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Minutos antes de una presentación en vivo, el violista de la Filarmónica de Medellín David Merchán hacía calentamientos musculares y estiramientos. Organizaba su partitura en el atril, acomodaba su asiento, preparaba su viola y el arco, hacía algún comentario a sus pares de fila y miraba al director. Un oboe soltaba un La para afinar al conjunto antes de que se levantara la batuta. Como jefe de la fila de siete violas, se sincronizaba con el resto en un lenguaje de señas que se tenía en el escenario.
Este ritual parece cosa del pasado, por lo menos por ahora. El escenario es un estudio, un pulsor marca la velocidad y una tableta registra las escenas. Al igual que antes, prepara la partitura, los cambios de tempo, las tonalidades y ritmos; la diferencia es que hoy David, como sus compañeros en la orquesta, lo hacen desde casa, procurando un lugar silencioso.
Para el estreno mundial de Introspectiva y tierra viva, fantasía, obra sinfónica del compositor colombiano Jorge Pinzón, el 22 de mayo por plataformas digitales, David Merchán envió su parte en una grabación de audio y video que llegó a manos de un editor y un ingeniero de sonido, quienes se encargaron del ensamble, sincronización y ecualización de los 126 fragmentos de los demás músicos. Todos deben sonar y verse como si fueran uno. Lo que antes era un concierto en el Teatro Metropolitano, con aforo de 1.634 espectadores, 120 músicos en escena y 100 coristas, ahora se hace con un celular, una habitación y el click de velocidad.
La crisis cambió la manera en la que las orquestas hacen sus montajes. También su economía. El Ministerio de Cultura indica que en Colombia existen siete profesionales (con nómina fija), sinfónicas y filarmónicas, que vinculan aproximadamente a 500 personas –la cadena de valor incluye proveedores externos, técnicos, afinadores, luthiers, arreglistas, logística, mánager y sonidistas–. Seis de ellas reciben apoyo de esta cartera (ver ayuda), excepto la Filarmónica de Bogotá que es 100 % financiada por la Alcaldía. A su vez, el aislamiento y la cuarentena ha afectado sus ingresos. De acuerdo con MinCultura, en promedio en Medellín se hacen al año “240 actividades anuales, Bogotá puede tener 600 y otras ciudades más pequeñas llegan a los 100”.
Por ejemplo, la Filarmed ha reducido sus ingresos y seguramente, cuenta su directora, Ana Cristina Abad, se verá reflejado en la contratación de los 68 músicos que trabajan por prestación de servicios: “Haya o no conciertos, todos reciben sus honorarios. Hacemos un esfuerzo inmenso por continuar, pero se tiene que reducir el porcentaje o el equipo porque estamos dejando de percibir recursos por taquilla, donaciones y patrocinios”. Explica que por ahora están haciendo formatos más pequeños de cámara y preparando conciertos para niños y familias a través de los canales digitales en los que se pueda homologar lo pactado con sus patrocinadores.
Esta dificultad la tiene igual la Sinfónica Eafit. La taquilla fue cancelada y los apoyos privados se han “disminuido”. Este año tenían planeados 23 conciertos de temporada. Sin embargo, desde mediados de marzo cancelaron sus funciones en vivo, así como los contratos con invitados internacionales. Los 52 músicos de planta, además de supernumerarios y practicantes, ahora ensayan desde casa todos los días durante tres horas y media para los proyectos musicales virtuales.
Hilda Olaya, directora ejecutiva, cuenta que por ahora están haciendo conciertos cortos, entre ellos de cámara y sinfónico, temáticos y de charlas dirigidas a niños y jóvenes. “En redes hay más gente. En dos meses hemos tenido más de 35.000 vistas, es un fenómeno maravilloso”.
La pandemia obligó a las orquestas a replantear su forma de trabajo. La parte buena, indica Juan Antonio Cuéllar, presidente de la Asociación Nacional de Música Sinfónica, es que ha obligado a ser creativos y a asumir otras líneas de negocio más allá del subsidiado.
“La pandemia nos ha dado un remezón. Nos hizo caer en cuenta de que ya no estamos en el siglo XIX. Las orquestas teníamos el mismo esquema de funcionamiento y jerarquía de trabajo, incluso igual repertorio. Ahora caemos en cuenta de que existe la tecnología”, explica.
Para el director de la Sinfónica Nacional de Colombia esta es una experiencia sin precedentes, incluso para los músicos: “Aprenden que son intérpretes. Al verse grabados, no solo tocan al público, sino que se ven. Su actitud corporal y su expresividad cambia”. Juan Antonio cree que se está aprendiendo un lenguaje y una oportunidad para encontrar mercados incipientes como las producciones discográficas, un segmento al que algunas orquestas desarrollan en el año. Además, esta experiencia ha servido para entender que este gremio no tiene experiencia en plataformas virtuales, “como sí pasa con el cine”, afirma Ana Cristina. De hecho es una pregunta diaria de las dos orquestas profesionales de Antioquia, Sinfónica Eafit y Filarmed: cómo monetizar contenidos digitales en redes.
Cuéllar señala que las orquestas tienen pendiente definir los protocolos de bioseguridad. “Tendremos que reducir a grupos pequeños, de menos de 12 músicos. El segundo reto es revisar cuándo podemos tener público en salas, boletería y derechos de interpretación”.