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Bosi de Medellín
ganó la travesía

03 de julio de 2008
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No solo los que terminamos los recorridos somos ganadores. También lo son los que lo intentan porque, por lo menos, tienen el valor y el coraje de enfrentase a la naturaleza.

Yo, personalmente, soy un enamorado de esto, de la vida, del esfuerzo sin parar, de la aventura, del paisaje, de las montañas, del mar.

Muchos me preguntan porqué sigo sufriendo con estas carreras, que qué gusto les saco. Siempre les respondo lomismo: esto no es sufrimiento, esto es diversión.

La mayoría de las personas piensa que una travesía es una carrera en la que se mide solamente la parte física. Pero, en realidad, es mucho más que eso: es sudor, lágrimas, felicidad, un escenario para poner en práctica la resistencia y nuestras capacidades físicas y mentales.

Aquí nos podemos dar cuenta que esas cuatro personas que componen los equipos se integran en una sola, con un objetivo común y sin importar lo que pase para salvar los obstáculos, los mosquitos que parecen helicópteros, las matas de pringamosa que te dejan el cuerpo como si fuera un colador, los uno y mil pinchazos, el pantano que no te deja caminar. Siempre tenemos ese deseo de seguir adelante.

Son esas difíciles pruebas las que te hacen ver lo vivo que estás. Creemos que son tres o cuatro días de competencia, pero son muchos días más. Esta carrera se inicia desde meses atrás con sacrificio y disciplina. Entregamos lo mejor de nosotros a los entrenamientos y a la preparación de todo el equipo. Sin esto no sería posible completar tan duro recorrido, como el que ayer, que luego de más de 500 kilómetros pudimos terminar ya casi a las dos de la madrugada.

Un maravilloso espectáculo
En esta ocasión cuando nos adentramos en un territorio desconocido pero maravilloso, como el Golfo de Morrosquillo, pudimos palpar las inclemencias del clima, con temperaturas que superan los 37 grados, los intempestivos chaparrones con descargas eléctricas, y los más exóticos animales que la naturaleza nos pone de frente. Todo esto es, para nosotros que amamos los deportes de aventura y riesgo, una rara sensación a veces difícil de describir. La sentimos, simplemente.

Siempre nos encontramos con todas esas caras expectantes que el día del registro llevan, uno tras otro, su equipo obligatorio a cada una de las estaciones de chequeo, realizan sus pruebas, revisan su botiquín, verifican las bicicletas, las cuerdas, el equipo para la noche, el de supervivencia, y todo lo que sea necesario para poder enfrentar los kilómetros y las aventuras.

Todos ellos con metas diferentes, algunos con ganas de obtener el título, otros por la pasión y la necesidad de aventura. Y unos más, con la intención de llegar, por lo menos, a la meta.

El día previo a la carrera es un día de muchas expectativas, de ansiedad, de estrés, vemos caras de preocupación, revisamos los mapas sin tener conocimiento aún de la ruta. Algunos empiezan a diseñar su estrategia: cómo será su alimentación, cuánto tiempo de sueño tendrán, qué elementos técnicos utilizarán y hasta una posible ruta de la carrera.

Pero ya en escena, esto se vuelve mil pedazos según lo dictamine la naturaleza.

En esta prueba no hacen parte del equipo solo cuatro personas. Son muchas más. Por eso me parece importante y justo mencionar a todas ellas: los organizadores, la logística, la asistencia, los familiares de los competidores y, por supuesto, los patrocinadores. Todos ellos hacen posible que los diferentes equipos completen esta faena.

El día cero, el del arranque, cada equipo lució con orgullo el uniforme que le da la identidad, que va a asumir el resto de la carrera. Todos, muy organizados, algunos con elementos muy técnicos, otros simplemente con lo necesario. Aquí se transforman las caras de ansiedad, de preocupación. Se acaba el estrés y la emoción se hace más evidente cuando el conteo regresivo lo hacemos todos en coro: ¡cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero!... Todos arrancamos porque en ese momento nuestras vidas empiezan a cambiar. Parecemos niños con un juguete nuevo.

Un poco de todo
La prueba inicial del kayak, con un duro recorrido por los paisajes más espectaculares de nuestra geografía, como son la islas Cabruna y Palma, y el pueblito de Rincón del Mar, entre otros, nos hicieron un introito a los sitios que recorrimos. Nunca pensé que fueran tan lindos, máxime cuando tuvimos la ocasión de hacer buceo a pulmón libre con una mezcla infinita de seres marinos con quienes nos integramos. Peces de todos los tamaños y colores nos acompañaron en la búsqueda incesante de los diez códigos indispensables para seguir el recorrido en kayak hacia el cabo Boquerón.
Vivimos momentos felices, pero también críticos, como el duro obstáculo que se nos presentó, promediando la carrera, cuando hicieron su aparición los mangles con un pegajoso lodo que parecían cadenas interminables que querían atraparnos y no dejarnos continuar. De allí salimos con bicicletas enlodadas y cuerpos embarrados.

Luego de dos días de carrera, en uno de los sectores de bicicleta, salimos avantes en una de las etapas más difíciles del recorrido desde la finca Torrentes hasta Gran Nueva, pasando por Santa Rosa, una amplia serranía ubicada en Córdoba, por donde a fuerza de lidias y con mucho coraje, esfuerzo y colaboración de los habitantes de la región logramos completarla.

Planificción, coordinación, empeño y ganas de triunfar fueron, quizás, lo que nos llevó a ganar esta carrera. Pero, además, un toquecito de fortuna porque en un momento determinado estuvimos apunto de tirar la toalla cuando uno de los integrantes, Nelson Muñoz, se enfermó gravemente de un virus hasta el punto de tenerlo que cargar un buen tramo. 

Este jueves muy de noche, tiramos los restos, como dicen por ahí un esfuerzo más y ganamos. Nuestra felicidad fue grande cuando vimos la meta a escasos metros. Nos abrazamos, brincamos como niños y cruzamos alentados por muchas personas que estaban allí.
Con estos tres marinillos, verracos todos, como son Néstor Duque, Nelson Muñoz y Eliana Chica -que de chica no tiene nada porque es toda una súper atleta-, integrantes de mi equipo, cumplimos una meta.

En este momento en que empezamos a sentir el cansancio mayor de días y noches sin parar, es bueno agradecerles a ellos, pero también dedicar, especialmente el triunfo de esta carrera -como dicen los ciclistas- a mis patrocinadores, Javier y José Vélez, de Bosi, quienes desde hace varios años han apoyado las carreras de aventura en Colombia. Sin su apoyo incondicional no solamente no habría participación de nuestro equipo, sino que no serían posibles estas pruebas en el país.

A los organizadores, a la logística, a nuestra excelente asistencia, Jara y Jenny, a quienes desvelamos por unos diítas, a mi familia, en especial, a mi madre, a quien siempre llevo en mi corazón y me acompañó en todo momento. Y a toda esas personas que hicieron posible que la presencia nuestra culminara exitosamente.
La Travesía por el Golfo de Morrosquillo nos dejó satisfacciones así haya acabado con nuestros cuerpos.

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