Antes de bogarse la cuarta cerveza, que saborea con una tajada de salchichón de tienda entre los dientes, Luis Felipe se confiesa.
Está sentado en un negocio del barrio Robledo, en cuyas paredes resuena una carrilera de 'Las hermanitas Calle'. "Vea hermano, llegó a donde era. Esta noche, aquí al lado, hay pelea hasta las cuatro de la mañana y yo soy el que cuida los gallos", dice.
No tendría nada de extraño sino fuera porque es un martes y porque en Medellín se desgaja una noche helada y lluviosa.
Aunque el acceso al "Club Gallístico" aparece como una especie de laberinto subrepticio, lo que adentro se levanta tiene aspecto de establo que huele a finca.
Ahí está Marcos Madrid con su crispado gallo blanco, guareciéndose de la lluvia, tan lejos de la Montería que dejó hace 11 años.
Mientras comienza a armarse un corrillo alrededor de la báscula, Marcos mima las plumas de su ejemplar, por el que apostará lo único que lleva en el bolsillo y que consiguió vendiendo ropa en el sector de El Hueco: 100 mil pesos.
Pasa más de media hora antes de que alguien se decida a cazar pelea. Un hombre al que llaman "Manigueto" desafía a Marcos con un gallo colorado que pesa tres onzas más que "Blanquito".
Eso en las peleas es una desventaja considerable pero Marcos, evidentemente ansioso, dubitativo y sin chance de echarse para atrás, acepta.
Alguien rumora que estamos ad portas de un duelo, sin ánimos de ofender, "chichipato". "Este no es un partido entre Holanda y Brasil ni entre Nacional y Junior. Es entre Rionegro y un equipo de la primera B, ¿si la capta?".
Porque así como en el fútbol existieron los Pelé, los Maradona, entre los plumosos también hubo unos que nacieron para el pedestal y que tuvieron su fanaticada. No pocos se acuerdan de "Frutiño", un gallo que por su cuenta le dio de comer a más de una veintena de personas hace más de 10 años en "El Hueco".
Quienes lo vieron pelear dicen que era un ninja, un karateca. "Ave María, era un gallo que empezaba la pelea en son de paz. Pero cuando sentía las espuelas del oponente, sacaba un sólo movimiento y juas, lo liquidaba", se acuerda Carlos, el dueño.
"Frutiño" hizo 13 peleas, de las cuales ganó 12 y empató una. Su fama se hinchó el día que venció a "Culimbo", el gallo que con 22 triunfos, aún ostenta el récord de más peleas ganadas en Medellín.
Quién no hizo plata con "Frutiño". "Los trabajadores del sector de La Alhambra vivían felices, cada que peleaba ese gallo todo el mundo quería que lo llevara en la apuesta, el uno con 20 mil, el otro con 500 mil. Entonces lo echábamos muy caro", rememora Carlos.
Hasta que llegó la tragedia. "Frutiño" fue enviado a una finca para que se recuperara y, de paso, entrenara sus patadas voladoras. Pero cierto día llamaron a decir que el gallo había sido alcanzado por las garras de un perro de una parcela aledaña, que entró al santuario de "Frutiño" buscando comida. En La Alhambra no hubo lágrimas, pero sí un luto disimulado.
Cuando el modesto "Blanquito" está apunto de ser jugado por 100 mil, a la memoria de "Cuco" o Hugo Piedrahíta -viejo que educó a los hijos con el dinero de sus gallos- vuelven los días en los que daba la sensación de que llovía plata.
Una época de abundancia que fue manejada por una cofradía de tahúres, entre los que estaban Gildardo Echeverri, pionero del chance en Medellín; Alberto Botero y doña Julia Orozco, a quien asesinaron el 1 de enero 1991. Un sólo gallo ponía a circular apuestas por 300 millones de pesos en algo que, dice "Cuco", "no tenía contadero".
Entrar a la gallera Cantaclaro, en Bello, hace 40 años, era como rociarse con la brizna del status y la popularidad. Una investigación de la periodista Vera Agudelo reseña que en la década del 50, candidatura a la Presidencia que se respetara era lanzada en la célebre gallera San Miguel, en Bogotá. Por ahí pasó desde Alberto Lleras Camargo, hasta Luis Carlos Galán.
A cambio de doctores portentosos, en la gallera de Robledo ahora vienen "vendedores de vitrina, trovadores, aquí hay caballistas, aquí hay escaperos, aquí hay sopladores de bolsillo, nooo, aquí hay de todo", recalca, con una risita remarcada en la cara Wílmer Gómez Mesa, el dueño.
Marcos se pasa las manos por la cabeza. Parece arrepentido. Es la hora en que los apostadores mañosos intentan hacerle creer a sus contendores que el gallo al que le están jugando es un enclenque.
Luego de que le instalan las espuelas de carey a "Blanquito", el ring se rodea de público. Hay viejos galleros, pero también mujeres y un pequeño grupo de jóvenes que perfectamente podría estar sembrado en un bar.
¿Por qué tanto grito? "Todo el que esté metiendo plata en algo lleva su tensión, sea en un partido de fútbol o de póker. Porque en el dominó usted se demora un rato, pero aquí con un par de espuelazos chao plata", dice un apostador.
El 80 por ciento de las apuestas está en contra de "Blanquito". Un tercer gallo, al que llaman "mártir", aparece en escena. Es un ejemplar caído en desgracia, que por salir corriendo en peleas pasadas, traen al ruedo para que los demás calienten dándole los primeros porrazos.
El juez entonces suelta los animales y comienzan los alaridos de la gente. Los segundos corren lentos mientras que gallo y gallo se dan picotazos.
"Blanquito" no parece dar la talla. Al segundo minuto ya recibió una estocada en el pescuezo, por donde le sale sangre turbia y espesa. "¿Te vas a dejar matar entonces? ¡Soltálo bandido, soltálo a ver, hombre desgraciado!", le grita Marcos, no a un asistente, sino al gallo colorado.
Luego de ocho minutos eternos, "Blanquito", tras resistir una estampida, lanza su último suspiro. Los ganadores celebran y se pasan de mano en mano los billetes del botín, mientras Marcos se queda mirando hacia el cuadrilátero que ahora muestra los manchones sanguinolentos de la batalla.
Entonces, con los ojos aguados y mirando cómo se llevan el cadáver del parcero, Marcos declara: "Mucha ansiedad. El gallo está peleando y uno quisiera meterse y darle fuerzas para que tan, venza al otro, pero eso no es válido".
¿No es muy duro cuando el otro gallo está ensañado con el suyo, con el que lleva meses de compañía, de amistad?
"Sí, bastante, uno sabe que ya le debieron haber partido las venas o un ojo. Uno sabe todas esas cosas y por eso sufre más".
Sufrimiento. Aquí es donde la historia deja de ser fábula. Juliana Barberi, directora de la Corporación Raya, no se guarda las palabras para decir que las peleas de gallos son bárbaras. "Nosotros estamos en contra de cualquier actividad que involucre la tortura o el maltrato y aquí los animales mueren desangrados, vomitando sangre", dice.
Barberi y un nutrido grupo de defensores de animales en todo el país esperan que la Corte Constitucional declare inexequible el artículo 7 de la ley 84 de 1989 que exceptúa las peleas de gallos, como actos de maltrato.
Eso por un lado. Lo que nadie sabe es que de las 3.000 galleras que se calcula funcionan en Colombia, sólo 30 son legales, es decir, que pagan tributos. Semejante revelación la hace María Catalina Guerrero, vicepresidenta comercial de Etesa, empresa del Estado en liquidación.
Ahora que todos se han ido de la gallera, Marcos, bajo la luz mortecina que viene de la lámpara, hace una confesión. "A lo sincero, estaría de acuerdo con que acabaran los gallos, a pesar de que soy un cabeza dura".
Lo dice por la plata que ya no tiene y de la que se desprende cada ocho días. Esta vez fueron 100 mil. Pero hace años fueron 22 millones de pesos en dos días, y después lo del arriendo.
Vivía en el barrio Patio Bonito, en Bogotá. "El alquiler valía 280 mil pesos y nos faltaban como 100 mil pesos. Yo le dije a mi mamá:
-Vieja, ¿cuánto le hace falta para ajustar? Présteme esa plata y yo la juego con mi gallo-, le dijo. -¿Muchacho, usted me cree a mi loca? No está ni tibio- le respondió.
-Vieja, ese gallito es bueno, gana todas las peleas... yo le tengo mucha fe- insistió.
Y la convenció. Entonces, se fue y lo apostó en contra de un gallo tuerto, a cuyo dueño le faltaba una mano. "Cuando ya había dado mi palabra, se acerca un muchacho y me dice, -no vaya a hacer esa locura, ese gallo sin ojo y todo, gana cada ocho días aquí- me dijo".
Pero ya era tarde. Soltaron los animales a la arena. En el primer minuto, el gallo de Marcos perdió una espuela y el árbitro no permitió que se la cambiara. "Tocó soltarlo así. Entonces las apuestas se pusieron 100 a 50 en contra del gallito mío y yo solo pensaba en mi vieja. El mochito suelta el gallo de él y yo suelto el mío. Se impulsan, el animal mío se inspira y tannnn, le manda un zarpazo al gallo tuerto y lo deja patas arriba. El señor que perdió luego me puso la manito mocha sobre el hombro y me dijo: oiga, me mató un gallito honorable".
Pico y Placa Medellín
viernes
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