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Al final de la noche

06 de febrero de 2010
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Quinto domingo ordinario

"Al ver tanta pesca, dijo Pedro a Jesús: "Apártate de mí porque soy un gran pecador". Jesús le contestó: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres" . San Lucas, cap. 5.

Decía un campesino al cura del lugar: "Esta finquita es mía, padre, y de Nuestro Señor Jesucristo. Pero si le viera el abandono cuando Él solo la administraba".

Es maravilloso el trabajo del hombre, respaldado por el poder constante e invisible de Dios. De esto nos habla el Evangelio. Nos describe dos momentos: el de los discípulos que trabajan solos toda la noche, sin poder coger nada. Y aquel en que el Señor los invita a echar las redes. Y la pesca es tan abundante que la barca se hundía. Pedro, entonces, se llena de miedo y suplica a Jesús: "Apártate de mí, porque soy un pecador".

También nosotros, como Pedro, le pedimos a Dios que se aleje, cuando alcanzamos éxito en alguna tarea. Pedro lo hizo por humildad. Nosotros lo hacemos por suficiencia. Le decimos: "Ya no me queda tiempo para ti. Tengo unos planes donde tú no cabes. De hoy en adelante, me las arreglo solo y tu presencia me complica la vida".

¿Qué imagen tenemos de Dios? Sabemos quizás reconocerlo cuando los dolores nos golpean, en las dificultades, en las penas. Cuando las cosas no andan bien decimos que el Señor nos envía una prueba. Pero Él tiene además unos planes, que acostumbra revelar en los éxitos. Cuando Pedro, aunque temeroso, se alegra con la barca llena de pesca, el Señor le anuncia que de ahí en adelante será un pescador de hombres.

Si nuestro hogar es feliz, Cristo nos invita a acompañar a otros para que vivan ellos también plenamente la vocación de la familia. Cuando los demás nos aceptan y nos valoran, es porque podemos compartir con ellos nuestra fe, lo que somos y lo que tenemos.

Si logramos culminar una carrera, el Señor nos envía a servir a los más necesitados. Cuando nuestras finanzas marchan bien, Él nos insinúa compartir con los que no tienen, realizar iniciativas concretas en favor de los más desamparados.

No cerremos los ojos ni el alma, porque los planes del Señor nos salen al camino todos los días, disfrazados en los acontecimientos. En los triunfos y en las alegrías, llegan esos deseos de Dios, vestidos de gala.

Son invitaciones indeclinables a vivir nuestra vocación de hombres y de cristianos.

El mundo espera el entusiasmo, el gozo, la convicción amable, la fuerza de las manos y el corazón que se fatigaron muchas horas, pero que pueden, por la palabra de Jesús, colmar la barca de pescados, al final de la noche.

(Publicado el 10 de febrero de 1980).

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