El curso de la vida de las naciones está hecho de políticas; éstas, de de intereses e ideologías; estas últimas se consolidan merced al sesgo particular de algunos individuos. Si se hace un corte transversal sobre el presente de una sociedad, lo que sale a la luz es el impacto que están teniendo las políticas sobre la mayoría de la población. En lo oscuro quedan las fuerzas que dieron origen a estas políticas.
Esa oscuridad, no obstante, no invalida la importancia de aquellas fuerzas. Está claro el papel de los pueblos en la fragua de las políticas, los intereses y las ideologías. Las grandes transformaciones históricas ilustran sobre la gota de agua que punza la piedra, siendo esa gota la suma de los esfuerzos colectivos.
Lo que es más difícil de comprender es la función de los individuos en todo este proceso tumultuoso. Los latinoamericanos somos propensos al hechizo de los líderes autoritarios, y por eso desconocemos la índole del genuino conductor. La figura del adalid, por eso, debe ser entre nosotros una construcción. Y toda construcción nace de una convicción.
En estos días de relevo en la suprema dirección del planeta, se ha levantado un debate polarizado entre quienes hacen de Obama un mesías y quienes desconfían enteramente de sus posibilidades transformadoras. Los primeros tienden a exigirle comportamiento de dictadorzuelo tropical, los segundos lo clasifican dentro de los estereotipos presidenciales de una potencia imperial controlada por las corporaciones multinacionales.
Entre los dos extremos, como suele suceder en casos de extremos, puede saltar el paradigma sorprendente. Las políticas que rigen la actualidad, herederas del áspero siglo XX, guerrero y hambreador, han sido llevadas a un clímax paranoico por el ya ex presidente Bush y por la cáfila de sus adláteres neoconservadores. El globo fue conducido por ellos bajo la concepción de que al fantasma del terror se debe oponer el enriquecimiento individual como escudo y como seguridad.
Ese pensamiento que depravó el aire físico y espiritual del planeta es el que puede ser sustituido con un líder como Obama, no por ser negro, sino por llegar a la oficina donde se cocinan las guerras y las antiguerras con una provisión orgánica de modulación inversa. El poder de este nuevo acento estriba en su sintonía con el anhelo de una humanidad sofocada pero cuajada de esperanza. Las nuevas políticas no serán cosa de un día, pero irán generándose al son de una música con armonías inusitadas.
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