Dos hechos se entrelazaron con un mes de diferencia para alimentar estas líneas de hoy. El regalo de la novela autobiográfica Cineclub, del escritor canadiense David Gilmour, y la clausura de la tercera cohorte del seminario " La educación en el cine y en el pensamiento universal ", ofrecida a los maestros por la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia.
Gilmour, en una travesía exquisita, trae a la memoria las películas inolvidables, las mejores comedias, dramas, suspenso o terror, los actores y las actrices, tejidas con eruditas referencias literarias, y con la narración en tono menor de las vicisitudes cotidianas de un adolescente, su hijo, enfrentado a las preguntas cruciales de la vida: el sexo, el amor, el oficio o la profesión, su creación o su destrucción. En una época en que hubo de admitir por fuerza el abandono de su educación institucionalizada y embarcarse en una estrategia de formación nada convencional, la propuesta del padre fue "ni escuela, ni trabajo, ni drogas: solo tres películas a la semana". Durante tres años, consagrados a ver películas y conversar en la sala de estar de la casa, una época mágica, el juego estaba en descubrir los grandes momentos, deslizarse por las escenas, fijar la mirada en una imagen, detenerse en los fragmentos para el estupor, la risa, la crítica o el llanto, volver sobre las mismas cintas siempre iguales, siempre diferentes.
El otro hecho lo aportó Juan Leonel Giraldo, el hombre de la palabra y la coherencia, con un grupo de maestros fascinados con el cine en tanto creación artística, quienes descubren en cada encuentro del seminario la profunda potencia de una película para reunir, en breve, los más sutiles matices que expresan una situación de gran calado humano. Se dan cuenta de que, además de tener una especial licencia para entrometerse en la literatura, en la historia, en la política y en los diversos dramas humanos, el cine tiene esa particular característica de impactar por largo tiempo con una frase, una escena, una sentencia, un silencio más allá de la simple experiencia del momento vivido. Se encuentran para ver cine y conversar, para recrear otras formas de vivir la escuela, para nutrirse espiritualmente, porque al conversar sobre la película no se cambia, necesariamente, el estado de la sociedad, pero sí se dignifica la condición de maestro y se hace más intensa la existencia, pues disfrutan, piensan sobre lo que hacen y sobre las posibilidades de formación de las personas que el cine propicia en cuanto medio de aprender la mirada que hace posible situarnos en el mundo.
El cine es un buen pretexto para el reconocimiento propio, de lo que sentimos, de lo que anhelamos, sufrimos, deseamos, y por lo que nos angustiamos o nos alegramos. Y en las escuelas y colegios hay que mantener las puertas abiertas para el asombro y las interrogaciones de los niños y los jóvenes. El cine, como otras tantas opciones formativas, debería ser allí puesto en escena.
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