A Vicente García los sonidos de su tierra lo invitaron a sumergirse en el mar. Por allá en 2010, cuando componía Melodrama, su primer disco, se acercaba de a pocos al agua, como quien en un día de playa se para justo en la orilla, con los pies descalzos entre la arena, para prepararse antes de entrar.
Con un toque de agua y sal que le rozó suavemente los dedos, el artista con dreadlocks y buena vibra procuró imprimirle a su producción un poco de su natal República Dominicana, pero ese, el primero de sus álbumes, quizá fue el más tímido.
Cinco años después, con un poco más de experiencia y confianza, Vicente se lanzó al agua con A La Mar, su segundo trabajo. Allí empezó a nadar, viajó a diferentes ciudades de su país para entender mejor sus sonidos y ese trabajo, al que llegaron canciones como Dulcito e Coco, Carmesí y Espuma y Arrecife, le mereció tres premios Latin Grammy en 2017, incluyendo Mejor Nuevo Artista.
Y ahora llegó Candela, como bautizó a su tercer hijo musical. Es la última parte de esa trilogía sonora que lo lleva ahora a las profundidades del océano, a las raíces de su tierra. La presentará en un concierto el 7 de septiembre en el Teatro Metropolitano de Medellín.
Un trabajo que desafía abiertamente los sonidos comerciales, que está interesado en cuidar su cultura y, en sus palabras, abordar “lo que ya ha pasado y lo que ya no se escucha”.
En lo profundo
Vicente viene contemplando el merengue por años, posiblemente desde que escuchaba de niño a Juan Luis Guerra, quien era una especie de superhéroe para él. Posteriormente, la música lo acercó a su mentor y colaboraron juntos en Loma de Cayenas, que hace parte de esta última entrega.
Fue también por él, por Juan Luis, que Vicente tomó la decisión de conocerse un poco más entre esos ritmos con los que creció. Hizo varias giras con el músico y mientras tanto pensaba hacia donde quería orientar su carrera.
Además de la balada y el reggae, la bachata y el merengue le susurraban, como sirenas, le pedían que buscara la clave para entender mejor ese lugar del que venía. Tomó aire y se metió de lleno “en toda esa sonoridad que viene a partir de la cultura y la música afrodescendiente y afroamericana: el merengue, la bachata y la salsa, tan propia del caribe”.
Así le fue dando forma a A La Mar, por ejemplo. En una investigación que es casi académica, se empapó del merengue de los ochenta y los noventa y fue emparejando todo ese aprendizaje con su estilo. Allí se dio a la tarea de crear su propia propuesta.
“Haber hecho este trabajo en ese disco me dejó clavado en el merengue y al mismo tiempo con muchos interrogantes”. El océano no solo se extendía hacia el horizonte, sino hacia las profundidades. De allí la necesidad de ir más hondo todavía.
No paró, aun después de esa producción, y siguió indagando. “Me fui a la época previa, empecé a buscar también en el merengue viejo de los 40, 50 y 60. Todo eso que se hizo antes de la llegada del acordeón”, cuenta.
“Cómo se trabajaba el merengue antes con la guitarra, el tiple, un tres, un cuatro y cómo eso cambiaba las estructuras armónicas y también la estética de ese merengue que todo el mundo conoce y que se ha internacionalizado”.
Puede leer: Darle música y letra a la voz de otro
Rastreó el ADN del merengue, los lazos que tenía con la música puertorriqueña y fue poniendo puntos en el mapa. Sus oídos llegaron a África, al Congo, por ejemplo, donde se topó con músicas como el soukous, que inspiraron algunos ritmos que adoptó en el disco.
Luego el oído se fue a Angola y allí fue que encontró otro merengue (porque le llamaban igual), pero ligeras variaciones.
El cantautor cuenta que en su investigación se dio cuenta de que ese ritmo llegó a ese país cuando los cubanos participaron en la Guerra Civil angoleña a mediados de los setentas.
Gestos muy dominicanos
Tras ese recorrido consolidó Candela, un tercer disco con muchos colores, aunque él lo define más como muchos personajes. Hay uno, que es el de la canción que le da nombre al disco, y que tiene una identidad campesina, “del merengue típico del campo, que se canta con una estructura muy sencilla”.
Con Tambora, otro de sus temas, también se siente ese ambiente a rural, allí “hay un estilo típico del canto de hacha y la cosecha, que también lo ha tenido el merengue durante años en ciertas regiones”, comenta.
Otro personaje se asoma, uno algo más africano y más romántico, como en Un Conuco y Una Flor. “Ese coro, por ejemplo, es un poco africano pero mezclado con gospel”.
Lea también: Una colaboración soñada: Vicente García y Juan Luis Guerra