Esta es de las películas arrolladoras en todos los sentidos que no lo dejan a uno parpadear, salvo cuando toca cerrar los ojos para evitar ser salpicado de sangre o metralla.
Bastardos sin gloria lleva el sello de Quentin Tarantino y eso implica violencia explícita y desbordante, pero al mismo tiempo estética y elegante como la de tantas joyas suyas: Los implacables (1992), Pulp Fiction (1994), Kill Bill Vol. 1 (2003) o Kill Bill Vol. 2 (2004).
El montaje es por capítulos y cada uno nos traslada a locaciones que son verdaderos campos de batalla, exquisitos en lo visual y lo sonoro: la casa de campo, el bosque, el bar, la sala de cine...
Y también son de Tarantino esos diálogos extensos, inteligentes y cargados de tensión, como dinamita a punto de explotar.
Tarantino crea aquí una divertida farsa: su propia versión de la caída de los líderes del Tercer Reich, que incluye a sus protagonistas Hitler y el ministro de propaganda Goebbels.
Y contra ellos están los "bastardos" asesinos de nazis comandados por Aldo Raine (Brad Pitt) y dos mujeres que con su belleza se roban la pantalla: la actriz alemana y la judía que busca venganza.
Aplausos para todos ellos, pero más para Christoph Waltz, el "cazador de judíos", el personaje más astuto y odiado de una cinta audaz, polémica y hasta graciosa.
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