Muchas parejas tienen que cargar con la cruz de la infertilidad. Sea cual sea la causa les resulta doloroso ver que se hace lejano o imposible el sueño de ser padres.
Una opción, poco común pero no por eso muy válida, es darle un hogar a un niño que nació sin tenerlo, ya sea por falta de amor de sus padres, por no haber sido planeado o simplemente porque su madre, quien a lo mejor se ha quedado sola, se descubre incapaz de criarlo y sostenerlo. Esa opción es la adopción.
Admiro la actitud tanto de las madres biológicas como de las adoptantes. Las biológicas porque, al toparse con la sorpresa de encontrarse con un hijo que no pueden o no quieren tener, no acuden a la solución más fácil y a la vez injusta y violenta que es el aborto. Que además de quitarle la vida a su hijo las deja con un una honda cicatriz en el corazón. Por tener la actitud de sensatez y desprendimiento para buscar a su hijo un padre y una madre que lo puedan criar y que se conviertan en la referencia que ellas no pueden ser.
Y a los padres adoptantes, porque, a pesar de la incapacidad biológica para procrear, perseveran en ese sincero deseo de desplegar una paternidad, que aunque sea diferente no es menos hermosa. Por someterse a un proceso que no es fácil (no podría serlo, se trata de buscarles a los niños un hogar idóneo) y por quitar de su cabeza mitos como: "y si el niño me sale enfermo, rebelde", o quién sabe qué más defectos de los que no estarían exentos sus hijos biológicos en caso de que existieran.
Conozco algunas personas contemporáneas mías que son adoptadas y viven agradecidas de haber podido crecer en un hogar donde han tenido una infancia tranquila, con el amor especial de unos padres que lucharon después de varios intentos por tener hijos y que ahora viven eternamente agradecidos. También conozco algunas parejas que han adoptado y ven en sus hijitos la alegría de desplegar el don de la maternidad y la paternidad que por mucho tiempo no pudieron hacerlo.
Y ni qué decir de las historias de tantos extranjeros que visitan nuestro país buscando adoptar aquí. Hace unos años conocí en Roma una chica que me preguntó de dónde era. Al decirle que era colombiana sus ojos se encharcaron. Ella me contó que era de Puerto Berrío - Antioquia. Le pregunté que hace cuánto vivía en Italia porque hablaba muy bien el idioma y me dijo que desde que era bebé, pues había sido adoptada.
¿Qué hubiera sido de esta chica si hubiera sido criada por una madre que no quería tenerla? ¿Y si por miedo, egoísmo o presión hubiese sido abortada? Pero su madre eligió lo mejor para ella. Traerla a este mundo y confiar en que encontraría un hogar que ella no podría ofrecerle.
Por eso, la adopción es un acto sublime de generosidad que defiende valores básicos como el de la vida y la familia.
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