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Margarita García Robayo: el amor lejos del final feliz

La autora colombiana Margarita García Robayo consolida cada vez más un estilo que la convierte en referente de la literatura contemporánea.

  • La autora colombiana Margarita García Robayo consolida cada vez más un estilo que la convierte en referente de la literatura contemporánea. FOTO CORTESÍA ALEJANDRA LÓPEZ.
    La autora colombiana Margarita García Robayo consolida cada vez más un estilo que la convierte en referente de la literatura contemporánea. FOTO CORTESÍA ALEJANDRA LÓPEZ.

Margarita García Robayo nació en Cartagena y escribe desde Buenos Aires, cumpliendo lo que dicen muchos que para publicar hay que salir, pues su obra no es lo que muchos esperarían de la literatura caribe en Colombia.

En su bibliografía hay tres novelas: Lo que no aprendí (Planeta, 2013), Hasta que pase un huracán (Laguna libros, 2015) y Tiempo muerto (Alfaguara, 2017). Y tres libros de cuentos, Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza (Planeta, 2009), Las personas normales son muy raras (Pluma de Mompox, 2011) y Cosas peores (Alfaguara, 2016). Generación conversó con ella vía correo electrónico para conocer más su visión de mundo.

¿Por qué encuentra tan atractiva la vida cotidiana?

“Porque es la vida que nos pasa a todos y porque no creo que lo cotidiano sea sinónimo de anodino o genérico. Ese tedioso transcurrir del día a día es, según cómo se lo mire, una constatación permanente del tipo de personas que somos, y del tipo de sociedad que estamos construyendo. El resultado de ese ejercicio, el de mirar lo que ocurre en nuestro entorno con la fijación de un obseso, suele confirmarme que en esa porción de nada que parece ser la vida cotidiana, se producen explosiones asombrosas. No por grandes sino por insospechadas; revelaciones minúsculas que en su conjunto nos muestran mapas sensibles del universo que habitamos. Creo que hasta el último rincón del mundo está lleno de esa nada inflamable, y si uno se sienta y espera y mira con cuidado, será testigo de pequeños estallidos”.

¿Son las mujeres esclavas de su propia realidad?

“Depende de qué mujer y de qué realidad... Pero creo que todos, mujeres y hombres, somos esclavos de algo”.

¿Cómo se construye el concepto de mujer hoy?

“No me siento cómoda hablando en términos absolutos, pero podría conceder que hoy casi todas las mujeres cuentan con infinidad de recursos propios para construir una identidad singular, sin tener que amoldarse a la expectativa que se tiene de su rol —sea cual sea esa expectativa—. No sé si una mujer es consciente de estar ‘construyéndose’ como concepto todos los días, pero en cada decisión que toma, en cada camino que elige en esas pequeñas y grandes bifurcaciones de las que está plagada la vida, está sentando una postura y asumiendo un lugar en el mundo”.

¿Hace falta desentender la maternidad y entender la paternidad?

“No diría que hay que desentender nada, porque no creo que el entendimiento tenga que agotarse. Lo ideal sería, eso sí, que cada nueva exploración, búsqueda o abordaje traiga alguna variación que nos permita ampliar o profundizar en ese entendimiento. Cuando eso no sucede, los temas —maternidad, paternidad, pareja, etc— terminan siendo coros para nadie; se vuelven redundantes y se gastan. Con respecto a la paternidad, es verdad que parece ser un tema menos explorado, mientras que la maternidad es todo un tópico sobre el que ni las mujeres conseguimos ponernos de acuerdo”.

¿Vivimos en un mundo de dobles identidades? ¿Nuestro ser exterior está cada vez más lejos del interior?

“Sí, estoy convencida de que hoy todos tenemos un doble. El síntoma más visible es el personaje que habla por las redes lo que calla en su vida. La gente en las redes suele tener opiniones muy fuertes acerca de temas sobre los que sabe muy poco. Y como están/estamos rodeados de ‘amigos’ que piensan parecido —o que aplauden lo que el otro dice—, las propias opiniones se refuerzan y se tornan más extremas. Internet te provee de una coraza amable y protectora y te permite desarrollar un yo que difícilmente se condice con el que está afuera del entorno virtual”.

Tiempo muerto es crítico con las mujeres intelectuales, con los latinos emigrados. ¿Es crítica consigo misma?

“No creo que sea un libro crítico en un sentido despectivo, creo que es, como todo lo que escribo, un libro escéptico. Escéptico frente a la estabilidad que presupone el paso del tiempo en los vínculos afectivos; frente a la maternidad y la paternidad como una nube de conceptos gaseosos con demasiadas referencias y no muchas convicciones; frente a la emigración como paradigma de éxito —una emigración de clase media educada, como la que describe el libro, claro—; frente a la identidad neutra y aséptica que resulta del desarraigo; frente a la alimentación como una gran preocupación sociológica e ideológica y tantos otros temas que toca la novela, siempre con la intención de trazar un retrato parcial de algunos rasgos de la contemporaneidad. Es importante decir que el universo que cuenta Tiempo muerto es el de la clase media latinoamericana, más o menos educada, más o menos progresista y en general insatisfecha; porque los vicios de esta clase son la piedra angular sobre la que se levantan los conflictos de Lucía y Pablo, la pareja que protagoniza el libro”.

Hay una cierta desesperanza en su obra, ¿estamos condenados a la vida?

“Creo que hay, como decía antes, escepticismo. A veces eso se traduce en desesperanza, pero yo no lo veo así. Sé que tengo un modo de mirar que suele apuntar a las partes sombreadas de la vida, más que a las partes luminosas. Creo en escribir como un modo de explicarme y de aclararme a mí misma algunos asuntos, y por supuesto de expiarlos también. Pero incluso en los finales más tristes hay un gesto esperanzador, una salida de emergencia. En mis finales están esos gestos de modos más y menos perceptibles, pero seguro que están. Como decir una rendija de luz que intenta colarse en una habitación oscura. Algunos le llaman a eso melancolía. Acá en Argentina le llaman tango”.

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