El conflicto está de frente. Lo dicen los noticieros, los periódicos y el sonido de las balas. Y hay quienes se preguntan para qué leerla. Para qué una violencia relatada desde la ficción, si es pan de todos los días.
Dicen que están cansados y que ni en los libros, ni en televisión, les interesa una gota de sangre más. Que el país necesita mejorar su imagen, que se le cuente al mundo que aquí pasan cosas buenas.
Sin embargo, historias que tienen como eje temático la violencia abundan. Y aunque en esta nueva edición de la Feria Internacional del Libro de Bogotá coincidan, como hace un año pasó con los de la Independencia, no es nuevo, ni exclusivo.
Pedro Claver, por ejemplo, escribió en 1992 Verde , una historia que narra la guerra de las esmeraldas. Casi 20 años después presentó la reedición.
Ahí está el colombiano Juan Gabriel Vásquez, quien se ganó el premio Alfaguara por su novela El ruido de las cosas al caer. También la violencia es protagonista. Una narración que pasa por el narcotráfico, por el miedo, por el tener que devolverse al pasado, por un asesinato. Según datos de la editorial Santillana, que distribuye Alfaguara en Colombia, en menos de una semana se han vendido más de mil libros. Una cifra grande para tan poco tiempo.
"A mí realmente me parece una discusión estéril. Cada persona escribe sobre su realidad. Yo creo que en Colombia a muchas generaciones nos ha tocado crecer en un mundo violento, no solamente en la política, sino en la casa, en los barrios. Yo escribo sobre la realidad que me tocó. Si nosotros no queremos seguir haciendo películas o escribiendo sobre ello, tendríamos que cambiar este país", opina Sergio Álvarez, autor del libro 35 muertos, que se presenta este sábado.
En lo que coinciden varios expertos es que a la violencia no se le puede dar la espalda, pero sí un tratamiento adecuado. La literatura tiene una responsabilidad y, dice el escritor Mario Mendoza, que si bien cada autor tiene sus razones para abordar el tema, él lo hace porque cree que hay fuerzas destructivas y una de las funciones de la literatura es la catarsis.
"Es una reflexión, para que no se vuelva a repetir. Nosotros nos hemos negado una reflexión profunda. No queremos reconocer que estamos haciendo las cosas mal".
Mendoza, además, señala que no se trata sólo de la violencia que amenaza el establecimiento, sino que hay otra que no se puede dejar de lado: la invisible, la psicológica.
"Se cocina dentro de la sociedad". Incluye la violencia de sexo, contra los niños, el racismo, el clasismo, la de las nuevas tecnologías. Sus últimas novelas, incluyendo Apocalipsis , miran el tema desde este punto de vista.
Eso sí, si el autor es responsable con sus lectores, investiga. Los más académicos prefieren los textos y la Historia. Los menos son como Álvarez, que están convencidos de que hay que caminar la calle.
"A mí me interesaba, cuando Pablo Escobar activaba una bomba, cómo afectaba a la gente. No a los políticos, ni al que se cree importante, sino al que está a pie".
Que pase algo
La violencia se hace relato de diferentes maneras. "Yo creo que lo importante es hablar sobre lo que nos pasa -piensa el escritor de 35 muertos -. El cómo, cada quien lo hace a la medida de sus circunstancias".
Mendoza comenta que lo que hacen los artistas es insistir con el tema, para que en algún momento la gente deje de pensar que no está tan mal la situación. Entonces haya una reflexión amplia, que trascienda en hechos.
¿Qué tanto se leen? Mendoza expresa que "la gente prefiere la autoayuda, los bestseller que tienen un mensaje de buenas energías. Nosotros nunca vamos a competir con eso".
Álvarez, sin embargo, lo mira por otro lado. La literatura, asegura, es un espejo, y a la gente le gusta leer cosas exóticas o cercanas. Incluso cree que la literatura colombiana, a la hora de abordar la violencia, todavía está "muy biche", en tanto no la interpela desde todas las aristas que tiene, ni de manera tan profunda, y por eso los lectores prefieren los libros "más periodísticos" como los de los secuestrados, los de crónicas. "A la gente le gusta saber realmente qué pasa".
Una literatura de violencia, que va más allá de las armas y la espectacularidad. Que tiene la función de hacer que todo un país se repiense.
Escribió Álvarez en alguna parte de su novela: "¿Qué queda después de treinta y cinco muertos? ¿La lucidez? ¿La locura? ¿El resentimiento? ¿El luto? ¿La desesperanza? Nada de esto. La respuesta es más cruel, pero más práctica: el optimismo. Y aunque ésta es una historia... a ver, ¿cómo la llamaría la modelito que lee las noticias en la televisión? Triste, sí, triste, ...diría ella con voz melodramática; no la contaré con tristeza".
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