Pongo en duda que avance el debate sobre la actuación cuestionable de periodistas y comunicadores que han violado normas básicas sobre incompatibilidades en el ejercicio profesional. Que el más ingenioso imitador de voces de la radio se haya arrepentido de trabajar con la proscrita DMG y que la agremiación periodística más influyente haya devuelto el dinero que recibió por publicidad del mismo monstruo tentacular son hechos que atenúan pero no conjuran el serio problema de la corrosión ética.
Todos los códigos deontológicos del periodismo, incluido el del CPB, invocan la independencia y señalan actividades que la comprometen. Por ejemplo, trabajar por las mañanas como asesor de imagen de una empresa determinada y por los tardes poner el medio en el cual se escribe al servicio de aquel cliente comporta una acción fraudulenta contra el derecho a la información. Se abusa de la confianza que los ciudadanos han tenido en la integridad y la recta intención del periodista.
Y la independencia debe ser individual y gremial. Una organización representativa de los periodistas debe dar ejemplo y abstenerse de buscar o recibir ayudas, por más legítimas que parezcan, para la financiación de fiestas, concursos y demás celebraciones. A veces esa es la tarea principal y casi exclusiva que despliegan.
Que nadie pueda sugerir siquiera que un periodista está fletado, es ficha o cuota de algún titerero, sea cual fuere su índole, o trabaja en forma subrepticia para alguien diferente de su propio empleador o de la empresa con la cual está ligado de manera lícita y ética.
Para la evolución de nuestra cultura profesional es también una desgracia que haya medios de información y opinión, en especial en pequeños negocios noticieriles del campo competidísimo de la radio, en los que se les fije a los reporteros la condición de conseguir cuñas y lograr porcentajes por las ventas de publicidad para que puedan cuadrarse una remuneración más o menos aceptable.
Ese vicio tiene hondas raíces y afecta incluso algunos medios impresos. La costumbre, pésima, ha pasado a consolidarse como norma. Se incurre en transgresión de las disposiciones éticas con el apoyo por necesidad de estudiantes en la condición de practicantes, de periodistas inexpertos y hasta de patinadores y toderos habilitados de improviso para desempeñar funciones periodísticas.
Los dos incidentes que han tenido resonancia deben motivar una reflexión seria en las universidades y las redacciones y afinar el razonable examen crítico del periodismo. Las incompatibilidades no deben quedarse en el enunciado de los códigos. No es legítimo ser en forma simultánea periodista y vendedor de publicidad, cualesquiera que sean el rango, la fama, la gracia o las simpatías. Sin credibilidad y respetabilidad no hay periodismo de verdad. El mejor anticorrosivo es una ética austera.
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