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“El curador decide a quién monta al barco”

El director artístico de Flora, José Roca, fue invitado por el Mamm para revisar lo más destacado en el arte colombiano del siglo XXI.

  • José Roca estuvo en Medellín, junto con otros cuatro curadores, hablando sobre sobre la práctica curatorial y cómo esta era en últimas poner en público sus obsesiones. FOTO Jaime pérez
    José Roca estuvo en Medellín, junto con otros cuatro curadores, hablando sobre sobre la práctica curatorial y cómo esta era en últimas poner en público sus obsesiones. FOTO Jaime pérez
15 de abril de 2019
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Estuvo al frente de grandes bienales internacionales –Mercosur, São Paulo, Venecia–, de importantes museos (Tate Modern) y eventos de carácter nacional como el Encuentro MDE07. Desde 2012 se dedicó a su fundación Flora Ars Natura, un espacio que lo ha retirado de la escena más mediática del arte, pero que lo ha ayudado a transformar la forma de hacer curaduría. Lo que no ha cambiado es que sigue estando muy ocupado.

Aún así aceptó estar en el equipo curatorial de la actual exposición del Museo de Arte Moderno de Medellín (Mamm), Pasado tiempo futuro. Arte en Colombia en el siglo XXI, porque le parecía atractiva una curaduría colegiada, reunir varias miradas y de diferentes generaciones de investigadores sobre un tema.

Desde hace unos años viene trabajando en un modelo donde no hay artistas sino participantes en los proyectos. Lo hizo en Nueva York en la exposición Tejedores de agua y, recientemente, en Dulce Tumaco, para la cadena de restaurantes Crepes & Waffles.

Ahora se encuentra en una investigación sobre Montes de María (Caribe), un territorio con problemas como narcotráfico, guerrilla, paramilitarismo, monocultivos.

Los resultados los presentará en septiembre de este año, probablemente en sintonía con sus nuevos intereses: incluir a artistas junto con las voces locales.

La muestra del Mamm se propuso investigar el arte contemporáneo de los últimos 20 años. ¿Se puede hacer esa delimitación?

“Una década no comienza el primer año de una década. Decidí que en mi selección habría algunas obras que mostraran la consolidación de autores que vienen trabajando en proyectos muy similares desde antes y que llegan a un punto alto de su realización.

La razón es que no todo lo que una persona hace en la vida es igualmente bueno. Así les pasa a los creadores, no todas las obras tienen el mismo nivel de potencia y relevancia”.

El performance de María José fue bastante perturbador...

“Es una pieza muy sólida en sentido escultórico y performático, y va a mover. Claro, son movimientos muy sutiles amplificados por ese choque de las botellas que inunda el espacio. Incluso para ella es toda una ordalía tener que estar allí debajo. Es una cosa muy fuerte”.

Una curaduría es tan subjetiva que se pregunta uno cómo funcionan cuando hay varias opiniones...

“Hay un dicho de la escena que define a un camello como un caballo diseñado por un comité. Queda una especie de monstruo porque no es producto de la mirada de una persona sino de muchos. El peligro es que quede una cosa descosida y sin referencia; pero la bondad es que son muchas miradas”.

Ha estado en bienales, espacios independientes, museos. ¿Qué cambia en este ejercicio de la curaduría?

“Cuando comencé, sobre todo en nuestro medio, la figura del curador independiente era totalmente nueva. Ese tipo de curador transnacional, no necesariamente filiado a una institución sino a proyectos que negocia con diferentes entidades en el mundo, era una novedad. Hay curadurías más convencionales, aunque siempre he tratado de darle la vuelta a las cosas. La retrospectiva de Óscar Muñoz busqué hacerla sin caer en la cronología y en los temas más manidos. En ese caso acuñé el neologismo protografías, como protofotografías, algo que no llega a ser fotografías y de esa imagen que está desfijada”.

¿Y cómo está trabajando ahora?

“En las curadurías más progresistas existe todavía la distinción entre artistas y no artistas. Cuando se trabaja con comunidades o en contextos no artísticos, donde el artista va y mira como un etnógrafo una situación, señala, pone en evidencia o elabora la problemática.

Invariablemente la comunidad es curada y el artista es el que cura. La comunidad no tiene su propia voz sino que el artista se erige portavoz de lo que está pasando allí. Eso no siempre es malo pero en ocasiones es problemático. En este momento estoy haciendo la tercera curaduría de este tipo. En estas hay participantes, no artistas, con voceros, cantadoras, copleros, grupos de rap, campesinos, líderes comunitarios, y también artistas, diseñadores de mobiliario, textiles, industriales. Todo mezclado sin ninguna distinción de jerarquía. Entre todos conforman un conjunto de una problemática”.

¿Está superado el debate del ego del curador?

“Sí, en un momento hubo esa discusión, pero ya no importa. Habrá algunos que abusan de un relativo poder pero, como decía alguien, en arte poder se conjuga como qué puedo hacer por los artistas. Es la única forma posible.

No creo que sea el camino si alguien se siente con el poder de controlar o señalar. Una colega mía decía que un curador es como un editor con el que se puede dialogar y a quien le puede decir sus opiniones”.

Además son ustedes los que deben decidir...

“Sí. Si hay un barco que se está hundiendo y hay una sola lancha salvavidas, el artista actúa como una madre con 10 hijos, va a querer montarlos a todos aunque la lancha se hunda. El curador es el que decide que hay que sacar cuatro y los otros dejarlos. Así como suena, es de terrible. Al artista le cuesta más trabajo desprenderse pero uno, con la distancia, puede decir si es más coherente dejar algo por fuera”.

El arte contemporáneo tiene elementos como concepto, materialidad, tiempo. Finalmente, ¿qué lo define?

“Es difícil porque toda definición que uno dé reduce y siempre hay algo que se sale. Creo que el proceso es de gran importancia y a veces el discurso se puede influir según la obra. A veces es necesario conocer un poco el contexto para saber por qué se hizo esa obra o de dónde viene.

En consecuencia, creo debe haber un balance del proceso, el contexto, el concepto y la materialidad de la obra”.

¿Se está moviendo más el arte colombiano?

“Cuando comencé en el Departamento de Arquitectura (Universidad de los Andes) el arte era un solo medio. Todo el mundo sabía quién era quién con sus divas, evangelistas y mandamases. Ya había comenzado una cierta escisión de dos grandes grupos y había tensión entre ellos, pero era una misma escena.

Hoy en día este mundo se ha diversificado de tal manera que, incluso en Bogotá, no conozco y eso está bien porque quiere decir que hay suficiente público, autores y personas que hacen mediación, lo que da independencia”.

En Medellín hay 18 galerías de arte, cosa impensable hace 20 años. ¿A qué atribuye el fenómeno?

“Creo que hay un boom de producción más que visibilidad. Las personas externas ven una escena súper potente y dicen: ¡cómo no la conocía! Hay mucha mayor visibilidad y el mercado del arte se ha desarrollado mucho en los últimos 10 años.

En Medellín hubo una circunstancia particular: la persona más importante en la escena durante muchos años fue Alberto Sierra. Era como una bella ceiba, majestuosa, pero tenía unos brazos enormes y nada crecía debajo. La Oficina dominó la escena durante mucho tiempo. Ahora que ya no está surgen otras. En un ecosistema tienen que existir arbustos, árboles y ceibas, no solo ceibas”.

Uno ve la batalla diaria de los museos es por la sostenibilidad. ¿Los espacios independientes de arte son la esperanza del modelo?

“En Medellín está Casa Tres Patios, Taller 7, pero la mayoría de los espacios de arte dura un tiempito, mientras dure el entusiasmo de las personas que lo forman. Por lo general, cuando son de estudiantes o artistas, dura lo que les dure el entusiasmo o la armonía, porque después se pelean o se separan por intereses individuales. Y está bien, no tiene que durar eternamente porque ellas son circunstanciales y, a veces, duran demasiado tiempo –o duramos–.

No sé cuánto va a durar Flora pero nos propusimos una meta de diez años (lleva seis). Cuando lleguemos ahí evaluaremos lo que hicimos y si podríamos seguir siendo relevantes. Si no, no tiene sentido continuar”.

¿Y Flora cómo va?...

“Bien, el trabajo de un curador hoy en día es en gran parte de gestión de recursos. El lujo que tiene uno institucional es que otra persona consigue su salario. Flora está en un momento de crisis, como siempre ha estado. Nunca ha habido dinero, todos los días comenzamos de cero porque no hay una entrada fija. En ese sentido es igual de precario que desde el principio. Tiene un aspecto de cierta solidez e institucionalidad, pero no es así”.

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