La derrota de Henrique Capriles a manos de Hugo Chávez por un margen de diez puntos porcentuales, a pesar de la movilización de seis millones de venezolanos que confiaron en terminar con el proyecto socialista, dejó al final de la jornada electoral la cándida ilusión de que el presidente reelecto debe mirar y escuchar a media Venezuela descontenta.
Aunque suene desesperanzador, lo más probable es que Chávez no solo siga ciego y sordo al llamado de un pueblo que pide cambios sino que radicalice sus posiciones y divida más a una nación que se mostró fracturada en las urnas y en las calles.
Es ingenuo pretender que el comportamiento del Comandante va a ser ahora más receptivo, justo cuando su reelección le permite ahondar su propuesta socialista mínimo hasta el 2019, cuando cumplirá dos décadas en el poder. Veinte años en un trono que lo han transformado en un político terco y omnipresente, sobre todo para generaciones que por su juventud no conocen otro presidente en ejercicio.
Si bien lo de Capriles fue de admirar, al lograr que el 44 por ciento de la nación le diera su confianza, se reveló que la maquinaria estatal a disposición del presidente es una mole por ahora inquebrantable. Todo el dinero de un Estado rico a favor de un candidato, sin el más mínimo control de los organismos vigilantes, es demasiado incluso para una movilización del tamaño que alcanzó la Mesa de Unidad Democrática.
La oposición, unida tras más de una década de torpe fractura, tiene en este joven un proyecto de mandatario que debe cultivar dejando de lado las mezquindades y los personalismos que traen las derrotas. La euforia de los últimos meses expresada en multitudinarias marchas tiene que mantenerse viva, pero ahora costará más trabajo al saber que estarán alejados de Miraflores por seis años más.
Paradójicamente son esos pasos de animal grande encabezados por Capriles los que van a acabar con las promesas de reconciliación de un Chávez que mandará su zarpazo ante la primera acción que amenace su poder absoluto. Los insultos y las intimidaciones volverán pronto a un sistema viciado y será cuestión de semanas para que la maquinaria del Partido Socialista Unido de Venezuela acelere su aplanadora de nuevas leyes para estrecharles el camino a las ideas contrarias.
Lo que sigue en la lucha democrática venezolana son las elecciones para gobernaciones este próximo diciembre y las que escogerán alcaldes en abril del siguiente año. En ellas, la oposición tiene la inmensa oportunidad de hacerle frente desde las regiones al poder centralista y burocrático que crece sin freno, pero más aún, tiene el reto de demostrar que su unión sigue en pie como un proyecto a largo plazo que recogerá a Venezuela de los pedazos que deje Chávez una vez abandone el poder.
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