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Entre críticas agudas a lo que consideraba injusto y un rechazo absoluto por la indiferencia, José Saramago creó su literatura encontrando las palabras indicadas para hacer evidente la desigualdad que él veía de frente.
Hace ya 10 años que el autor murió a causa de una leucemia. La Academia Sueca lo escogió como merecedor del Nobel de Literatura en diciembre de 1998, cuando tenía 76 años, “por su capacidad para volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”.
Sus abuelos habían sido campesinos, trabajadores de la tierra y seguía ese ejemplo en sus textos. “Se acercaba a la escritura como, decía él, un artesano a su trabajo o un labrador a la tierra: con dedicación, empleándose a fondo, intentando hacer una obra buena, sin ansiedades. El Saramago que conocemos era un hombre maduro, que había pensado y vivido mucho y no le desconcertaban las cosas de la vida literaria”, contó su viuda, Pilar del Río, en una entrevista a Efe esta semana.
Ensayo Sobre la Ceguera, Todos los nombres y La Caverna fue una trilogía en la que presentó “un mundo consumido, un páramo en los que los conceptos de bien y mal parecen desfigurados”, señaló el crítico literario Alberto Barrantes en la revista El Ciervo en 2004.
Aunque dedicó gran parte de su carrera literaria a la novela, reservó una mirada ligeramente diferente para la poesía. En 1966 llegaría su primer libro de poemas: Os Poemas Possíveis. Le seguirían Probablemente Alegria (1970) y O Anno (1993).
Llamado a lo humano
El portugués fue un hombre que se preguntó mucho por lo que ocurría a su alrededor, así lo afirmó Barrantes en su texto. “Ya desde su novela Alzado del suelo (1980), Saramago muestra su condición de intelectual comprometido que no puede escribir de espaldas a la realidad y que reniega continuamente de aquellos intelectuales que no se comprometen con las causas del tiempo que viven”. Para el editor y traductor Carlos Ciro, el que podría ser el carácter central de la escritura del autor, bien sea como novelista, poeta o periodista es la franqueza, “esa cualidad de las palabras para decir las cosas sin rodeos, directamente, para entregar el mundo de primera mano”.
Si se regresa a su poesía, se podrá encontrar “un intenso llamado hacia lo humano, una invitación al amor, a la generosidad, a la sencillez y a la sinceridad; a la fraternidad y al cuidado”.
Capturar la vida
Reflexionando sobre las virtudes de su prosa destaca esa con la que puede “desocultar” lo que esconde lo humano, y que esa, también, se puede evidenciar de cierta manera su poesía. “Mira la naturaleza sin preconceptos e intenta entregarla tal como es, con sus colores precisos, con su ‘aroma’ –añade– mientras la intensidad psicológica del narrador evidencia lo peor y lo mejor de cada hombre personaje en sus narraciones, el poeta se detiene en la contemplación de las flores, en los sonidos del agua; en suma, en todo aquello que reivindica y da sentido a la vida en medio de la incesante guerra, de la barbarie, de la rapacería del hombre hacia el hombre”.
Aquellos detalles en los que quizá no era su objetivo reparar en sus novelas, les permitió una cabida en su poesía. Un ejemplo puede ser En La Isla A Veces Habitada: En la isla a veces habitada de lo que somos,/ hay noches, mañanas y madrugadas en que no necesitamos morir./ En ese momento sabemos todo lo que fue y será.