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Gadafi: la línea de un dictador

La situación en Libia se agrava con el paso de las horas y la arremetida violenta del régimen de Muamar el Gadafi contrasta con la timidez y la fragilidad de las decisiones adoptadas por la comunidad internacional. A medida que avanzan las protestas hacia la capital Trípoli, el último bastión del régimen, crecen la cifra de víctimas y el éxodo de extranjeros.

23 de febrero de 2011
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Al incierto futuro que se avizora en el mundo árabe lo cubre ahora una estela de terror y sangre, por cuenta de la salvaje y desproporcionada respuesta militar de Muamar el Gadafi a las protestas y demandas de libertad en Libia, sometida desde hace 42 años al hierro caliente de un dictador que encontró en la riqueza petrolera de su país una chequera inagotable para comprar armas, y una que otra conciencia, más allá de sus fronteras.

Mientras la comunidad internacional reacciona a paso de camello ante la que podría ser la versión Tiananmen del siglo XXI, el poderío militar del excéntrico e irracional líder tribal se mueve con velocidad supersónica sobre los cielos de Trípoli y descarga toda su furia contra quienes se contagiaron de la fiebre de libertad que recorre desde hace dos meses Oriente Medio y el norte de África, con síntomas de cambio en Túnez y Egipto.

A la poca claridad sobre las cifras de muertes (las más prudentes hablan de mil, pero el canal Al Arabiya las pone por encima de 10.000) se suman las tímidas declaraciones de la ONU y la UE, que, dados sus propios intereses, no encuentran la forma de detener lo que va camino de convertirse en un genocidio a cielo abierto en Libia, y en una dolorosa vergüenza internacional.

Es lamentable la respuesta de las grandes potencias a esta crisis, para nada impredecible dados los recientes acontecimientos en la región y la conocida irracionalidad de Gadafi. El frágil llamado al respeto por los derechos humanos que han hecho países como Estados Unidos, Francia, Alemania y España, sólo ha contribuido a envalentonar al régimen libio. No creer que Gadafi está dispuesto a morir como un "mártir" es tan ingenuo como pensar que se puede quedar sin que pase nada.

El Presidente Barack Obama, que estuvo tan activo y resuelto en las revueltas en Egipto, apareció ayer tenuemente desde el Vestíbulo de la Casa Blanca para decir que "son inaceptables el baño de sangre y el dolor en Libia", y que Washington estudiará medidas de fondo para resolver la crisis. Como ha pasado en otras ocasiones, la prudencia de Estados Unidos está soportada sobre una plataforma tan peligrosa como necesaria: el petróleo.

Y por otra parte, que así Gadafi quisiera dejar el poder, no tendría muchas posibilidades de adónde llegar. De hecho, el único bastión que le queda en la propia Libia es Trípoli, que desde ayer siente el cerco de las protestas y los efectos de las disidencias dentro de su propio régimen, incluidos sectores de su ejército.

Esa situación ha provocado que los países árabes, europeos, y el propio Estados Unidos, hayan filado sus prioridades en sacar a miles de sus ciudadanos a zona segura, muchos de los cuales tuvieron que regresar a Túnez y Egipto.

En esos escenarios, no son muchas las posibilidades de una solución. La historia que comenzó a caminar en Egipto, como lo aseguró Obama después de la caída de Hosni Mubarak, podría quedar trancada y manchada de más sangre en Libia. La legendaria división tribal que ha marcado su devenir no tiene muchos caminos distintos a los que el propio Gadafi hoy ofrece: "luchar hasta que caiga el último de la familia". ¡Qué horror!

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