirven también para vender camisetas”.

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Y para el cierre, una pregunta para una respuesta hipotética. ¿Cuál habría sido la reacción de su padre al leer este libro?

“El único texto que él leyó en el que hablé de él le pareció excesivo porque consideraba que yo había sido demasiado afectuoso y que lo había visto en una clave que él no merecía. Él se sentía un poco en falta como padre: era un hombre muy inteligente que había tratado de controlar sus afectos y de expresarse a través de las ideas y las teorías. Se sentía un poco incómodo en el terreno de las emociones y la literatura está hecha precisamente de arrebatos emocionales.

Escribí una crónica sobre el tiempo en el que él tuvo prohibida la entrada a Estados Unidos, en la época en la que estuvo incluido en el famoso libro negro que impedía que ciertas personas supuestamente enemigas del imperio estadounidense cruzaran la frontera. Eso le daba a él un enorme orgullo. Esa crónica está escrita desde una admiración afectiva y él se sintió halagado y hasta cierto punto incómodo porque yo había entrado al territorio que había procurado evadir: el de las emociones manifiestas. Él sentía con mucha fuerza pero lo sentía en privado, en su interior. Me dijo: ‘Juan, no merezco esto’ y se le quebró un poco la voz. Probablemente con este libro habría pasado lo mismo, quizá habría pensado que yo convertí en emociones las cosas que para él sólo eran ideas. Ese es el gran dilema de la literatura. Mi padre se dedicó a trabajar con conceptos y yo me dedico a trabajar con emociones”.

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