El Arriero es un nombre común de las cafeterías de Antioquia, pero en Campamento está impregnada de la esencia del trabajo en familia. Lo que comenzó hace más de dos décadas como una pequeña cafetería impulsada por Gildardo Álvarez y su esposa, se transformó con los años en un negocio sólido que ha crecido gracias a la labor conjunta de sus hijos y la convicción de salir adelante.
Gildardo ha sido un hombre de trabajo. Fue carnicero y luego montó una caseta de jugos y helados. Sin embargo, la violencia de los años noventa la destruyó y con ella gran parte del esfuerzo de la familia. Aun así, no perdió las ganas de seguir. Con el tiempo logró alquilar otro espacio y, junto a su esposa, volvió a empezar. De ese impulso nació lo que más adelante se convertiría en El Arriero, un lugar emblemático en Campamento.
A mediados de la década de 2010, sus hijos dieron un paso más y la transformaron en un negocio formal y sostenible. Carmen, una de las hijas, dejó su trabajo y se dedicó a la cafetería con la idea de ayudar a la familia. La decisión coincidió con un deterioro en la salud de Gildardo, lo que la llevó a asumir un rol importante en la consolidación del negocio.
Con el apoyo de sus hermanos, buscaron un crédito que les permitiera remodelar el local. En 2015 tumbaron la antigua estructura y comenzaron la construcción desde cero. Fueron meses intensos porque mientras uno de los hermanos trabajaba en la obra, Carmen consiguió empleo temporal en un local vecino y su madre se dedicó a vender empanadas y pasteles para sostener los gastos de la casa. Cuatro meses después, El Arriero abrió de nuevo sus puertas.
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