Quiero expresarle un saludo muy cordial y sincero al señor Presidente de la República y que el Sagrado Corazón de Jesús guíe todo sus actos para el bien de los colombianos y narrarle algo que tiene que ver con lo que en la vida me ha acontecido.
El 21 de abril de 1990 me asesinaron a mi niño Abrahán quien estaba estudiando. Sentado en una silla, en el municipio de Barbosa, fue acribillado con varios tiros.
El 12 de febrero de 1994 mi hijo Saúl Antonio fue asesinado en el estadero que administraba llamado "El sol de oriente", en Cocorná, en la autopista Medellín-Bogotá.
El 27 de agosto de 2000 fue asesinado mi hijo Carlos Arturo en el barrio Córdoba de Medellín. Ante estos hechos, como yo aprendí a perdonar no me que he quejado ni ante el cielo ni ante ninguna dependencia del Estado.
Pero con lo acontecido el día 13 de mayo del año en curso no puedo más que lanzar el grito hacia el cielo y mi queja de profundo dolor ante el Jefe del Estado (que nos ha ofrecido la seguridad democrática), ante lo sucedido a dos de mis hijos, el uno llevaba 26 años y el otro 16 en Quibdó, y fueron los mismos que lideraron allí sus dos campañas y que usted, Señor Presidente, conoció.
A las 6:30 de la tarde, de la fecha citada, se encontraban en el almacén de mi hijo Guillermo haciéndole una llamada a su casa paterna para decir que al día siguiente venían a hacer la reunión con la viejita. Los sicarios llegaron y asesinaron a mi hijo Guillermo, de ocho balazos, y a mi hijo Jairo Hernán le propinaron seis y por los designios de Dios no falleció, pero está hospitalizado. Es doloroso saber que a unos poquitos metros se encontraban ocho de los héroes de la patria, que sé que los hay, pero no son todos los que están, y que según dicen estos agentes no vieron nada. La investigación es muy fácil de hacer, porque los negocios de este sector se encuentran amenazados y tiene cámaras de video y vigilancia policial y privada las 24 horas del día. Es un dolor muy profundo para dos familias que habían adquirido su fuente de trabajo para subsistir dignamente, con honestidad y transparencia, tener que dejarlo todo abandonado y ya están desplazadas.
Espero, Señor Presidente, que por amor a Colombia y a este humilde ciudadano que le escribe desolado, a usted, Señor Presidente, que tiene el más sublime de los sentimientos, una mano fuerte contra los violentos y un amor de Patria, me dé una respuesta.
Le quiero enviar copia al doctor Mario Iguarán Arana, Fiscal General, para que no me dejen con mi hermosa familia en un desamparo tan triste, a un ciudadano con 82 años de vida, que la he dedicado toda al servicio de las comunidades. También he querido hacer pública esta solicitud en EL COLOMBIANO.
De usted se despide con la mayor tristeza, pero en espera de una respuesta. No lo había hecho antes porque mi espíritu estaba en suspenso.
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