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Dios sigue conversando

  • Dios sigue conversando | Calixto
    Dios sigue conversando | Calixto
22 de octubre de 2011
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Domingo 30. Jornada Mundial de las Misiones

"Jesús le respondió al escriba: el mandamiento principal de la ley es amarás al Señor con todo el corazón. El segundo es semejante: amarás a tu prójimo como a ti mismo". San Mateo, cap. 22.

La frase parecería de algún moderno novelista. Pero es tomada del Concilio Vaticano II cuando nos explica la revelación: "Dios que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la esposa de su Hijo".

Son muchos los temas de este diálogo, como sucede entre quienes se aman. Dios le habla hoy a la Iglesia en idiomas nuevos y sobre asuntos hasta ayer ignorados. Le cuenta las proyecciones de la cibernética, el ámbito donde se mueve la electrónica, los desconcertantes programas de la petroquímica. Le ilumina, por medio de los avances sicológicos, el misterio del hombre. Así hemos descubierto que es urgente amarnos a nosotros mismos. Algo que antes se creía pecaminoso. Sin embargo, lo enseña el Evangelio.

"Amarás al Señor con todo el corazón", responde Cristo al saduceo que le pregunta sobre el mandamiento principal. Y le añade: "El segundo mandamiento se parece al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo". A la luz de la sicología, descubrimos que si muchas veces no amamos al prójimo, es porque no hemos aprendido a amarnos a nosotros mismos.

Como por la ley de ósmosis, el hijo absorbe en el hogar, el amor o la falta de afecto de sus padres. Luego enmarcará su historia en una de estas dos secuencias, positiva y cristiana la una, trágica e inhumana la otra: -¿Se aman mis padres? Me aman. -¿Me amo? Amo a los demás... -¿No se aman mis padres? - No me aman. Entonces me rechazo a mí mismo. Y como resultado lógico, soy incapaz de amar a los demás.

Este amor a mí mismo es consecuencia de un inventario real de lo que soy, de lo que puedo, de lo que tengo. Y, desde un análisis sereno, de un amor humilde, capaz incluso de hacernos reír de nuestras fallas. De expresar, con cierta alegre ironía, nuestros desaciertos.

Un amor que valora las propias capacidades para cultivarlas y orientarlas. Que nos hace sentir distintos a los demás, pero no superiores. Auténticos, pero no extravagantes. Aptos para convivir, pero sin nunca perder nuestra originalidad.

Escondemos a veces nuestra incapacidad de amar detrás de una ascética errada, o cierta filantropía de baja ley. O tratamos de proteger al otro, colmándolo de dádivas y cariñosamente, para buscar seguridad y ponerlo a nuestro servicio. Pero esto no es amar. Amar es conocernos a nosotros y al prójimo, en la medida de lo posible. Juntar con las suyas nuestras cualidades, para que en compañía, se acrecienten. Es vivir en una constante actitud de respeto y crecer juntos, que equivale a caminar unidos, alegrándonos del bien que Dios nos hace. Manteniendo en común una reserva de esperanza.

Aquel día Jesús le explicó a su auditorio qué es lo fundamental de su mensaje. Retoma un pasaje del Deuteronomio y lo presenta de una forma nueva, frente a la maraña de preceptos que agobiaban a los judíos de entonces. Y una cosa queda en claro: lo fundamental no es comprender a Dios. Es amarlo. Y a la vez: en el amor al prójimo, comprometido y práctico, se hace patente el amor al Padre de los Cielos.

(Publicado 25-10-1981)

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