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A LA VIRGEN DEL CARMEN

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11 de julio de 2013
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Fe es presentimiento. Me lleva cada vez más allá de mí mismo. Veo lo que no se puede ver, oigo lo que no se puede oír. "Nadie ve tu corona de cristal; / nadie mira la alfombra de oro rojo / que pisas donde pasas, / la alfombra que no existe" (Neruda).

Presiento que el amado por excelencia es Dios, de atracción irresistible.

Jesús dice que Abraham "se regocijaba pensando en ver mi día; lo vio y se alegró" (Jn. 8,56). El papa Francisco hace en su encíclica este comentario: "Según estas palabras de Jesús, la fe de Abraham estaba orientada ya a Jesús. Era una visión anticipada de su misterio". Visión anticipada es presentimiento.

Presentimiento viene de presentir, sentir con anticipación. Por presentirlo, vivo ya lo que un día viviré; me instalo en el futuro trayéndolo al presente en un atrevimiento que me colma de asombro. Soy capaz de infinito, lo que va más allá de todo límite.

Presentir viene de sentir. El ser vivo vive sintiendo, que es reaccionar ante un estímulo. Los estímulos están en todo y llegan por todas partes al cuerpo y al alma. Maravillosa tarea la de sentir, más aún, la de presentir, anticipar lo que sucederá.

Presentir es intuir, tener la sensación de que algo va a suceder, adivinarlo antes de que suceda por indicios o señales que lo preceden. Adiestrados en el arte de presentir, los sentidos llegan hasta lo imposible. La potencia humana no se contenta con menos que infinito.

Vivo el presentimiento cuando diseño un proyecto o hago un presupuesto. La creatividad me avecina a la divinidad, o mejor, el Creador me hace partícipe de su condición divina en la tarea de anticipar el futuro en el presente.

Así lo entiende san Agustín, al afirmar que los patriarcas se salvaron por la fe, pero no la fe en el Cristo ya venido, sino la fe en el Cristo que había de venir, una fe en tensión hacia el acontecimiento futuro de Jesús.

María es maestra del presentimiento. Cada palpitación le anticipaba la sorpresa de lo imposible. El Espíritu la convertiría en casa de la divinidad preparándola con divina solicitud. "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra", responde en el colmo del asombro. Su presentimiento se vuelve realidad: él en mí, yo en él. ¿Mi fe por excelencia? Presentir que me moriré de amor.

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