No habrá paz si no se da antes un proceso personal e íntimo de apaciguamiento. Se puede firmar la paz, se pueden negociar acuerdos, treguas y armisticios, se pueden conseguir victorias y sufrir derrotas, pero si no hay pacificación interior, todo puede terminar en una farsa.
Porque para que haya apaciguamiento es necesario asumir algunas actitudes de transformación personal que no son fáciles, pero que garantizan la paz.
Como, por ejemplo, el perdón. Seguir viviendo con el carbón encendido de un rencor en el corazón, es condenarse al infierno de odios en que acaba consumiéndose el rencoroso y que contagia de retaliaciones y venganzas a toda la sociedad.
Y conste que perdonar no es olvidar, o simplemente no mencionar lo ocurrido y no pedir cuentas. Es algo más profundo. Es arrancar de raíz un conflicto que, como todo conflicto, no está sólo en una de las partes enfrentadas, sino en las dos.
Es ingenuo creer que borrando del mapa al contendor se acaba el problema, porque queda en el que impuso su ley o consiguió la victoria, la parte de responsabilidad que tiene en la situación conflictiva. Perdonar, dentro de un proceso de apaciguamiento, no es olvidar o ignorar, sino extirpar esa parte de culpa que uno mismo tiene en el problema. No es fácil. Para perdonar y ser perdonado hay que aceptar que el otro existe, que piensa y actúa en forma diferente, que tiene derechos.
La intransigencia, el dogmatismo, el fanatismo, las anatematizaciones, el maniqueísmo, son siempre enemigos de la paz. Sea que se esgriman en nombre de Dios o del diablo; de la verdad o de la mentira; de la ley o de la delincuencia; de las mayorías o de las minorías. De ahí que el antídoto contra la guerra sea el pluralismo.
Y ser pluralista no es contemporizar, defender o cohonestar el pensamiento o las conductas que no se comparten. Se trata de no imponer el propio punto de vista o querer sojuzgar a los demás. Hay una humildad básica en todo apaciguamiento, y también en la paz, sin la cual permanece viva y soterrada la guerra, persiste el enfrentamiento.
A veces se camuflan los apasionamientos de la guerra en la pasión por la paz. Pero la paz no es un sustituto de la guerra, sino otra realidad completamente distinta, con exigencias también distintas. A menudo se negocia, se dialoga, se pacta una paz, hasta se perdona, pero con mentalidad guerrerista.
El apaciguamiento personal y colectivo es, si no el más corto sí el más seguro camino hacia la verdadera paz, hacia la serenidad, hacia la armonía y el entendimiento. Hacia el amor. Que también es parte de la paz, de la pacificación interior. No lo olvidemos.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6