Después de muchos desmentidos y verdades a medias, de informaciones contradictorias y silencios extraños, el presidente de Venezuela Hugo Chávez reconoció que tiene cáncer. Lo hizo desde La Habana, Cuba, hablando detrás de un atril, con el cuerpo visiblemente desmejorado y con un discurso escrito con anterioridad. Todo lo contrario a lo que nos ha tenido acostumbrados.
Utilizó pocos minutos pero su discurso tembló en Venezuela. El panorama político del país vecino se removió tras descubrirse que el omnipresente caudillo era también humano y que, tras él, no existe nadie que pueda retomar sus banderas. Su proyecto político existirá solo mientras él viva. Sus seguidores lo saben perfectamente y es por eso que para ellos las angustias crecen.
Aún sin saber si el cáncer que padece puede llegar a ser más grave de lo que él mismo ha querido reconocer, lo peligroso para el proyecto que rige a Venezuela es la imagen de un presidente débil y que gobernó por semanas desde el exterior, en momentos en los que se requiere su liderazgo a 18 meses de las próximas elecciones presidenciales. El Socialismo del Siglo XXI enfrenta graves fisuras en la economía, en la seguridad e incluso en el apoyo popular. Tiene problemas en las cárceles y con la distribución de energía.
De otro lado la oposición, siempre errática en su manera de afrontar a Chávez, parece ahora más consciente sobre la manera en la que tiene que luchar. Se sienten más seguros y unidos y algunos comentaristas políticos se atreven a decir que la pelea para diciembre de 2012 puede ser la más apretada en las urnas hasta ahora.
En este contexto y tras la noticia del cáncer, ahora hasta la participación de Chávez puede ponerse en duda. Afligido y cabizbajo, el considerado "comandante" ha reconocido que este mal paso equivale a su fallido intento de golpe de Estado en 1992 o a su salida temporal del poder en el 2002.
De cómo se vayan revelando nuevos detalles de la real condición del presidente venezolano dependerá el futuro inmediato no solo de Venezuela sino de la geopolítica latinoamericana. Está claro que ante el personalismo de sus políticas, una ausencia suya del poder echaría por la borda cualquier intento de continuidad para el socialismo que ha regido a Venezuela por más de una década.
Muchos se atreven a decir que, viniendo de un hombre calculador, la enfermedad puede ser otro más de sus trucos para salir fortalecido después de un chaparrón. Yo sinceramente no lo creo.
Lo que creo, de manera firme, es que podemos estar ante un proceso de transición en Venezuela. Lo que no pudo lograr un grupo de militares rebeldes, ni una oposición desorganizada en las urnas, lo podría lograr una enfermedad que ataca sin diferendos sociales o de poder.
Sin embargo, lo que sería más beneficioso para la Venezuela que busca libertad es que Chávez se recupere, adquiera todos los bríos y sea derrotado limpiamente en las urnas. Esto demostraría que más allá del poder que ha logrado acaparar una sola persona, el país ha decidido pasar la página de un proyecto que le ha hecho mucho daño a un país con todas las capacidades económicas para ser un paraíso americano.
De todos los escenarios y sin importar cuál sea el final de la historia, lo que nos ha dejado de enseñanza esta revelación, en escasos cinco días, es que Latinoamérica sigue siendo un territorio de caudillos en el que una vez desaparece la cabeza, los proyectos también se difuminan. Nuestras democracias siguen siendo débiles porque cada uno de nuestros países vive sostenido por una figura política rampante.
Colombia, Venezuela, Ecuador, Brasil y Bolivia han vivido, o viven, a la sombra de un líder carismático que cuando desaparece deja las cartas en la mesa para barajar de nuevo.
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