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“Los accesorios son a la moda, lo que los epítetos son al estilo: indispensables y peligrosos. Si son insignificantes, luego inútiles, no sirven sino para deslucir y banalizar el conjunto; si son demasiado vistosos, resplandecientes caen en el mal gusto; si son muy numerosos, la mujer toma un aire de india salvaje”, dicen las señoras de Letras y Encajes en sus páginas de moda de la edición 143 de 1938. Ignorando el lenguaje un poco acartonado y políticamente incorrecto, podríamos encontrar un párrafo parecido en cualquiera de las publicaciones femeninas actuales. Ellas lo dijeron primero.
Letras y Encajes fue la primera revista femenina de Antioquia. La fundó un grupo de mujeres de la élite social de Medellín, en 1926. Publicaban textos que trataban temas tan diversos como la incorporación femenina al mundo laboral, recetas de cocina, cuentos, crónicas y ensayos, de elaboración local o traducciones de publicaciones internacionales. Según la historiadora Magdala Velásquez, en su ensayo Condición jurídica y social de la mujer, los artículos “constituían una especie de decálogo al cual debía ceñirse la mujer y que superaba los marcos de su clase y llegaba a los sectores medios de la sociedad”.
La actividad literaria y periodística fue, según la historiadora Catalina Reyes Cárdenas en su libro Aspectos de la vida social y cotidiana de Medellín 1890-1930, una de las primeras formas de manifestación intelectual femenina en el siglo XX colombiano, pues permitía a las mujeres expresarse y seguir en el rol tradicional de amas de casa. A pesar de la oposición de varios grupos sociales, por sus fuertes tradiciones, en Antioquia se dieron algunas de las primeras manifestaciones femeninas en medios impresos. La revista Cyrano, fundada en 1920 por Luis Tejada en Medellín, publicaba los textos de Fita Uribe, María Eastman y María Cano, todas, parte de la generación de jóvenes mujeres que incursionaron en la literatura, especialmente a través de cuentos y poemas. Sin embargo, estos escritos no eran bien vistos y como una respuesta a este comportamiento irreverente, se alzaron las voces de otras mujeres que defendían los valores católicos y tradicionales, pero que disfrutaban la posibilidad de expresarse.
Cajón de sastre
La revista se publicó durante 32 años y obtuvo reconocimientos nacionales e internacionales. Remuneraban a sus escritoras, pero también publicaban cartas y artículos de lectoras, incluso tenían un consultorio para “divulgar de manera clara y sencilla ciertas nociones literarias, científicas, sociales e históricas, etc., de diaria ocurrencia en las conversaciones”. Una de las lecturas preguntaba, por ejemplo, qué se entiende por Estado totalitario.
Letras y encajes fue una publicación mensual, dirigida en su primer momento por Teresa Santamaría de González, Sofía Ospina de Navarro, Ángela Villa y Alicia María Echavarría, quienes en el editorial del primer número manifestaron que aspiraban a “ocupar un puesto de honor sobre la mesa del hogar” y que la publicación “no ostentará, como seguramente se han figurado algunos, el sello pretencioso de un órgano feminista”. Estas mujeres matizaban el feminismo entendiéndolo como el trabajo de las mujeres en las fábricas y oficinas, y atacaban el “feminismo bolchevique” y las reformas educativas que incluían a la mujer, afirmaban que el feminismo bien entendido estaba en las obras sociales.
El objetivo principal de la revista era guiar a la mujer en los diferentes oficios del hogar, además de interesarlas en el arte y la literatura, como se puede entender en la explicación del título: “en sus páginas se hallarán entretejidos los encajes y las letras, y junto al cuento o la poesía original del autor consagrado, se dejarán ver tímidamente las labores de mano, el ensayo feliz de alguna nueva devota de las musas, o las observaciones caseras de la mujer madura”. Los encajes son un símbolo de la feminidad tradicional pues eran telas elegantes, delicadas y costosas, que sumadas a las letras como representación de la alta cultura, conformarían a la mujer perfecta.
Las ganancias de la revista estaban destinadas al Pabellón de Maternidad del Hospital San Vicente de Paúl, lo que deja claro la posición social de las directoras, pues según Catalina Reyes, las mujeres de la élite asumían el papel de “misioneras sociales” y debían convertirse en el modelo a seguir de todas las demás. Además, evidencia que no tenían ninguna necesidad de reportar ganancias económicas, aunque en el campo publicitario contaban con grandes anunciantes como Heinz, Cía. Nacional de Chocolates, Westinghouse y Piel Roja, que en ese entonces era el complemento perfecto a la elegancia femenina y un buen hábito para mantener un peso saludable.
Las mujeres que fundaron la revista hacían parte de las familias que dominaban los sectores empresariales y políticos de la región, por ejemplo, Teresa Santamaría fue la fundadora y rectora del Colegio Mayor Femenino de Antioquia, cuyas alumnas hacían prácticas profesionales en la redacción de la revista.
Aunque la revista parecía una simple entretención para las mujeres que la elaboraban, en sus páginas llegaron a circular textos de Efe Gómez, Porfirio Barba Jacob y Tomás Carrasquilla, importantes escritores del momento.
Códigos contrarios
Pasearse por las páginas de Letras y Encajes es un ejercicio curioso, la revista está llena de paradojas. En la reciente exposición Grandeza, de la Universidad Pontificia Bolivariana, se citaba la reseña del look de las sufragistas como tendencia de moda, pero se aclaraba que la revista no respaldaba de ninguna manera las ideas feministas. La política mundial y los avances científicos compartían espacio con notas sobre los valores familiares o consejos para brillar la platería. Se incentivaba la cultura y la formación de una opinión educada, pero defendían la importancia de su papel de “ángel del hogar”.
Catalina Reyes afirma que es contradictorio ver la importancia que se le daba a la idea de la mujer como ama de casa, en “una ciudad donde la fuerza de trabajo fabril femenina fue clave en la industrialización. En 1923, había 2.815 obreras, el 73 por ciento de la fuerza obrera de la ciudad”. Lo que se puede explicar por lo económico que resultaba contratarlas. Además de obreras, las mujeres trabajaban como profesoras, secretarias, cajeras, telefonistas, dependientas de almacenes, modistas o cocineras. Todos oficios afines a las labores que tendrían que desempeñaban en el hogar.
Ser y parecer
La imagen femenina en Letras y encajes generalmente no se sale de los estándares del establecimiento, las mujeres de esta publicación son elegantes y sofisticadas, como lo deben ser las de las clases altas, pero además están dedicadas completamente a su familia y asumen con satisfacción esta tarea.
Aunque los valores son importantes, la belleza no está en un segundo plano: “Toda mujer tiene la ineludible obligación de ser bella y atractiva para hermosear nuestra vida. Primorosos vestidos, encantadores tocados, perfecto arreglo de su seductora personalidad, es cosa indispensable a la existencia de todos; [...] La mujer está obligada a buscar empeñosamente cuanto contribuya a realzar los dones que le han sido otorgados y con arte y paciencia estudiar y rectificar lo que en sí hallara imperfecto o por lo menos disimularlo”, dice la página de moda en la edición 83 de 1933.
Era importante estar al corriente con las nuevas tendencias, pero estas no estaban a la mano, como hoy en día, sino que era necesario saber de telas, corte y confección para reproducir los diseños que se veían en París. Ser mujer era demandante, como lo sigue siendo hoy.
Es sorprendente ver lo poco que han cambiado los discursos en este tipo de publicaciones, después de tanto tiempo. Las mujeres seguimos creyendo que es nuestra obligación vernos de cierta manera y recurrir a todo tipo de artificios para ser agradables a los demás. También seguimos creyendo que en nosotras recae la responsabilidad de que el hogar funcione y que el grupo familiar sea armonioso. Casi un siglo después, es poco lo que nuestro inconsciente colectivo se ha modificado.
Parece que fuera ayer en el mundo de las revistas femeninas colombianas. Si algo ha cambiado en cuanto a secciones o temas tratados, es que la cultura ha perdido terreno frente al fitness y la autoayuda. Las mujeres somos más banales, porque tenemos menos tiempo, sin embargo, esta tendencia no es igual en revistas europeas femeninas que siguen publicando ensayos o ficción, como Vogue París.
En vez de ser un medio de expresión, las revistas femeninas son un órgano de adoctrinamiento. No comparten las preocupaciones de las mujeres como grupo, sino que se convierten en altavoces del mercado y sus exigencias.
No solo es interesante hacer el ejercicio comparativo entre las publicaciones del pasado con las actuales, sino que también da muchas luces sobre la situación social de la mujer hoy ver las publicaciones masculinas frente a las femeninas. Las mejores plumas del país escriben con tino y humor en las primeras, mientras que en las segundas se reciclan los temas por temporadas con fórmulas repetitivas. Un fenómeno que merece análisis.
Letras y encajes fue un medio revolucionario para su tiempo, una muestra del interés de las mujeres por ganar espacios propios, por ver más allá del hogar y la familia, así dijeran lo contrario. También es una muestra del esfuerzo que se hacía para estar en consonancia con el resto del mundo, en una época donde la globalización no era ni siquiera una teoría y el internet ni un experimento. La moda, la política y la cultura eran movimientos globales de los que había que hacer parte, así nos encontráramos en un recóndito punto de Suramérica. El esfuerzo de estas mujeres por hacer un producto de calidad que le fuera útil a su público es loable.
Por otro lado, desilusiona ver lo poco que han cambiado las cosas. Imprimimos a color y con fotografías en alta resolución, pero ya no nos preocupamos por aprender del mundo para participar en las tertulias o debatir sobre un nuevo movimiento social. Gastamos demasiada energía en cosas superficiales que nos restan fuerza. El ocio es un derecho, pero no tiene que ser vacío. Necesitamos nuevas ideas, un siglo después.
Periodista cultural del área de Tendencias de EL COLOMBIANO.
Revista cultural con 82 años de historia. Léala el primer domingo de cada mes. Vísitela en www.elcolombiano.com.co/generacion y en el Instagram revista_generacion