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La verdad del Cesar

24 de enero de 2009
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Quien leyera desprevenidamente El Tiempo del 23 de enero, se formaría sobre el Cesar la opinión más disparatada. Porque tendría que concluir, del artículo central del periódico, que ese Departamento ha sido afligido por crueles maleantes con traje militar, que se han dedicado a la tarea de asesinar humildes campesinos. Por ventura, un Ministro con talante de Presidente y un Comando implacable han puesto las cosas en su sitio. Los feroces violadores de los derechos humanos han sido descubiertos, y los unos irán a la cárcel por sus crímenes y los otros han sido dados de baja, por cómplices, encubridores o alcahuetas, mientras los jueces vienen por ellos.

La cosa no sería nueva. Se remonta a la época trágica en que un Coronel igualmente malvado que los oficiales de hoy, dio por bajas legítimas 18 víctimas que le entregaron los paramilitares diciendo que se trataba de militantes de la guerrilla. Ese Coronel se llama Hernán Mejía Gutiérrez y está preso gracias a la acción combinada del Director de la revista Semana , por mejores señas sobrino del campeador Ministro, y de un viceministro de Defensa, que tampoco se anda por las ramas, y que responde al nombre de Sergio Jaramillo. Loor, pues, a los campeones en la defensa de los derechos humanos y eterno castigo para sus enemigos sin entrañas.

Pero las cosas son bien de otro modo. No cuenta el periódico que el Cesar fue uno de los más martirizados departamentos de Colombia. La guerrilla, la de las Farc y la del ELN, y los hombres de Jorge 40, redujeron su gente a ignominiosa esclavitud. Nadie pudo regresar al campo, los caminos eran impracticables, la extorsión y el secuestro eran pan cotidiano y la muerte seguro castigo para los remisos.

Hasta cuando llegó el coronel Mejía Gutiérrez. Con dos mil hombres, que fueron héroes, y siguiendo las sabias y enérgicas voces de mando del General Jorge Enrique Mora Rangel, todo empezó a cambiar. El presidente Uribe abrió su acción presidencial visitando Valledupar en la madrugada del 8 de agosto de 2002, para prometer que esas tierras serían salvadas de los malhechores. Y así ocurrió. Con actos de valor sublime, con tenacidad de colosos, con voluntad de acero, el coronel Mejía y sus hombres no fueron inferiores a su juramento militar. El corazón agradecido de la gente del Cesar jamás olvidará esa epopeya.

Pero vinieron las infamias de la guerra política. Un sargento pérfido, al que Mejía debió encarcelar por robarse armas del batallón para entregarlas a la guerrilla y a los paramilitares, después de reinsertado acusó al Oficial del falso positivo arriba dicho. Quedó probado que aquella fue una batalla campal, en la que por el Ejército combatieron más de 120 hombres, apoyados con fuego de artillería y un helicóptero Black Hawk. Que cayeron en el combate guerrilleros del ELN, a los que se les incautó el pesado armamento que llevaban. Que quien denunció la presencia de la guerrilla en la zona y exigió respuesta armada fue el presidente Uribe Vélez. Y que el sargento denunciante es un traficante de testimonios descalificado por cortes norteamericanas, en el caso de la Drummond, por la Corte Suprema de Justicia de Colombia y por la misma Fiscalía General de la Nación.

Pero todo en vano. Los fiscales de derechos humanos, los mismos que vienen de Gómez Méndez, es decir, de la Unión Patriótica, es decir, de las Farc, hacen su trabajo nauseabundo. Y la revista Semana y el Ministro Jaramillo siguen impunes su tarea demoledora contra la justicia y contra el honor de un militar excelente.

Y ahora se repite la historia. No nos han contado de cuáles omisiones se acusa a los militares moralmente destruidos. Al fin y al cabo, detalles sin importancia. Para congraciarse con las ONG y con los demócratas de los Estados Unidos, bien se pueden sacrificar unos cuantos capitanes. Nadie saldrá a defenderlos. Sólo nosotros decimos que si este caso se parece al del coronel Mejía Gutiérrez, clama al cielo. Y el cielo es paciente. Mas no por siempre.

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