Luis Andrés Colmenares , alumno de la prestigiosa Universidad de los Andes de Bogotá, fue asesinado en la noche de Halloween de 2010. Dos estudiantes ( Laura Morenoy Jessy Quintero ) están metidas hasta el cuello en el crimen y, recientemente, otro andino ( Carlos Cárdenas ) fue llevado a La Modelo por supuesta coautoría.
El caso, digno de las páginas de una novela negra, comenzó como un "accidente" que luego pasó a ser "suicidio", para terminar convertido en lo que los reporteros judiciales llamarían un "crimen pasional". Interceptaciones telefónicas, cámaras de vigilancia, testigos que aparecen muchísimo tiempo después de los hechos, y lo más llamativo: los padres de familia defendiendo públicamente a sus hijos (de hecho, María del Pilar Gómez , madre de Cárdenas, trató de obstruir el proceso).
Pero, ¿por qué una noticia que pudo haberse quedado en la tinta judicial ha inundado a la prensa nacional?
Uno de los factores claves para medir el progreso de las sociedades es el grado de escolaridad de sus habitantes. En el imaginario colectivo se ha formado la idea de que la pobreza espiritual de la humanidad se podría compensar en un pupitre, frente al tablero: el conocimiento nos transformaría en mejores seres humanos.
Dice Fernando González en "El Maestro de Escuela": "La íntima actividad humana es objetivar los 'males', arrojando la culpa a los semejantes. Es la raíz del arte, de los mitos".
Una suerte de instinto nos impulsa a buscarle justificación a toda forma de barbarie: "son alzados en armas porque el Estado los abandonó" ; " es un ladrón porque la sociedad le negó oportunidades"; "es un sicario porque el hambre lo acosó". "Fue el hampón más peligroso de nuestra historia porque su madre lo impulsó", y así sucesivamente.
El crimen de Colmenares es tan llamativo porque cuestiona lo que consideramos "intocable": el mito de la educación como fórmula para aplacar los demonios que acosan al hombre. Culpables o no, estos universitarios evocan otro caso reciente: el de Andrés Felipe Arias , en el cual la ley investiga a alguien que ha recibido la mejor educación, circunstancia que lo haría parecer impoluto.
(No se trata, como muchos piensan, de una riña de niños ricos: Luis Andrés Colmenares no lo era).
Como agravante, no es fortuito (ni simple amor paternal) que en el escándalo sean protagonistas los padres de familia? Algo grave está pasando con la autoridad del adulto en el hogar y en las aulas.
La discusión no es nueva: educación académica y formación humana no son sinónimos. Tampoco son novedosos el uso y acceso al conocimiento como pose social. Mejor lo cantaban las abuelas tejiendo: "¿Para qué los libros? , ¿ para qué Dios mío?".
Así lo reflexionaron algunos de mis alumnos en un debate (campaña "Atrévete a pensar", Universidad Eafit): "Profe, es obvio: ¡los Nule no arrancaron robándole millones al Estado!".
El crimen de Colmenares alborotó el avispero porque dibuja nuestra degradación: la mezcla macabra de ilustración académica con la carencia de formación humana. Lo que natura no da, Salamanca....
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