Raquel Zelaya estuvo en la comisión gubernamental -la última- que se reunió con la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), y que el 29 de diciembre de 1996, después de diez años de acercamientos, propuestas, ires y venires, firmó la paz en el país centroamericano después de 36 años de conflicto interno.
En esa comisión estaban Gustavo Porras , coordinador y representante directo del Gobierno; Otto Pérez Molina , quien era general activo del Ejército quien hoy es el Presidente de Guatemala; Richard Aitkenhead , profesional de confianza del sector privado, y Raquel, que representaba la sociedad civil desde la academia como directora -aún lo es- de la Asociación de Investigación y Estudios Sociales (Asies).
Desde Guatemala esta mujer que hoy dice vivir en un país más democrático, pluricultural y de mayor inversión, aunque con unos “problemas gravísimos de crimen organizado”, habló con El Colombiano sobre lo que se debe negociar y lo que no al momento de firmar la paz.
¿Qué fue lo más difícil de esa negociación?
“Nuestra comisión se encontró con una guerrilla dispuesta a negociar, lo que no les tocó a otras comisiones y eso es fundamental. Hubo unos encuentros que tuvo Álvaro Arzú cuando era candidato presidencial con la guerrilla en El Salvador, eso fue privado y secreto; ese reconocimiento cara a cara ayudó mucho a reconocer cosas. Lo más difícil que nos sucedió fue el secuestro de una señora mayor de edad por parte de la URNG, eso fue un tropiezo que pudo paralizar totalmente la negociación, pero se superó. A veces ese tipo de acciones pueden ser insuperables”.
¿Les tocó sacrificar la justicia por la verdad?
“Hay que ponerle mucho peso a la verdad. Ver casos como los de Sudáfrica donde se estableció un mecanismo para declarar lo que se hizo y ese reconocimiento les dio una especie de amnistía. Hay que saber que la prioridad de la gente es saber lo qué pasó, quieren enterrar a su persona querida, quieren terminar ese duelo, y eso no se puede dar en un escenario donde, si yo hablo, me voy al paredón. Era conmovedor ir a las áreas rurales, ninguna persona pedía más que saber dónde estaba enterrado su familiar o que las autoridades certificaran que su hijo muerto no era ningún delincuente”.
¿Qué pasó con el postconflicto?
“Recuerde que en el caso guatemalteco se negoció con una guerrilla ideológica, eso, creo yo, tiene un punto a considerar. Es diferente cuando uno está delante de una persona que tiene un concepto ideológico a una persona que tiene un tema económico, como el narcotráfico, que no lo va a sacrificar tan fácil. Considero que a la reinserción de la gente hay que ponerle mucho cuidado, que haya salidas de trabajo, empresariales, de trabajo directo, proyectos comunitarios, productivos. Sí, hay una reincorporación, un dejar las armas, pero si la gente no encuentra salidas va a regresar a lo que sabe hacer”.
¿Cómo recibió la población civil a estas personas que dejaron las armas?
“Cuando regresó la comandancia hubo una movilización impresionante. Este tal vez sea un hecho aislado, pero a mí me sorprendió: fíjese que un camarógrafo estaba grabando y yo le vi que tuvo que alejarse de la cámara porque estaba llorando. Eso me dice mucho. Al ser un posicionamiento ideológico, eso pesa, y más, una lucha de tantos años”. Ahora, la gente piensa que se firma la paz y se resuelva todo, cuando lo que hay que hacer es crear escenarios distintos para la solución de esos problemas acumulados. Es un sentimiento como el del primero de enero cuando la gente cree que las cosas van a cambiar, pero no, simplemente es una continuación”.
¿Cuál fue el papel de esos guerrilleros para hacer esos cambios de los problemas de Guatemala?
“En los acuerdos de paz de Guatemala empezaron con una agenda tradicional de desarme, reincorporación y cese al fuego. Pero en el acuerdo mixto de 1991 se hace un recuento de cuáles son las causas que originaron el conflicto armado; se llegó a la conclusión de que había una exclusión tremenda, étnica, social y económica. Con esa conclusión se hacen acuerdos agrarios, fiscales, del papel del Ejército, reformas electorales y el tema indígena”.
¿Cómo fue para los militares buscar una solución política con la guerrilla?
“Fue un duro proceso porque en principio eran un Ejército militarmente triunfador, ellos solo miraban los temas en el campo de batalla. Pero apareció la figura del general Otto Pérez Molina (hoy Presidente), que admiro, porque era un hombre de guerra pero que se la jugó. Y es que se eliminó el Estado Mayor Presidencial, las autodefensas ciudadanas, hicieron nuevo despliegue de las zonas militares, y estoy segura de que la firma que pesó para los militares fue la del ahora Presidente”.
¿Qué les faltó en la negociación?
“Un actor que nunca estuvo en la negociación fue el crimen organizado y ahora tenemos problemas graves”.
¿Qué le augura al proceso de paz colombiano?
“Será un proceso largo, pero no hay que desmayar. Hay que tener el hilo conductor, no se pude romper, aunque tenga ratos de receso. Los negociadores no deben tener filiaciones políticas porque ellos se aceleran y quieren un éxito ya. Será difícil un endurecimiento de posiciones ante los medios, porque internamente se puede ser muy duro, pero si eso se hace público, es como pelear ante la suegra”.
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