En ese cuadrado blanco, donde cabe dos veces una persona que mida 1.60, está dibujado un mapa mental de Amsterdam.
Puras líneas blancas con letras que se recorren despacio con la mirada. Están las calles, la gente hecha palitos, los edificios, algunas palabras. En la mitad, al frente del edificio Más antiquo, está el río y un bote y una explicación, “bote con cuarentones tomando vino”. Más a la derecha, cerca al asilo –“asilo (para una tercera edad tranquila?)”, se lee–, hay en letras mayúsculas una pregunta con solo un signo de interrogación y una respuesta: “DE QUIÉN ES ESTA CIUDAD? DE LOS HABITANTES que se quejan del gentío o de los VISITANTES que LA COSTEAN EN BUENA MEDIDA”. Y así se va recorriendo Amsterdam en ese dibujo que muestra el desfile hacia la casa de Ana Frank y unos punticos que son un montón de bicicletas. Incluso hay un turista “atorado con su bici en los rieles del tranvía”.
El dibujo es de Jan Rothuizen, un ilustrador holandés que, describen en un comunicado de prensa, es conocido por sus mapas, “en parte dibujados, en parte escritos, de los lugares que se encuentra en sus viajes, y de lo que él y otros experimentan en las ciudades y detrás de las fachadas de las casas”.
Hay también un mapa de unos señores que viven en una casa flotante y otro del lugar donde vive la señora que a veces le limpia su casa, una colombiana en Amsterdam. En ese pedazo de espacio, después de la entrada al pabellón de Corferias que se convirtió en un resumen de Holanda, que tiene una entrada en madera que parece un panal de abejas y en la pared de la derecha hay un mensaje de bienvenida con un “hola Holanda” –así en minúscula– y un texto que empieza con “un reino, cuatro países. Así está conformado el Reino de los Países Bajos”, hay que quedarse mucho rato para recorrer los mapas, reírse y sentirse, por ese momento, uno de los muñequitos dibujados.
Ahí la gente que recorre empieza a viajar por ese lugar y a ubicarse en el recorrido que sigue: “El concepto de este pabellón fue el del pueblo holandés, con elementos como la plaza central y algunas casitas. Dentro de estas casitas hay exposiciones. Quisimos mostrar diferentes aspectos no solo de la literatura holandesa, sino también del diseño, la arquitectura y el urbanismo de Holanda”, explica Lies Wijnterp, líder del proyecto.
Cada casa está hecha en madera, con colores diferentes. Lies precisa que los arquitectos trabajaron con el guacal, para que si se les ocurre llevar el montaje a otros sitios se pueda. Son reutilizables. En total se usaron más de 1.000 cajas de madera.
Las casas
El camino lleva a diferentes Holandas. La de Ana Frank, con una exposición sobre su vida que se llama Que me dejen ser yo misma, con imágenes y textos y un video que narra su historia. La que diseña libros que no solo se leen, sino que se miran, boquiabiertos. “Los libros holandeses son reconocidos mundialmente por su diseño, mezcla siempre ingeniosa de tecnología y arte”, según el mensaje de la pared. La diseñadora es Irma Boom. También está ese lugar creativo, que es diseño. En esa pared de otra casa están más de cien sillas pequeñas, blancas, en 3D, todas con formas distintas, que han hecho diseñadores holandeses. Están además algunas casas de muñecas y otros trabajos de arquitectura. La gente se asombra y abre la boca. Emociona. Está igual la Holanda en dibujos, en poesía, en conversaciones, arquitectura, novela gráfica y, por supuesto, la que anda en bicicleta. “Hay más bicicletas que personas. La tercera parte de los viajes urbanos que se hacen todos los días se hacen en bicicleta”, está escrito en la primera explicación, que sigue para contar la historia de este transporte.
Por supuesto es literatura, y ahí están los escritores invitados, Cees Nooteboom, Herman Koch, Philip Hopman, Mano Bouzamour, y un círculo lleno de libros –unos 900 títulos holandeses– para llevar a la biblioteca. En la mitad, donde es la plaza, hay un teatro, también de madera, para escuchar. En la noche del jueves, por ejemplo, Nanette Blitz, la amiga de Ana Frank, conversó sobre su amistad y su libro Sobreviví al holocausto. Ya tiene 87 años.
Son 3.000 metros cuadrados para saber sobre Holanda, sin salir de Bogotá, y eso lo recuerda el cuadrado blanco en el que está la capital de Colombia, según Jan Rothuizen, quien viajó antes de la Feria del Libro para retratar la ciudad. En la mitad está la Plaza Bolivar –así sin tilde– y los “cerros verdes empinados que parecen una promesa” y unos soldados a caballo que a Jan le parecieron caballeros medievales y además el monumento a Gaitán. Cerca a la carrera 10 hay un mural de García Márquez “que es lo que Ana Frank para Holanda: un narrador que se ha convertido en relato”. A las muchachas bogotanas típicas las describe con cejas delgadas y comenta que algún Gustavo le dijo suelen llamarse Leidi. Está Transmilenio escrito con flechas y su explicación. “Sistema de buses que funciona como el metro, pero al aire libre. En horas pico hay tanta gente en las estaciones que nadie puede entrar o salir!”. Y así, ahí está Bogotá en la mitad de Holanda, de acuerdo a los trazos de Jan.
Al final, un recorrido para quedarse antojado de los Países bajos. Y volver, incluso.
