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La historia del misionero que secuestraba niños indígenas, para enseñarles el padrenuestro

  • La historia del misionero que secuestraba niños indígenas, para enseñarles el padrenuestro |
    La historia del misionero que secuestraba niños indígenas, para enseñarles el padrenuestro |
17 de septiembre de 2013
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Historia de una expedición religiosa que confundió la tradición indígena con ritos a Satanás. El Dios de amor de los cristianos se convirtió en el infierno para la comunidad U’wa, con presencia en Santander. Un misionero se dedicó a secuestrar niños indígenas, para enseñarles el padre nuestro.
 
Los indígenas U’wa no cumplieron el pacto. Cuando el sacerdote Abraham de Jesús Builes Laverde se enteró de una nueva muerte, le entró una especie de fiebre y, olvidándose de lo que Dios predicó, caminó con un grupo de blancos a la montaña para cobrar venganza. El cura iba armado con una escopeta. Corría el año de 1952.
 
El pacto con los indígenas consistía en que si uno de ellos estaba a punto de morir de viejo o enfermo, debían llamar al sacerdote para que le aplicara los santos óleos cristianos. Para nada debían recurrir a los werjayá (autoridad indígena) y sus ceremonias ancestrales a Sira, su bendito dios supremo.
 
El grupo del padre salió de la Misión El Chuscal, una casa inmensa levantada en madera, tan vieja que cruje en cada pisada, pegada al borde del río Tegría, cuyas aguas galopan con fuerza entre grandes y medianas piedras lisas y blanquecinas.
 
El padre se abrió camino por la espesa vegetación, embriagada de lodo y bichos de todos los tamaños, hasta encontrar una pareja U’wa. Los indígenas estaban acompañados de una niña, de unos tres años de edad. De nada sirvieron los gritos de la madre. En nombre de Jesucristo, el sacerdote Abraham de Jesús Builes Laverde secuestró a la pequeña. Los alaridos en su extraña lengua corrieron a lo alto de la peña.
 
El cura y los blancos escaparon con la niña en brazos. La pareja indígena buscó ayuda de la comunidad. No era la primera vez que Abraham de Jesús Builes Laverde utilizaba la fuerza, pero sí era su primer secuestro cristiano. Por eso sabía que lo buscarían. Tenía claro que si lo atrapaban los indígenas, lo podían matar.
 
El camino de salida era por el río Tegría. El sacerdote alcanzó a ver cuando varios U’wa se agruparon para esconderse con sus flechas en un recodo de la maleza.
 
En la madrugada salieron del monte y cruzaron el río. Esa misma tarde, la pareja de indígenas llegó a la Misión El Chuscal. Pidió ver al cura. Los U’wa traían un muchachito desnudito de menos de un año. Querían canjearlo por su hija. El cura lo meditó por unos segundos.
 
La gran misión en madera
En Cubará la naturaleza es violenta, el polvo de la carretera, pavimentada por trazos, ahoga. Las puyas de los mosquitos se pegan a la piel y se mezclan con el sudor de la camisa. El calor da palizas y no hay ventilador que calme esta caldera para los forasteros.
 
A dos horas de caminata del casco urbano de Cubará, municipio de Boyacá, en la frontera con Venezuela, se encuentra la Misión El Chuscal.
 
Casona tan grande como una cancha de fútbol, bastión desde donde partió el rejo que golpeó a los indígenas U’wa para enseñarles el padre nuestro.
 
La historia de esta región dice que el primero en llegar a Cubará fue el sacerdote misionero y aventurero Enrique Rochereau, en 1914, quien inició el proceso de evangelización. Cuando Cubará solo eran tres casas en medio del selva, pegadas a las babas verdes del río Cobaría, siempre indómito y tramposo, especialmente después de un aguacero, llegó, a mediados de 1940, monseñor Luis Eduardo García, quien años después fue enterrado en la misión El Chuscal. Sus restos fueron exhumados y retirados cuando curas y monjas Teresitas fueron sacados del resguardo por los indígenas, que reclamaron su autonomía para enseñar sus tradiciones.
 
Un buen día, en 1956, se abrió un claro en la selva, en el sitio El Chuscal. Varios meses duró la construcción de esta casona para evangelizar. Se dice que no menos de 300 indígenas entregaron sangre y sudor en la obra. De hecho, los U’wa no permitieron que el Instituto Colombiano de Desarrollo Rural, Incoder, le pagara a la Iglesia Católica por esta propiedad, cuando fueron sacados de la reserva en los años noventa, tras el proceso de legalización del resguardo. Los U’wa la construyeron y por eso siempre fue de ellos.
 
La casona tiene dos plantas, levantada en madera, con más de treinta habitaciones, varios salones y dos grandes patios. En el centro hay una capilla con un gran portón donde sobresalen algunos finos detalles en madera. Su techo enorme, actualmente en teja de zinc, está cubierto por una fina capa de musgo verde, algo oscuro. La casona tiene varias zonas deterioradas. El agua que pudre y el gorgojo la tienen derrotada. El tablón podrido abunda. Algunos pedazos apenas resisten.
 
Las habitaciones fueron colonizadas por murciélagos, que dejan en los rincones manchones de su excremento, mientras en otras, con suerte, se pueden ver mariposas de colores, hormigas negras, libélulas de cabeza gris, una que otra culebra, si se está de mala racha, y en las noches aparecen cucarachas, tan grandes como un pie, que deben morir aplastadas.
 
Este fue el campamento base de Abraham de Jesús Builes Laverde, algo así como el ‘Pablo Morillo’ de los U’wa, jefe de una expedición religiosa encargada de sofocar la rebelión de los indígenas que, a juicio de estos curas y monjas, practicaban ritos a Satanás, mascando coca y gritando tan fuerte que sus mismísimos cantos tocaban los talones de la luna.
 
Los U’wa, nombre que significa gente inteligente que sabe hablar, cuya lengua pertenece a la macro familia lingüística Chibcha, aprendieron entonces el español. Aunque en el resguardo, incluso en la actualidad, los niños prefieren hablar en su lengua madre.
 
Rakja (el territorio) es el fundamento sobre el cual nace la vida de los U’wa, el corazón de un mundo. El territorio antiguo, que figura en los mitos cantados de los U’wa, va desde la Sierra Nevada Mérida en Venezuela hasta los piedemontes llaneros de Támara, Tame y Mocorte. Este territorio comprendía un millón 400 mil hectáreas, pero desde la llegada de los conquistadores, colones y actores armados, los U’wa fueron perdiendo sus tierras.
 
El Chuscal hace parte del municipio de Cubará donde residen unas 7.542 personas, de las cuales el 48% es población indígena. Este territorio conforma el 70% del municipio, dedicado en una buena parte a la ganadería, el comercio y el contrabando de alimentos y gasolina.
 
Los U’wa, tras los procesos de colonización, están confinados a lo que se conoce como resguardo Cobaría, Tegría, Bokota, Rinconada, que comprende unas 220 mil 275 hectáreas, y que representaría el 14% de su territorio ancestral.
 
Así lo recuerda Kambrayo (nombre indígena) o Ever Tegría Unkaria, quien nació en medio de la selva, a una hora de caminata de El Chuscal y quien se graduó en la facultad de Trabajado Social de la Universidad Industrial de Santander, UIS, de Bucaramanga. Tras estudiar en la ciudad, Kambrayo regresó a su territorio a trabajar con la comunidad. Se casó, vive ahora en Cubará y tiene dos hijas.
 
- Nosotros los U’wa no tenemos fronteras, no hay límites. El territorio ancestral, en Colombia y Venezuela, dicen que llegaba hasta el mar.
 
Kambrayo sabe del territorio U’wa, porque lo escuchó desde niño en los cantos de su comunidad. Los U’was tienen varios rituales, de los cuales los dos más importantes son los mitos cantados de El Reowa (que corresponde al ritual de purificación) y El Aya, que se celebra después de El Reowa, para el ordenamiento del universo y los seres que en él existen.
 
Pese a que está confundido, Kambrayo dice que quiere progresar. Por un lado, quiere trabajar en su profesión, educar a sus hijas que estudian en colegios de Cubará (Boyacá) y Saravena (Arauca). Para eso necesita dinero. Por otro, quiere ser un líder indígena, lo que le implica recorrer la selva, hablar con las comunidades (algo que no le disgusta) y no recibir el salario de un blanco.
 
- En esa duda andamos.
 
El joven lo dice desde El Chuscal, una tarde de martes, reconociendo a los lejos, gracias a un cielo extrañamente casi limpio de nubes, una montaña que dice pertenece a Venezuela. En esta región los aguaceros parecen estar engarzados en las ramas más altas de los árboles, no falta un viento que los revuelque y entonces cae un aguacero.
 
- Mire esas nubes, más tarde lloverá, dice Kambrayo.

Jesucristo se enseña a golpes
- Esto es obra de Satanás.
 
Enseguida el cura Abraham de Jesús Builes Laverde ordenó amarrar al werjayá (autoridad indígena) a un árbol.
 
- El cura Builes le dio rejo a mi papá. Lo vi ponerse morado. Lloré y lloré por mi padre hasta que no aguanté. Cogí el machete, corté el rejo y amenacé al cura…
 
Beerito Cobaría fue entonces amarrado de las manos y a sus 11 años llevado a la misión El Chuscal, para que no aprendiera las “cosas satánicas” que su padre, un sabio werjayá, guerrero de la palabra, poeta de cantos, memoria ancestral del pueblo U’wa, le quería enseñar. Tradición que su padre recibió del padre de su padre y así sucesivamente desde el principio de los tiempos. En el Chuscal ya vivían varios niños que fueron secuestrados y que aprendían a leer, escribir y rezar el padre nuestro.
 
Los rezos de los werjayá tienen muchos significados. Se utilizan para curar enfermedades o sanar en caso de ataques de animales. Además, se usan en múltiples acontecimientos, como cuando un indígena muere y es necesario cantar y soplar para expulsar el espíritu del difunto y evitar que se lleve a otros, en especial de su familia.
 
A Beerito su estancia en El Chuscal le causó dolor. Como no sabía santiguarse, o no quería aprender, los religiosos de la misión lo golpeaban.
 
- Por tres días una hermana de nombre María me dio rejo, porque no sabía leer ni escribir. Decía que como “indio” no entendía nada y me pegaba.
 
A sus 59 años Beerito Cobaría, líder de la comunidad U’wa, embajador indígena ante el mundo blanco, recuerda que cerca de 200 niños, secuestrados por el cura Abraham de Jesús Builes Laverde, vivieron en El Chuscal.
 
- El padre llegó con educación, pero dando rejo, culata y patadas. En El Chuscal vivieron más de 200 niños U’wa robados, apartados de sus padres y con la prohibición de hablar U’wa, porque era pecado.
 
Dice la voz de la tragedia de Beerito Cobaría, dejándose quemar por el sol de agosto que parece caer vertical a toda hora en Cubará, desde donde partirá para la capital del país para hablar con los blancos.
 
- ¿Denunciar? Claro que eso lo denunciamos, pero poco nos pusieron atención.
 
Expertas como Socorro Ramírez, docente del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia, advierte que el abandono en estas zonas de frontera es histórico y que en muchos casos la Iglesia Católica fue la encargada de hacer la mínima presencia estatal en regiones alejadas de los centros de producción o capitales.
 
Entonces fue el brazo de violencia del cura Abraham de Jesús Builes Laverde y la inexistencia de una presencia estatal que obligó a que los werjayás escaparan a lo más profundo de la selva, para continuar con sus cantos y rezos.
 
- El cura los llamaba hijos del diablo. Sus materiales para sanaciones, como el tabaco y las plumas, fueron quemados, dice Kambrayo. Este joven no olvida cómo una religiosa Teresita lo reprimía pegándole reglazos en las dos manos por no memorizar las vocales, o cuando el padre Abraham prohibió que los niños U’wa jugaran en los pasillos de la misión, ya que eso era también pecado.
 
Escuela de U’wa para U’was
Afuera, mientras una gallina latosa da vueltas y más vueltas, las chicharras parecen llorar, un águila pescadora busca sostenerse en el esqueleto de un árbol de Yarumo al borde del río y los calambres del viento se sienten con fuerza, se enciende después de la cinco de la tarde el fuego en la cocina con una leña recién cortada.
 
La cocina está en la parte de atrás de la misión El Chuscal y desde su techo se escapa humo blanco. La comida de esta noche será jugo, arroz, plátano cocido y lentejas.

La escuela y el internado funcionan ahora en la gran casona, el otrora centro de operaciones del cura Abraham de Jesús Builes Laverde.
 
Quienes deseen llegar allí deberán cruzar el río Tegría por una “hamaca” (puente en tablas de madera y cables de acero) de casi 400 metros, que se alza a unos 17 metros de las agua, y que tiene la capacidad de mecerse al vaivén del viento y matar del solo susto las lombrices intestinales de los blancos que sufren de vértigo.
 
Subaikara, una de las docentes U´wa de 28 años, o Mariela como fue bautizada por los católicos, dice que en El Chuscal estudian 74 niños U’wa, de los cuales 45 están en el internado.
 
Sus padres, indígenas de la selva profunda, los dejan en el internado en enero y en octubre pasan o mandan por ellos. En El Chuscal reciben educación U’wa y se gradúan de la primaria blanca. Además tienen garantizada las tres comidas.

Subaikara es una especie de coordinadora académica, ella se encarga de verificar que los menores duerman, coman, estudien y trabajen en una huerta.
 
Tras medio siglo de presencia católica, en el 2004, luego de múltiples trámites, el cura Abraham de Jesús Builes Laverde y las Hermanas Misioneras de Santa Teresita se fueron de El Chuscal. Luego de medio siglo de su autodenominada labor de evangelización de nuevos cristianos, entregaron las llaves de la misión a representantes de la comunidad U’wa.
 
Para el Ministerio de Educación, estos religiosos recibían dinero como educadores en provisionalidad. No obstante, al consolidarse la conformación del resguardo, los indígenas reclamaron su derecho a enseñar, con la veeduría del Gobierno Nacional. Su tradición junto con la cátedra reglamentaria de primaria se unió.
 
Cuatro profesores U’was, debidamente certificados, todas las mañanas dictan clase desde preescolar hasta quinto primaria.

Elfar Eduardo Vega Caicedo, director del Núcleo Educativo de Cubará, recordó que el día que salieron los religiosos de El Chuscal se celebró una misa solemne. Nada más. No hubo despedida.
 
En el casco urbano, la noticia tuvo múltiples interpretaciones. Algunos colonos catalogaron de “desagradecidos a los U´wa”, dice Elfar Eduardo. Para los blancos la labor de la misión El Chuscal fue importante en la tarea de evangelizar a esta comunidad indígena, por lo que no fue bien visto que los U’wa reclamaran su autonomía.

Kambrayo, el joven U’wa que vive en conflicto entre servir a su comunidad o construir su historia entre blancos, aseguró que con la partida de los sacerdotes y monjas se cerró un capítulo oscuro en la historia de la región.
 
- Fue dolorosos para nosotros, porque quitarles los hijos a sus padres trajo un gran sufrimiento. Sin embargo, los U’was sabemos perdonar. De ese sufrimiento estamos viendo el lado positivo. Muchos de los que llegaron a El Chuscal a estudiar se convirtieron en líderes U’was. De aquí surgió el movimiento indígena de lucha y resistencia contra la exploración petrolera en territorios sagrados.
 
Ahora, en El Chuscal, los niños U’wa aprenden de su dios Sira, conocen la tradición heredada de los werjayá y entienden la importancia de cuidar la selva. Claro, son una comunidad con grandes deficiencias. Es común que los pequeños U’wa no cuenten con un lápiz para escribir, las ayudas didácticas son escasas y los niños y niñas juegan fútbol (que les encanta) con un balón raído y a punto de desbaratarse.
 
- También reciben clases de religión católica. Ellos toman la decisión de escoger a quién seguir. Hemos entendido que Dios es el mismo. Cambia de nombre y forma en la selva.

En las tardes, después de almorzar, los estudiantes U´wa acuden a una huerta de yuca y plátano en un terreno que la comunidad, a fuerza de machete, le quitó a la selva. Después de las cinco de la tarde regresan, algunos comiendo yuca cruda o con un pájaro muerto, que después secarán y luego comerán, como es su tradición gastronómica.
 
Los mayores, casi siempre, piden el balón para jugar, mientras otros se acomodan en un rincón de la gran casona y realizan sus tareas en unos pupitres, cuya madera y clavos son tan viejos, que a duras penas aguanta su peso.
 
Ubiano, de 12 años, estudiante de segundo primaria, a quien le encanta anotar goles, prefirió mejor remendar con aguja un gran agujero de uno de los dos pantaloncillos que tiene. Los niños llegan de la selva con una muda que tienen, y conseguirles ropa es muy difícil, aseguran los docentes de

El Chuscal
Al otro extremo Kiviaruk, de 12 años también, pero la mitad de la estatura de Ubiano, ayuda con la leña en la cocina. Su poca estatura es producto de una severa desnutrición. De hecho, estudia hasta ahora preescolar y su español es muy poco.
 
Anoche, a pesar de la lluvia y los sapos que parecen vivir en un eterno insomnio en esta parte de la selva, se escuchó el llanto de Yasiwia, tiene solo cinco años, es de las más pequeñas del internado. Una virosis la tuvo con fiebre alta. Acetaminofén fue lo único que recibió. Si estuviese con su familia, en lo profundo de la montaña, tendría que esperar hasta un día para verle el rostro al médico.
 
Enfermedades como el paludismo, junto con un aporte nutricional deficiente tienen en riesgo a los U’wa, especialmente a los más pequeños como Yasiwia o Kiviaruk, quienes en octubre próximo, cuando se acabe el año escolar en El Chusca, tendrán que volver a su montaña.
 
El fin del pacto
Los perros alertaron la llegada de la pareja a la misión de El Chuscal.
 
Los U´wa traían un muchachito desnudito de menos de un año. Querían canjearlo por su hija de tres años, secuestrada la tarde anterior por el cura Abraham de Jesús Builes Laverde.

El sacerdote lo meditó por unos segundos. Mandó traer la niña. La devolvió a sus padres y se quedó con el pequeño, el primero al que le enseñaría la religión católica.
 
El sacerdote siguió cumpliendo su misión cristiana de robar niños por más de cinco años, al tiempo que se salvaba, casi milagrosamente de los atentados de muerte de los indígenas.
 
- Alcancé a tener más de un centenar de niños, todos criados bajo los preceptos de Dios. Luego entendí el gran error y aprendimos, indios y blancos, a respetarnos y comprender que en el fondo, era el mismo Dios. Fui de los primeros que llegó a esta selva. Los U’was le tenían mucho fastidio a los blancos, porque decían que cargábamos enfermedades.
 
La confesión del cura me la hizo hace 15 años, en una de las habitaciones de la gran misión El Chuscal. En ese entonces tenía 86 años, ya no caminaba por la selva. Pasaba sus días en la misión entre libros y rezos.
 
Abraham de Jesús Builes Laverde siguió recibiendo los niños cuyos padres voluntariamente llevaban a su escuela. Incluso fue de los primeros en traducir textos del español al U’wa y viceversa.
 
“Ahora ya viejo les digo a los niños que Jesucristo es hijo de Sira y que amen a sus Dios con fuerza y que bauticen en su nombre, muchos creen y se convierten, yo, luego de tantos años, ya me convertí”.
 
El cura siempre dijo que tenía dos voluntades. Una era morir en El Chuscal y la otra, ser considerado como un indígena U’wa más. Ninguna se cumplió.
 
En Cubará dicen que la familia se llevó al cura, para su natal Santo Domingo de Antioquia y que allá murió en marzo de 2009. Nadie sabe la fecha con precisión.
 
A pesar de su arrepentimiento, al cura Abraham de Jesús Builes Laverde la autoridad U’wa nunca lo considerará uno de ellos. ¿Por qué?
 
Beerito Cobaría, el embajador U´wa ante los blancos, responde contundentemente.
 
- Ese cura nos esclavizó.

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