Es noble empresa, necesaria por lo demás, la de conocernos, la de saber quiénes somos. Sentimos su susurro cada mañana; de noche en noche nos disipa el sueño.
Si nos conocemos, sabemos determinar nuestro rumbo como personas. Feliz ocasión.
Si nos desconocemos, "nos viven la vida". Drama inadmisible.
Enfrentemos lo previo de cara a una realidad que nos circunda: las laderas de Medellín.
Las laderas de nuestra ciudad las habitan personas como nosotros a las cuales, sin embargo, la vida parece darles un plazo para su realización histórica.
Obvio entonces que son la muestra palpable de lo humano cuando tiene el acento de lo inhumano. He ahí su insoslayable paradoja.
¿Cómo miramos aquella realidad? Múltiples y diversas ópticas es viable poseer sobre quienes allá moran. Dejemos que los estudiosos del tema social brinden la respuesta.
Permitamos más bien, en este texto, que tales espacios sean un espejo donde es factible "saber" algo más acerca de nuestro yo. Eso es posible si dicha realidad se lee y se interpreta desde la perspectiva humana y humanizadora.
¡Es el retorno al renglón inicial antes planteado!
Laderas habitadas por seres idénticos a quienes leemos esta nota, poseedores por ende de lo íntimo que nos llena de orgullo: la dignidad de la vida humana.
Tal dignidad no siempre la van alcanzando los hombres de la ladera. No por esa eventualidad deja de ser dignidad.
Es: dignidad en germen, dignidad por redescubrir, dignidad por desarrollar, dignidad como meta por alcanzar, dignidad más como sueño y clamor que como una realidad que genera fruición.
Si al mirarlas sentimos que la capacidad de identificar ese parámetro de igualdad, ¿por qué no ser nosotros mismos los gestores eficaces en el avance y en la obtención de esa misma condición?
Es motivo de grandeza como hombres el sabernos vasos comunicantes de dignificación humana para las personas de las laderas. Nos invitan, con mirada esperanzadora, a hacer de nuestro yo la causa efectiva del reconocimiento al valor de su yo.
Surgen entonces como noble espejo de conocimiento personal, quizá de reconocimiento, en aras de hacer algo más, a partir de lo que somos, en bien de ellos.
Y, ¿cómo serlo?
Cuando acepto que quien habita en la ladera me iguala en dignidad. Supero entonces las miradas discriminadoras.
Cuando permito que desde la ladera se me proclame que mi humanidad es gestora de humanización porque sabe mirar con respeto al que es igual, mi igual, viva donde viva. Me ubico más allá del egocentrismo en el espectro de mis intenciones.
Cuando autorizo para que en mis preocupaciones diarias, el proyecto existencial de quien experimenta "susto matutino" ante la incertidumbre de ese nuevo día que le despunta, encuentre acogida, tan concreta como práctica.
Allí rompo el pequeño círculo de mi solo yo.
Cuando genero en mis tareas laborales una cadena de bienestar para los que me son cercanos y para quienes "me son lejanos". En lo productivo inserto lo humano.
Cuando comprendo que dar a cada uno lo que le corresponde por derecho natural es lo que me hace un hombre justo.
Hagamos de las laderas una escuela de humanismo para quienes somos "Medellín".
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