Para un país como Colombia, acusadas sus autoridades de ordenar y cohonestar "chuzadas" telefónicas ilegales, cae de perlas que venga el suspendido juez español Baltasar Garzón, gran campeón en su nación de chuzadas ilícitas, a meter las narices en terreno ajeno.
Este funcionario, cesado por el Consejo General del Poder Judicial de su país como juez de la Audiencia Nacional de España, está siendo investigado por delitos como prevaricato, la interceptación ilegal de comunicaciones y tráfico de influencias. Además, el Tribunal Supremo de España, por unanimidad -lo que desvirtúa que hubo sesgo político para penalizarlo- lo despojó de sus funciones draconianas, colección de delitos que dejarían mal parado, en cualquier parte del mundo civilizado, a magistrado alguno.
Viene el señor Garzón como otro conquistador a representar a la OEA en el monitoreo de la Ley de Reparación de Víctimas de la violencia colombiana. A apoderar a un organismo que goza de poco prestigio, hoy presidido por un burócrata y contemporizador como el señor Insulza, no propiamente afectuoso con Colombia ni con sus gobernantes.
No sabemos si el Presidente Santos ha medido las consecuencias de lo que le podría suceder con un personaje tan cuestionado en España como Baltasar Garzón.
No es sino que le pregunte a su amigo, el expresidente del Gobierno español Felipe González, cómo fue de leal aquel cuando éste le brindó los mejores honores que la democracia entrega, y cómo le pagó después, cuando González no pudo satisfacer sus apetitos desmesurados y su afán protagónico en busca de posiciones para las que no calificaba por diversos motivos el petulante y pantallero juez. Casi lo manda a la cárcel el revanchista personaje, cuando retornó a su despacho como juez. Lleno de enconos, le abrió proceso penal que, al final de cuentas, saldaron algunos cercanos colaboradores del gobierno González, los mismos que habían desplazado a Garzón en sus impacientes aspiraciones burocráticas.
Garzón viene no sólo a ser una primera voz a nombre de la OEA en el desarrollo y cumplimiento de la Ley de Víctimas, sino, seguramente a recolectar información privilegiada por las chuzadas ilegales y por los falsos positivos, cargos que han sobrecogido a la opinión. ¿Acaso podría en esas indagaciones quedar bien evaluado el antiguo Ministro de Defensa del gobierno anterior?
Fácilmente se le podría devolver tanta ingenuidad al Presidente como un búmeran. Ya se podrán imaginar los más suspicaces, el escándalo internacional que se haría a costa del actual jefe del Estado. Como los que armó Garzón cuando Felipe González en España, después de hacerlo una de las cabezas de lista de su partido socialista para el Congreso, no lo nombró luego en el Ministerio de Justicia, aspiración en ese entonces del ambicioso juez, ahora suspendido por el alto organismo de la justicia española. Es un juez sin muchos escrúpulos que encuentra en la publicidad, su afrodisíaco para elevar su vanidad.
Difícilmente se encuentra en América Latina un país más dependiente de gobiernos e instituciones internacionales que Colombia. Al Caballo de Troya que puede ser el aterrizaje del juez Garzón en Colombia, se conoce la humillación a la que el embajador de Estados Unidos sometió en su momento al entonces fiscal Luis Camilo Osorio. Lo entregó al polígrafo -eufemismo para disfrazar lo que es un detector de mentiras- para que recibiera el beneplácito del gran patrón del Norte.
En aquel entonces, el país y el funcionario maltratado se quedaron callados. Como se tendrá que callar cuando Garzón construya y levante el expediente, no solo de las eventuales violaciones a la Ley de Reparación de Víctimas, sino de las chuzadas y de los falsos positivos, para armarles la tremolina a las cabezas de las frágiles instituciones colombianas.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6