El tercero no está. Están los cuatro, están los dos, están ellos solos, está el músico. Están las dos sillas y la mesa, pero el tercero sigue sin estar. "Es una obra donde hay cinco sujetos, cuatro actores y un músico. Nunca cambian de escena", explica Ricardo España, dramaturgo y director.
No cambiar de escena significa que no se van en ningún momento. Que aunque Abel haya terminado su parte no sale por la puerta a la tras escena y vuelve después, cuando le vuelve a tocar. Que aunque Rhindelhan esté conversando, Martina y Tara se van a seguir viendo, haciendo su algo. Siempre estarán los cuatro, con el músico, que es, además, un objeto que mueven como se les da la gana. "Eso implica jugar mucho con la multiplicidad. Uno nunca deja de ver al personaje, por tanto, ese espacio se tiene que ir transformando".
El tercero no está es una puesta de Derreojo teatro, un grupo que se define como experimental de técnicas teatrales. La obra es eso: experimentar con ese montaje que los encapsula en el escenario y les permite responder esas preguntas que se relacionan con las nostalgias, las ausencias, los huecos que tiene el ser humano, como la felicidad que no es tiempo completo.
Querían una relación muy humana, que mostrara sujetos reales a los que le pasan situaciones reales. Esa necesidad del otro. Esas pérdidas. Ese olvido del destino. "Ellos van sacando sus demonios en el transcurso de la historia. A los 15 o 20 minutos se empieza a develar lo real. Primero hay una historia y después se vuelca. Una cosa es lo que vemos y otra la que sienten los personajes".
Una hora y cinco minutos. Las mismas dos sillas. La historia busca que al final, dice Tatiana López, actriz, el público exclame cómo, con razón esto y lo otro. "Tiene un ritmo. Si alguien se mueve diferente, nos cambia el trabajo a los demás".
Lo que sucede no se puede contar. Tampoco qué pasa con esa pareja ni con la otra ni en donde se van a cruzar. La idea es irlo desentrañando. Encontrar que esos sujetos son estables y seguros al principio y terminan con la frase que en Derreojo suelen usar: "Se desdibuja una mala llamada seguridad y la convierten en una bien pronunciada falta de seguridad". No pueden moverse sin el otro.
Ni sin el músico. La obra la montaron sin él, hasta que llegó Juan Pablo Valencia con su violonchelo y le fue poniendo musicalidad a cada uno. También sonidos, pero no comunes y corrientes, sino sus sonidos.
Cinco personajes en escena. Ninguno sale. Todos están ahí, en medio de sus soledades, de sus ausencias, del otro. Del músico, que es un objeto más, como esas dos sillas. Como esa mesa.
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