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Ílder y Leonela, más amor que plata

24 de noviembre de 2009
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¡Qué contraste! Un mes después de que sus tres bebés murieran incinerados cuando estaban solos en un rancho y este se incendió, Leonela García e Ílder Varela están más unidos que nunca, aunque sólo en el amor, pues la pobreza los obligó a estar separados.

Esa noche del 25 de octubre, cuando ardió su ranchito en el barrio de invasión El Oasis, en Bello, del inmueble no quedó nada. Sólo un lote renegrido por el fuego, algo de unas tablas y las cenizas.

Incluso, ellos ni siquiera han vuelto ni a mirarlo, pues tampoco desean regresar al lugar que les trae tantos recuerdos: los amables de sus hijitos jugando, llorando o riendo bajo sus abrazos; o los trágicos de la noche en que murieron solitos sin más defensor que su hermanito mayor de seis años, que tampoco pudo hacer nada por sacarlos y a duras penas logró salvarse a sí mismo al saltar del balcón cuando ya las llamas empezaron a quemarlo.

"No he sido capaz de ir por allá, ¿para qué?, ¿a recordar eso tan duro?, nooo", dice Leonela, que ahora vive en el rancho también de tablas de sus padres, María Paniagua y Héctor García, un reparador de zapatos que tiene días tan magros en los que si acaso se hace cuatro mil pesos después de trabajar 12 horas.

Pero donde comen dos comen tres, dijeron estos papás, que son más amor que plata. Y hasta cuatro, porque Leonela se llevó para allí a su hijo de seis años, que es uno de los motivos para no decaer, además de otra niña de cuatro años a la que cuida otra de las abuelas.

"La mayor solidaridad nos llegó de nuestras familias, sin ese apoyo no sé dónde estaríamos", añade Leonela, una mujer aún muy joven a la que la tragedia no le robó las fuerzas, "porque mis dos niños vivos me necesitan y hay que luchar por ellos".

Un cargador...
Leonela revive a pedacitos los recuerdos de esa noche, la más triste de la vida. Dice que más o menos a las ocho sirvió la comida y acostó a los niños, pero para el otro día no quedaba nada de mercado y esto la preocupó.

"Yo tenía un celular que Ílder se encontró reciclando y me lo dio, le dije que lo iba a empeñar para comprar comida y bajé a la prendería, que queda en El Playón, en Zamora. Como era elegante, me prestaron 50 mil pesos, pero el señor me exigió el cargador, le rogué mucho que mi casa quedaba muy arriba, que se lo bajaba después, y no, se cerró en eso, entonces llamé donde una vecina a Ílder para que bajara el cargador, el bajó en bus, me lo dio y volvió a subir preocupado por los niños, yo me quedé negociando...".

Pero cuando Ílder subía, algo ardía en llamas allá en la montaña. Segundos después supo que era su rancho, que sus tres bebés habían muerto y que de milagro se había salvado el mayor, hijo del primer compañero de Leonela.

Ya el alma estaba desecha. Hoy tal vez son más fuertes los lazos que los unen. A lo mejor hay más abrazos, de seguro hay más ternura y muchos más recuerdos. Se han vuelto como novios, él la visita en las noches y regresa a su casa, unas cuadras más abajo.

La fortaleza de ambos sigue intacta. Ni el celular se salvó, pues sigue empeñado.

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