La muerte de monseñor Jaime Prieto Amaya es un duro golpe para quienes siempre anhelamos un futuro en paz y con desarrollo con equidad para Colombia.
Quienes lo vimos actuar en vida, recordaremos de él su rectitud, sabiduría y lealtad con los principios del respeto y la solidaridad.
Monseñor Prieto era directo y esa condición, en un país lleno de titubeos y cálculos, lo hacía un verdadero interlocutor y un hombre con una profunda convicción en el valor de la palabra. Le tocó una época dura del conflicto colombiano, en especial la arremetida violenta en Barrancabermeja, pero jamás renunció a la búsqueda del diálogo como instrumento de reconciliación. El Magdalena Medio va a necesitar a muchos hombres como él para seguir en el objetivo indeclinable de conseguir la convivencia. Dios lo tenga en su infinita gloria.
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